Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

SÁLVESE QUIEN PUEDA

De porqué en nuestra vida no hay que prohibir la estupidez

"Tribunal de la Inquisición" de Goya./ fdv

Ando en mi última etapa, en cuanto a lectura, liado no sé porqué entre libros que compro en una librería de viejo sobre la República y otra materia en que devaneo mi sesera, que tiene que ver con la vida len ese siglo XVI que llamaron de Oro o de las Colonias. Como razones de amor me hacen visitar con frecuencia Salamanca, ciudad de la que estoy enamorado, los estudios allí cuando su Universidad brillaba en todo el mundo son parte de mis curiosidades y por tal porfía cayeron en mis manos como regalo de mi nueva familia política allá radicada, dos librillos que pondrían en estado de buena esperanza a mi maestro Francisco Pablos, charro de pro en Vigo y gustoso por estas materias. Ambos ediciones de la Universidad de Salamanca en su 800 aniversario, uno se titula " Tesoros manuscritos de la Universidad de Salamanca" y el otro " Dietario académico de Gaspar Gómez Ortiz, estudiante de Salamanca en 1568", precioso librillo del que compré dos ejemplares para regalarle uno al letrado Nemesio Barxa en su 83 cumpleaños porque allí hizo su carrera, para quedarme yo el otro y gozar no solo con la visión de su edición facsímil sino con el placer de leer ese diario en que un estudiante hace cuenta hasta de sus gastos en esa ciudad de la que por esas mismas fechas escribió Cervantes "que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que la apacibilidad de su vivienda han gustado".

Y o me imagino la vida de aquel estudiante, que llegó a Salamanca desde Masueco, en la línea fronteriza con Portugal, a lomos de mulas acompañado por su padre dispuesto a medrar en la carrera jurídica y la comparo con la de los universitarios de hoy, que llegan en coche, tren o avión hechos unos floripondios.En el tiempo presente un universitario se escandaliza por la retirada en la feria ARCO de la obra de S antiago Sierra (ese artista tan oportunista como simplista que expone más de una veintena de rostros de delincuentes bajo la etiqueta de presos políticos), por ser una acción contra la libertad de expresión, y razón tienen porque no se debe ocultar ni siquiera la estupidez que a algunos creadores atenaza. Todos sabemos y el politólogo Roger Senserrich acuñó la frase hace unos años, que nuestra misión en esta vida es luchar contra la estupidez, no prohibirla, porque prohibirla sólo crea un mercado negro de estúpidos. Pero volviendo a nuestro estudiante del XVI, yo me pregunto si esto que hoy excita a tantos le parecería a él por leve cosa de risa y menor cuantía, viviendo él en un período en el que ya podía disponer para consulta el "Manual de los inquisidores" de Nicola Emeric y Francisco Peña, libro que yo tambén tengo reeditado, y que es ni más ni menos que un tratado que recopila leyes y normas esenciales para realizar correctamente la labor de inquisidor, en el que los autores lo tenían claro: la finalidad de los procesos, las torturas y la condena a muerte no era salvar la vida del acusado sino mantener el bienestar público y aterrorizar al pueblo, aunque fuera lastimoso enviar a la hoguera incluso a inocentes. Con ese material en plena moda y aceptación ¿qué le darían sino risa los dimes y diretes que estos días nos afligen por 20 fotos de imbéciles presos? Eso sí, no podría tener el estudiante aquel esa "Defensa de la tortura y leyes patrias" de Pedro de Castro, que yo compré también en una librería de viejo salmantina, escrita un siglo después de su paso por la universidad.

Para aquel estudiante del siglo XVI los libros de caballerías vendrían a ser lo que las novelas de folletín para el de XIX, el cinematógrafo para el del XX o Internet para los de este siglo, y seguro que el habría leído el Amadís, el mejor de los libros de ese género según Cervantes, escrito poco antes del XV pero cuya más bella impresión dicen que es la de Venecia de 1533, y que yo tengo en versión de 2016 reescrita por un amigo mío residente en Nigrán, Fernando Bartolomé, empeñado en darle un lenguaje moderno sin perder el hálito de la obra clásica. También podría haber leído, para relajarse con su humor inteligente y su estilo elegante, retórico, galano y florido, otro libro que yo compré en la feria del libro vejo salmantino: las " Gracias y desgracias de ojo del culo", que Quevedo escribió 40 años antes de que él llegara a la Universidad en 1568, donde se podría haber enterado de que, según el autor, "el recto, en las proximidades del ano, sabe si lo que soporta es sólido, líqido o gaseoso, por lo que cabría preguntarse si no es más sabio el culo que el pensamiento de muchos". Pena que nuestro estudiante del siglo XVI no pudiera haber leído, porque se publicó medio siglo después de su estancia universitaria, en 1729, otro libro que yo compré en esas tierras, el "Nuevo método para curar flatos, hipocondría, vapores y ataques histéricos", un tratado práctico alucinante del doctor Joseph Alfiset para luchar entre otras cosas contra la tiranía de lo que Quevedo ensalzaba: el flato o pedo.

Compartir el artículo

stats