El suicidio, concebido durante muchos siglos, en la estela del pensamiento clásico, como un ejercicio de libertad, e incluso como una liberación, queda reducido, a la luz de la psiquiatría de las últimas décadas, a la mera patología mental. Sin embargo, tal reducción supone la simplificación de uno de los aspectos más decisivos de la experiencia humana: el dolor.
Este magnífico ensayo de Ramón Andrés (Pamplona, 1955) da cuenta, con delicadeza y a la par con hondura, de nuestra condición como seres humanos: de las distintas formas de nuestra fragilidad.