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Al infierno con los clásicos

Viaje a las puertas del infierno | FERMÍN BOCOS | Ed. Ariel 2015, 291 páginas

Este libro, aunque su título induzca a creer lo contrario, no servirá a los amigos de lo esotérico, oidores de voces, espectadores de apariciones y satánicos varios. Este libro no es aconsejable para turistas apresurados (lo que constituye un pleonasmo: la esencia del turista parece ser la prisa por verlo todo para, en definitiva, acabar no viendo nada, como no sean las ofertas de las grandes tiendas). Este libro tampoco parece tener como destinatarios a los lectores que ansían aventuras extravagantes contadas con un pelo de ironía (a la moda del excelente Jacinto Antón, que tan buenos maestros ha tenido). Tampoco para quienes deseen una inmersión profunda en la vida de algún lugar, un camino para tomarle el aire definitivo al sitio en que se va a pasar un tiempo (a la manera de Enric González, en las ciudades en las que trabajó como corresponsal). Este libro creo que se escribió para aquellos que gusten de los viajes ilustrados, para los que se mueven a algún sitio y quieren, antes de llegar o durante su estancia, conocer qué hubo allí, qué mitos y leyendas iluminan o iluminaron el lugar, y, generalmente y por desgracia, comprobar cómo la incuria del tiempo (que dijo Jovellanos, creo) lo dejó hecho unos zorros.

El periodista, profesor, novelista y curioso Fermín Bocos (1949, del sur de Cantabria) tomó la excusa de viajar a ciertos enclaves del mundo mundial en donde cuenta la tradición que se hallaba alguna puerta por la que se accedía al infierno. Amén de la discusión (no sé si teológica: en estas páginas se cita lo suficiente para no aburrir) sobre si el Hades es un lugar físico, recorre el autor el Mediterráneo, sobre todo, y algunos enclaves del lejano oriente (muy ilustrativo el capítulo sobre Tokio y su templo Taisoji, donde se veneró o venera al Maligno). En España, se conforma con viajar a La Rábida y a El Escorial, y digo "se conforma" porque, como es bien sabido, no falta aldea ni pueblo en el que uno no ponga los pies y enseguida le asalte un lugareño apremiándole a que no deje de visitar tal cueva en la que el diablo, etc. El modo de narrar es el mismo: observar, apenas juzgar, transmitir. Cuando, por ejemplo, relata Bocos la conversación con el padre Fortea, exorcista, nada de truculencias: "¿Qué siente un exorcista cuando se sabe en presencia del Diablo? [..] 'Nada' -fue la lacónica respuesta-. Nada en absoluto' ". Y, ante la insistencia del autor, el sacerdote concluye con un "las cosas suceden como le digo", sereno y sin darle importancia. Claro está, hay gotas de ironía: cerca del roble sagrado de Dodona, recuerda cómo peregrinaban hasta allí para consultar las voces del los dioses gentes del entorno, "como lo acreditan las tablillas encontradas entre las ruinas del lugar". ¿Qué preguntaban: "¿Es mejor que me case ahora o lo dejo pasar?", y cosas del mismo tenor, "con algo más del sentido del recato pero con angustias de corte semejante a quienes hoy en día llaman a los consultorios de los videntes que arrasan las programaciones de madrugada de los canales de la televisión".

Más que ironía, acaso escepticismo de quien mucho ha viajado, visto y leído. De quien sabe un potosí de mitología (griega especialmente) y otras leyendas explicativas del mundo. Este libro es para quien quiera poner los pies en Chartres, en Cumas, en el Monte Athos, en Babilonia o Agra y no quiera ni que le den la paliza las guías con acumulación de pesos y medidas ni los guías con memeces mal contadas. Para quien quiera viajar con aquello que se llamaba conocimiento de causa, con los autores clásicos bien resumidos aunque sea para llevarlos al infierno.

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