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ESTELALos manuscritos hermanos del Pergamino Videl

Los códices medievales son viajeros por naturaleza, su carácter internacional los dispersa por todo el mundo

la Catedral de Tui. marta g. brea

Los manuscritos medievales, y en particular los códices y pergaminos con miniaturas (e incluso partituras), tienen un valor incalculable para conocer nuestro pasado. La Edad Media es un periodo clave de la Historia en el que se pusieron los cimientos de las sociedades actuales, por eso conocer de primera mano sus costumbres se revela tan relevante.

Hay códices en donde figuran compras, ventas, descripciones de lugares determinados, donaciones... todo esto tiene un altísimo valor para los historiadores. De estos hay miles en todo el mundo. Pero aquellos que tienen un componente artístico son los que destacan como verdaderas joyas cuyo componente artístico bebe de todas las tradiciones. Es un objeto viajero. Internacional. "El códice es un hijo del mundo, se puede hacer en Galicia y que después aparezca en el Museo Británico, o hacerse en París y que esté en Galicia", destaca Ángel Sicart, profesor de Historia del Arte de la Universidade de Santiago.

Entre las características singulares de los códices está que son fácilmente transportables. "Pertenece a ese grupo de manifestaciones artísticas que por sus características físicas se pueden encontrar ejemplos muy lejanos del lugar en el que fueron ejecutados. Ese objeto mobiliar que es el códice tiene un carácter muy internacional. Es el peregrino que llega a Galicia con un libro en el zurrón, y lo puede dejar aquí. De la misma manera que se las autoridades eclesiásticas pueden encargar un libro a un scriptorium de fuera para que recale luego en Galicia, como ocurre con el 'Breviario Miranda", explica Sicart.

En Galicia hubo un scriptorium de un alto nivel artístico en la Catedral de Santiago donde se lleva a cabo, entre otros, el "Tumbo A" y la "Historia Compostelana", que narra los hechos de Xelmírez y contiene una miniatura sobre el descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago. Esta "Historia Compostelana" data del siglo XIII y hoy se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, a dónde se sospecha que la llevó Fonseca cuando abandonó Santiago.

También hubo talleres en otros lugares, sobre todo en monasterios. Aunque según detalla Sicart, estos scriptoria se ocupaban más de reproducir textos religiosos y de carácter jurídico, pero que no dejan ejemplos con representaciones artísticas. Una excepción podría ser el "Tumbo de Toxosoutos", que probablemente se ejecutase en el monasterio del mismo nombre; y que contiene miniaturas que representan a monarcas como Fernando II y Doña Urraca.

Las fronteras de estos códices son casi imperceptibles. Se observa en el propio "Códice Calixtino", que siempre estuvo en la Catedral de Santiago desde que se iniciaron sus páginas en el siglo XII pero cuyas manifestaciones artísticas guardan relación con el estilo francés. En el siglo XIV tendrá un renacer gracias a que el arzobispo Berenguel de Landoria potencia el taller de copias de la Catedral, será el momento en el que se hagan sus tres copias.

En este taller de la Catedral de Santiago también se realizó el "Tumbo B", que supone la continuación cronológica del "Tumbo A", y donde hay una representación de Santiago Apóstol y otra de Santiago a caballo, más conocido como Santiago Matamouros.

El manuscrito más antiguo que se conserva a día de hoy en Galicia es el "Libro de Horas de Fernando I", que permanece custodiado en la biblioteca de la Universidade de Santiago, en el edificio de Fonseca. Es un libro que recoge las oraciones según la hora y se estima que existe desde el año 1055. "Cuenta con unas miniaturas espléndidas, el Románico apunta ya a lo que será su gran explosión artística. No sabemos dónde fue construido, quizás en León, ni su larga trayectoria. Es una obra de primera magnitud en lo que a lo artístico se refiere", señala Sicart.

Es importante destacar que eran verdaderamente muy pocos quienes sabían leer y escribir durante la Edad Media. "La escritura tenía un carácter mágico, dejar algo por escrito era como transmitirlo al futuro. Queda como algo indestructible, inamovible, que ya forma parte de la Historia. Por eso se concentra todo en el mundo eclesiástico y en el corazón de la administración real", describe Sicart.

En los scriptoria, lo normal era que una persona escribiera el libro dejando los huecos para que un artista los fuese cubriendo después con los motivos a los que hace referencia el texto. "Los miniaturistas quizá no sabían escribir y en ocasiones podían dividirse los trabajos, siempre personalizando cada uno su obra", explica el especialista en Historia del Arte.

Los tesoros medievales de Tui

El Archivo Capitular e Histórico de la Catedral de Tui también custodia multitud de manuscritos medievales. Su guardián, Avelino Bouzón, destaca dos de sus códices, "El Pontifical" y "El Pasionario", por su calidad y relevancia. "El 'Pontifical' es el de mayor calidad, único en cuanto a la iluminación. Podemos compararlo con el 'Códice Calixtino'. Pertenece a la Baja Edad Media y cuenta con un interés especialísimo para entender el Gobierno de entonces, en pleno contexto de la reforma gregoriana, momento en el que se ponen las bases de la sociedad contemporánea", destaca el archivero.

Con este nombre, "Pontifical", se designa al libro que contiene fórmulas y ritos de las celebraciones reservadas al obispo. Las iluminaciones (miniaturas policromadas) están integradas dentro de las diferentes letras capitales que dan comienzo a los diversos ritos de la órdenes mayores y menores del sacramento del Orden Sacerdotal. En su tesis, Mercedes López-Mayán demuestra que este códice pertenece al último tercio del siglo XIII. "Su calidad es suprema y destacan los fragmentos musicales", detalla Bouzón.

Los 292 folios del códice "Pasionario" son de los más consultados en Tui. Data del siglo XII pero se fue modificando hasta el siglo XIX. "Es un libro muy viajero, lo han reclamado en muchas ocasiones porque contiene un relato de la vida del Apóstol Santiago", dice Bouzón.

Estos manuscritos, a los que ni la mitad de sus coetáneos tuvo acceso, son hoy los responsables de gran parte del conocimiento sobre nuestro pasado.

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