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Abuelitud y República

Abuelitud y República

Dirán que fantaseo; algunos, incluso, que blasfemo y, otros, que exagero, pero tras el video que esta semana ha visto todo el mundo (y no fantaseo, blasfemo ni exagero) nada me extrañaría que los partidarios de la Tercera República estén maquinando qué opinión formarse sobre doña Letizia: si proclamarla candidata a la presidencia en una ulterior transición de régimen o exigirle disculpas virales. Me inclino más bien hacia lo segundo, y no es que pretenda darle ideas a Pablo Iglesias ni a Garzón junior, pero a lo que jamás llegaría la, por la derecha, denominada extrema izquierda, es a hacer pasar un mal rato a las representantes de tan querida institución española como es, así, con mayúsculas, la Abuelitud: te puedes meter con tu padre, con tu madre, con tus hijos e hijas pero ¿negarle a una abuela una foto con sus nietas? ¡A fe que eso es osadía anticonstitucional?ríase usted de Puigdemont y adláteres!

Como casi todos hemos sido o ejercido de nietos y nietas, soy muy consciente de que casi siempre hay una abuela preferida y, otra, que "está ahí". Tal parece que ocurre con la familia real, así que no se trata de nada nuevo, porque las dos hijas, al menos a la edad que tienen, parecen no simpatizar mucho con la abuela paterna, lo cual no es nada raro. A veces, ocurre al revés y, por la razón que sea, la abuela más querida es precisamente la que parió al padre: todo depende de la convivencia cuantitativa y cualitativa y de la empatía que tenga cada quién de ellas. Yo, por ejemplo, para lo bueno y para lo malo, traté muchísimo más con la madre de mi madre que con la de mi padre. No sé si en aquella altura quería más a la primera (con la que me enfadaba algunas veces) que a la segunda (con la que no me enfadé nunca). Quiero decir, vaya, que los niños y las niñas somos (éramos) injustos por naturaleza, pero la justicia también es algo que se aprende con el paso de los años y, ahora, ya fallecidas,resulta que las añoro a las dos.

Lo que nunca presencié, aunque es posible que sucediese, es un desplante de mi padre con la madre de mi madre (ni viceversas) conmigo como motivo central de la riña. Y, si lo hubo, es más que probable que no hubiese más testigos que los dos litigantes. Y esto no es precisamente lo que ocurrió en la catedral de Palma el pasado domingo de Resurrección, sino una escena tan pública y publicada que, al cabo, ha terminado siendo presenciada por los millones de españoles que somos y estamos, y parte del extranjero.

O sea, que lo dicho: o que Su Majestad la Reina perdió los nervios, que acaso esa fue su peculiar manera de obligar al íncito Jaime Peñafiel a regresar a los programas de mayor audiencia para escucharle armarse de razón con su "¿Lo véis? ¡Si ya lo decía yo!" o de, tal vez, no lo descarte, ridiculizar por mixiricas a todos los republicanos de postín, capaces de cuestionar a la misma institución familiar pero, nunca, nunca, de chafar una foto ni a la abuela de su peor enemigo, aunque fuese monárquico.

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