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La vida a grandes tragos

Marcos Ordóñez recoge en un libro la estela del cineasta Perico Vidal, amigo de Sinatra, Welles y otras estrellas de Hollywood

La vida a grandes tragos

Por lo que se ve, Robert Mitchum, además de un inolvidable actor de inquietante mirada bovina que traspasaba la pantalla, era también un tipo bastante particular. Inicialmente había rechazado interpretar el papel de Charlie Shaughnessy en La hija de Ryan. Cuando el guionista Robert Bolt, encargado de persuadirle de lo contrario, le preguntó si tenía otra película en perspectiva, Mitchum respondió: "No. Lo que tengo en perspectiva es suicidarme". Bolt no era una de esas personas que arrojan la toalla a la primera, de modo que jugó una segunda carta: "Haremos una cosa. Si puede esperar, ruede La hija de Ryan, suicídese después, y todos los gastos del entierro correrán de nuestra cuenta".

No hace falta que les diga cómo acabó aquello. Pero por si lo desconocen, el actor duro encarnó a Shaughnessy, el personaje vulnerable de la película de Lean. El entierro se lo ahorraron. El cine era un trabajo que Robert Mitchum se tomaba en serio y a la vez quitaba importancia. Solía contar que había contraído la vocación de actor una de las veces que pisó la cárcel por culpa de la marihuana, viendo una película de Rin Tin Tin. "Si el perro lo puede hacer, yo también", se dijo convencido de que le resultaría relativamente fácil ganarse la vida con ello.

Habla Perico Vidal, ayudante de dirección, amigo de Frank Sinatra, Nicholas Ray y Orson Welles, el hombre de las fiestas inacabables y al que habitualmente los primeros rayos del sol sorprendían dando las buenas noches. Como la vez en que, después de una gran zambullida noctámbula por Madrid, de horas y horas de beber y con una curda imperial, Ava Gardner le invitó a jugar al tenis y amablemente declinó la oferta ante la posibilidad no de confundir la pelota, sino también la raqueta. Para quienes no estén familiarizados, nuestro personaje trabajó de ayudante de dirección en algunas grandes producciones de Hollywood, junto a David Lean, su gran maestro; el propio Welles, con el que debutó en Mr. Arkadin; Stanley Kramer, Mankiewicz, Carol Reed, entre otros. Bebedor y juerguista, amante del jazz, su ático madrileño, en el que bebieron, comieron, follaron y durmieron actores, músicos y destacados miembros de la farándula, fue conocido durante un tiempo por el Hostal Vidal. Él mismo fue el protagonista de una vida padre con altibajos, en la que los momentos sublimes tenían como lema ese "big time" que ahora inspira la novela biográfica que sobre él ha escrito Marcos Ordóñez, narrador extraordinariamente cautivado por un personaje que seguramente no le importaría encarnar si dispusiera de otra vida.

Gracias a Ordóñez, su blog y colaboraciones en "El País", no hemos perdido de vista la fabulosa estela de Perico Vidal. Y con ella la de una época irrepetible al lado de algunos de los más grandes de la historia del cine y del espectáculo. Si Vidal tuvo la suerte de codearse con ellos, los lectores también tendríamos que agradecerle a Ordóñez la amistad que cultivó con el ayudante de dirección protagonista de esta biografía en primera persona, compuesta de primeros planos y secuencias bien resueltas por el buen pulso narrativo del autor. Un documental escrito, que estos días ha publicado Libros del Asteroide, en el que confluyen dos voces, la del propio Perico Vidal, y la de su hija, Alana, que decide incorporarse al relato para aportar su visión.

Vidal, que murió en 2010 a los 84 años, probablemente tendría que haberse apellidado Vital y de esa manera acertaríamos a explicarnos mejor los grandes saltos de su trayectoria. O, en cualquier caso, la fabulación que la rodea: una vida así da para imaginarse un ciento de ellas alrededor. Él estaba en todos los saraos y no quería aparecer en las fotos, pero mientras tanto con la mente iba rescatando las imágenes para almacenarlas en su memoria. La misma que años más tarde le permitiría contar con todo lujo de detalles cómo acompañó a su amigo Frank Sinatra -"Mi pal Pedro, who saved my life in Spain"- en aquel viaje iniciático a Las Vegas o las largas noches con él abrevando en El Escorial y lanzando sillas contra un retrato de Franco, el nombre de aquella corista del Sands que le untaba la espalda de baby oil, el día que se vio obligado a interrumpir una prometedora conversación con Marilyn, la vez que cenó con JFK o aquella mañana ebria que se imaginó hacer cualquier cosa con Ava Gardner excepto jugar al tenis. ¿Quién podría permitirse la imperdonable distracción de olvidarlas?

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