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El canto de la jirafa

Hombre sobre una escultura | Álvaro del Olmo Alonso | Rayo Verde

A Álvaro del Olmo no le van las medias tintas. Y así debe ser cuando uno ha nacido en el emblemático 1982 y en su curriculum figuran como principales ocupaciones las de jugador de ajedrez y pianista. Dos talentos que vienen muy bien cuando se trata de escribir: mover las piezas con reflexión, darle a las palabras un sentido musical que las proteja del ruido innecesario. Así que su primera novela, Hombre sobre una escultura, en la imaginativa editorial Rayo verde, impone unas reglas de obligado cumplimiento: una estructura férrea, unos personajes convincentes y originales, y un estilo muy personal.

En sus manos, un grupo de amigos de profesiones aparentemente distantes, aunque en el fondo todas tengan un fondo común de simulación. Un fotógrafo, una actriz y el crupier de un casino como acompañantes del protagonista: Hércules Degard, con nombre de héroe antiguo ("sí, de detective"), un tipo singular empeñado en el mundo meterse en camisas de once varas cosido a los misterios del arte.

Teniendo en cuenta que el autor se divertía de niño creando revistas caseras sobre misterios del universo que él mismo se inventaba no es extraño que su primera novela sea una apuesta convencida y convincente por la fabulación en estado puro. Imaginación al poder. Y como Del Olmo parece un firme defensor de las historias que se bifurcan, también incorpora elementos de novela negra y fantástica.

La novela arranca con un juego. De azar, para los que creen en la suerte. A partir de ahí, Del Olmo impone su ley: una narración desarrollada con un estilo austero y preciso de frases cortas, tajantes a veces, con diálogos incrustados de forma concisa y descripciones con buena puntería que ahorran detalles innecesarios. Impresionismo: el arte de contar mucho sin enrollarse. Luego pasamos a otra escena aclaratoria: un espectáculo va a empezar. Se alza el telón. Del Olmo es directo y sinuoso a la vez. Si fuera una película, sería una mezcla de Kubrick y Antonioni con diálogos de Wilder. Le gusta repetir palabras, unirlas en una cadencia musical que hace las veces de estribillo narrativo. ("Caminamos. Caminamos separados. Caminamos. Frío. Caminamos. La miro".

En sus escenarios cartografiados por la fantasía se entrecruzan referencias de todo tipo: cine (Bogart mira a Bacall, Travolta y Uma bailan), música, comics y literatura. También hay latigazos al mundo corriente y durmiente. Decía Wilde que la música es el más perfecto modelo de arte porque no puede revelar nunca su último secreto. Del Olmo también cree en las propiedades de la literatura como guardián de secretos, o como caja mágica con doble fondo. De ahí su decidida voluntad por pillar desprevenido al lector y que no sepa cuál es la próxima jugada.

Hay algo de surrealismo flexible en ese esfuerzo: cambiarlo todo de sitio para descubrir verdades escondidas. Los ecos ensoñadores de Scherezade cruzan este paisaje de gente solitaria y cicatrices invisibles, la vida tiene mucho de circo y el desvarío es una forma como otra cualquiera de interpretar el arte en una selva donde las jirafas cantan balidos y se acepta todo tipo de apuestas. Incluso a caballo perdedor.

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