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La aventura inagotable

Evocadora antología de Alba que incluye a cuarenta y seis grandes autores de obras inspiradas en el mar

La aventura inagotable

Jamás me ha tentado la idea de embarcarme en uno de los llamados cruceros de placer por el mar y tampoco entra en mis planes de jubilación. No me hace falta para llegar al más absoluto convencimiento de que Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer es uno de los ensayos más corrosivamente cómicos de David Foster Wallace; del mismo modo que me parecieron absolutamente hilarantes los cuentos que sobre ese tipo de viajes ociosos escribió Evelyn Waugh o, me resulta angustiosa, Una mala travesía, la narración de Scott Fitzgerald que la traductora y periodista Marta Salís ha seleccionado para Relatos del mar.

El cuento de Scott,The Rough Crossing, publicado originalmente en 1929 en el "Saturday Evening Post", trata sobre el matrimonio Smith, Adrian y Eva, que zozobra a bordo de un trasatlántico en medio de la tempestad. La pareja no podría haber encontrado otro lugar mejor para hacerlo y, en cualquier caso, es el propio autor el que los conduce por los meandros de una deriva a la que seguramente, y en unas circunstancias similares, tampoco habrían sido ajenos él y su adorada Zelda, protagonistas de hermosas y en ocasiones histéricas vidas disipadas en el dorado esplendor de la "era del jazz".

En un momento del relato, Eva comenta con su marido: "Los barcos hacen que la gente enloquezca. Me parecen horribles". Y, después de escuchar de sus labios un monosilábico sí, vuelve a la carga: "Cuando se mueven mucho, pienso que estoy en la copa de un árbol, balanceándome. Pero al final no hago otra cosa que engañarme, y acabo diciéndome que estoy cuerda cuando sé que no es cierto". No sigo; ahorrarles los detalles que vienen a continuación equivale a no traicionar el misterio que encierra el cuento. Forma parte, ya digo, de los 46 relatos o fragmentos de obras de la antología de Salís sobre el mar, como ella misma recalca en el introito, una fuente de inspiración literaria y, al mismo tiempo, de fascinación.

El libro que publica Alba está ordenado cronológicamente. Se abre con un retazo de las crónicas del primer viaje alrededor del mundo de Antonio de Pigafetta y concluye con un cuento de Roald Dahl. No respeta, como resulta evidente, el enunciado que sigue al título (De Colón a Hemingway). Ello sucede, creo yo, por razones comerciales bastante obvias. Ni Pigafetta es Colón, ni Dahl es Hem. Salís ha querido también, para no frustrar al lector, que el número de relatos con principio y final sea superior a los fragmentos de obras, aunque la cuidada edición haga de estos últimos una lectura bastante coherente. No hay zozobra, por tanto, en la colección de relatos del mar de Alba. Al contrario, resulta admirable el entusiasmo puesto en ella. Seguramente los lectores sabrán agradecerlo como es debido.

Algunos de ellos, si han vivido la fascinación del mar, desde pequeños lo harán con aún mayor motivo. La antología incluye a Daniel Defoe, Washington Irving, James Fenimore Cooper, Hugh Crow, Hawthorne, Allan Poe, Charles Dickens, Anthony Trollope, Henry James, Stevenson, Melville, Kipling, Stoker, Stephen Crane, Joshua Slocum, Winston Churchill, William W. Hodgson, Jack London, Saki, Conrad, Liam O´Flaherty, los citados Scott Fitzgerald y Hemingway, entre muchos otros. La mayoría, como verán son anglosajones, en cuyos países, como advierte la editora de la antología, el mar ha tenido el protagonismo de convertirse incluso en un gran género literario, pero también figuran Salgari, Pérez Galdós, Marcel Schwob, Gorki, Turguénev, Tolstói, Maupassant, Chéjov, Verne, Rilke, Baroja y hasta Kafka.

El primero de estos últimos, al igual que ocurre con Stevenson, Fenimore Cooper, Hodgson, Trollope o London, forma parte de las lecturas de infancia y de juventud sobre el mar, pero casi nadie esperaría encontrar a Kafka en un libro de estas características. Sin embargo, la antología de Alba incluye la historia inacabada de Graco, un cazador de la Selva Negra condenado a vagar por el mundo de los vivos y el de los muertos dado que su barca no encuentra el camino hacia el más allá. Su condición de metáfora es lo que le permita figurar en la colección sin que a simple vista pudiera parecer digno de integrarse en ella.

Moby Dick es una de las grandes novelas de todos los tiempos y posiblemente la mejor que se ha escrito sobre el mar. Enfrentarse como Ahab a la gigantesca ballena blanca o a la visión entre brumas de cualquiera de los barcos fantasmas que navegan por las historias de Conrad o Richard Middleton resulta a mi juicio una percepción menos desasosegante que embarcarse en las plúmbeas travesías de supuesto placer a las que me refería a propósito del cuento de Scott o cualquiera de los de Waugh que también podrían haber figurado merecidamente en la antología. No hay en Relatos del mar fragmento alguno de la gran novela de Melville, pero sí la melancólica reflexión de un marinero retirado que recuerda el océano en las ondulaciones de las inmensas praderas.

También figuran en la selección el retrato que Salgari hace de los tiburones, tigres del mar, por su fiereza sólo comparable a la de los enormes felinos de Bengala; o La empalizada roja, el relato de Bram Stoker, autor de Drácula, de una batalla entre las tropas británicas y una banda de sanguinarios piratas malayos. Hablando de piratas, por el libro pululan los fantasmas de L´Olonnais, Morgan o la biografía de Stede Bonnet, rescatada de Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, que escribió por cierto uno de los libros más hermosos que existen sobre las islas Samoa, después de haber viajado a ellas para visitar la tumba de su admirado Stevenson. Con libros como esta evocadora antología dedicada al mar no cuesta acomodarse en el sofá y poner rumbo a cualquier océano dejándose llevar por el viento en las velas. Ni imaginarse la búsqueda del tesoro de un galeón hundido en compañía de Saki, que también firma en la colección para arrancarnos una sonrisa en medio de tanta zozobra. Y de tanto placer arrojado por la borda de los trasatlánticos.

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