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EL SÁBADOMatar a Negrín

Manzanera construye una ficción a partir de un plan real para el asesinato del presidente de la República

Con títulos como El informe Müller (enmarcado en la Segunda Guerra Mundial) o La suave superficie de la culata (asesinato de John F. Kennedy), Antonio Manzanera (Murcia, 1974) se ha consolidado como una singular voz de la narrativa española actual, caracterizada por un profundo trabajo de investigación histórica que precede y le sirve como base para fabular convincentemente sobre hechos que, o bien están sin aclarar, o en los que él mismo se encarga de sembrar una razonable porción de dudas sobre eso que se llama la "crónica oficial".

Juan Negrín, de civil en la parte trasera del vehículo (Barcelona, 1938) // Agustí Centelles

Este modus operandi vuelve a mostrarse en Nuestra parte del trato, novela ambientada en los postreros meses de la Guerra Civil española, que arranca con algo más que un rumor: la (presunta) conspiración entre los servicios de inteligencia de Franco y militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista (troskistas) para el asesinato de Juan Negrín, el último presidente de la Segunda República. ¿Un "pacto" inventado? Ni mucho menos. Como el propio Manzanera se encarga de informarnos: "La propuesta que ciertos elementos del POUM hicieron al servicio de inteligencia franquista para asesinar al presidente del Gobierno republicano Juan Negrín está documentada en el informe A-2013 del 5 de agosto de 1938 del teniente coronel Sanz Agero al coronel Ungría. La respuesta de éste en la nota R-291 tiene fecha del 7 de agosto, y en ella se acepta la proposición". Eso sí, Manzanera es sincero y nos aclara: "No consta ningún acontecimiento, operación o documento posterior relacionado con este episodio".

Más allá de la conspiración

¿Cuáles eran las razones que pudieran haber hecho posible esta, aparentemente, disparatada alianza? ¿En qué intereses podrían haber convergido estas dos partes? Pues resulta que son muy convincentes: por una parte, que Franco y su Estado Mayor creyesen que, con el asesinato de Negrín, la rendición republicana sería inmediata y, por tanto, se "ahorrarían muchas vidas de españoles" . ¿Y por lo que atañe a los del POUM? Bueno, pues no es descabellado pensar que tras la caída en desgracia de los troskistas (su líder, Andreu Nin, fue ejecutado por los estalinistas) éstos llegasen a la conclusión de que, apartados de la dirección del combate contra el fascismo tanto por los republicanos españoles como por los comunistas soviéticos, iba a dar lo mismo que la guerra la ganase Franco que lo hiciese el excamarada Stalin, a cuyos brazos se había entregado la República; para ellos, el destino estaba sellado y era en cualquier caso muy negro: cárcel, exilio o muerte.

La trama de Nuestra parte del trato arranca en el verano de 1938, en plena batalla del Ebro, cuando un misterioso personaje llamado Urquiza es enviado a Barcelona por el Cuartel General de Franco para "echar una mano" a unos militantes del POUM en la preparación del atentado contra Negrín.

Muy pronto, sin embargo, el lector, y el propio agente, descubrirán que el asesinato de Juan Negrín es una causa secundaria de su presencia en la capital catalana. Porque había una razón muchísimo más poderosa, y es a esta altura de la narración cuando al autor nos levanta el telón de lo insospechado: ¿Podría haber sido posible que los nazis mantuviesen también relaciones con el bando republicano? ¿Qué eran las máquinas Dora? Empecemos por responder, históricamente, a la segunda apregunta, de la mano de Manzanera: "El Führer alemán Adolf Hitler acordó la venta de máquinas de cifra Dora para asegurar las comunicaciones del ejército sublevado, y para mediados de 1937 ya había en España unas veinte máquinas. Una de ellas, la K-203, desapareció en extrañas circunstancias. Enterado de ello, el general Franco ordenó que el incidente fuese ocultado a las autoridades alemanas para no comprometer la ayuda que estaba recibiendo desde Berlín". Las máquinas Dora eran las que, con pequeñas modificaciones de funcionamiento, durante la Segunda Guerra Mundial serían conocidas como Enigma, un arma secreta de los servicios de espionaje y contraespionaje alemán. Estuvieron funcionando hasta que los ingleses consiguieron descriptarlas, compartiendo su secreto con los Estados Unidos, pero no así con los soviéticos. "La URSS -seguimos con Antonio Manzanera- munca admitió haber podido derrotar a la máquina Enigma. Sin embargo, las continuas victorias de los servicios secretos rusos sobre los alemanes y el inexplicable conocimiento que el ejército rojo tenía por anticipado de los planes nazis llevaron a pensar al Führer que había un espía soviético en su cuartel general. Hitler estuvo buscando a tal espía hasta en el propio búnker de la cancillería, donde se quitó la vida el 30 de abril de 1945".

Y hasta aquí podemos escribir...Esperamos no haberles desentrañado más de lo conveniente en la trama de esta novela de la que finalizaremos citando a dos de los personajes reales que aparecen en ella: el agente Kim Philby (del que nos extenderemos abajo) y el camarada Alexander Orlov, responsable del espionaje soviético en España quien, exiliado en Estados Unidos, en 1953 publicó un libro titulado La historia secreta de los crímenes de Stalin. Pero, no se ocupen de rastrearlo porque en él tampoco cuenta nada de Dora ni de la operación "Matar a Negrín".

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