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Aquel 1971 de "Mediterráneo" y "Jesucristo Superstar"

El milagro de Ted Neely es resucitar a Cristo con 74 años.

Ami izquierda se sucedían hermosas visiones paisajísticas en aquel tren en que viajaba de Galicia a Castilla, mientras leía plácidamente un periódico en cuya área de cultura me sorprendieron tres noticias porque mi memoria las vinculó con mi propio pasado y, a la vez, con ese sentimiento agónico del paso fugaz del tiempo. Una de ellas hablaba del nuevo montaje en Barcelona de "Jesucristo Superstar", 47 años después de su estelar estreno en Broadway, y yo recordé que en ese año 1971 yo estaba sentado en una de las butacas del Mark Hellinger Theatre neoyorquino como españolito bisoño y asombrado por aquel grandioso espectáculo en el que Jeff Fenholt representaba a Jesús de Nazaret. Estudiaba yo primero de Periodismo y me había ido a pasar todo el verano a la ciudad de los rascacielos, entonces salpicada por reivindicaciones del Black Power. Otra noticia, pegada a la anterior, era que Joan Manoel Serrat iniciaba una gira centrada en su disco más mítico, aquel "Mediterráneo" que yo también compré y oí en 1971, el mismo año que en Nueva York asistí al estreno de "Jesucristo Superstar".

Sentí como un soplo de aliento interior porque tanto el protagonista americano del musical (no en el teatro que yo vi pero sí en el cine poco después) como el del disco español, inolvidable para una generación como la mía, ambos con 74 años ahora, renovaban el mismo pulso, las mismas músicas y parecían hacer verdad ese aserto de que los viejos rockeros nunca mueren y que, si mueren, resucitan. ¡Qué gozo comprobar que a los dos que vi saltar al estrellato y disfruté hace casi medio siglo, iba a poder escucharlos otra vez cantando lo mismo pero cubiertos de canas que en aquellos años ni se vislumbraban en su cabello y menos en el mío, y con kilómetros de experiencias que entonces no tenían. Pero había una tercera noticia en la página de al lado, y era la muerte de ese gran periodista de El País, escritor y profesor universitario, que era Pedro Sorela, nacido igual año que yo y compañero en la Universidad de Navarra cuando yo hice la escapada veraniega y neoyorquina. Le recuerdo llegado de Colombia y vestido con un poncho rojo, unos zapatos grandes, una voz bronca y un elegante saber estar que le debía de venir del ambiente diplomáico en el que se crió por culpa de sus padres. Y, si en las dos anteriores noticias noté esa gracia de la supervivencia, de la longitud del tiempo, en esta última sentí la fugacidad de la vida, y cómo se nos va de las manos en cualquier azar, por un accidente o una enfermedad como a Pedro, que se fue con 67 aunque lleno de vida para seguir contándola. Ellos, Serrat y Ted"Superstar" seguían aún llevándole 7 años, pero él se había marchado a caminar por las praderas del más allá.

Pasé la página de aquel periódico y me encontré con otra noticia en la que hablaba del uso de Twitter en esta nueva era de Internet. En ese tiempo en que yo compartía universidad con Pedro Sorela, el mismo de Jesucristo Superstar y Mediterráneo, no imaginábamos que iba a a haber algo llamado Internet que cambiaría nuestras vidas, y a afectaría a la supervivencia de la sagrada prensa de papel. Tampoco que habría una especie de mensajería instantánea dentro de la galaxia Internet que se llamaría tweet, en la que ni Serrat ni ciudadanos de base como yo quisimos entrar jamás por no sé qué pudor aunque nos digan que hay mucho ingenio. Lo hay, seguro, pero digo yo que también mucho sentencioso que quiere juzgar la complejidad del mundo en 140 pulsaciones, lo que nunca explica los matices de tanta complejidad. Yo creo que la generación del Tweet, acostumbrada a esas breverías, no soporta una columna de tanta extensión como esta, por no decir titulares largos. Es verdad que esa aceleradora Internet horizontalizó la información, la democratizó en el sentido de que dio acceso a todo el mundo (menos al tercero, claro), pero la red se convirtió en un pandemónium que, si enriqueció mucho a la sociedad, fue a costa de que la libertad de expresión se convirtiera en colador, un patio de comadres que muchos utilizan como coartada para el insulto, la majadería o la mentira sin responder por ello.

Ahora salen miles a la calle en nombre de la libertad de expresión, espoleados en las redes. Antes salían invocando el nombre de Dios o Marx, ahora el de un rapero incontinente y bocachanclas, los de unos abrazafarolas de Alsasua que golpean a guardiaciviles o el de una transexual zurcefrenillos que se alegra del vuelo explosivo de Carrero Blanco, a los que los tribunales imputan por terrorismo. Puede que no sea terrorismo pero sí algo peor en el orden encefalográfico. El rapero es, en palabras leves que lo califiquen, un pobre resentido de letras facilonas, un tipo esencialmente vulgar, lamecharcos, peinabombillas, cabezaalberca y soez. La transexual es una botarate cuya falta de sensibilidad le impide despegar de más abajo que el suelo. Y los de Alsasua ¿no imagináis los adjetivos que se pueden dedicar a quienes padecen taras como el odio al otro y atacan como bestias en manada al dictado del cerebro primitivo? Pero, claro, la libertad de expresión, es la libertad de expresión. No son terroristas,no, son cagalindres, son una panda de gañanes alsasuarras.

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