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Esa epidemia de soledad que, sigilosa, se extiende

Se puede estar solo en medio de un montón de gente. // FDV

No hace mucho tiempo que aquel anciano murió en Vigo no solo en la más estricta soledad sino en el más triste abandono cuando ya era un cadáver en aquel piso que había comprado con tanto esfuerzo. Lo delató el olor, qué indigna manera de despedirse. No era de esos de los que el vecino de enfrente, nunca el de arriba o debajo que bajan en ascensor, puede sospechar su muerte cuando acumula ante su puerta botellas de leche o prensa diaria. Tampoco tenía a nadie que pudiera llorarle, que le echara en falta, y nadie, en el edificio de buena fachada en que vivía,conocía de su vida y sus costumbres más que el timbre de su voz en un saludo fugaz y protocolario o por alguna apresurada conversación sobre el tiempo para evitar el silencio letal del ascensor. Vivía en el centro y en una ciudad de calles llenas de gente sola. Una ciudad de esas que pueden provocar fascinación pero también pánico y soledad a gente que la habita. "Necesito a alguien que comprenda/ que estoy sola en medio de un montón de gente", canta Amaral en El Universo bre mí y quizás solo lo intuyera pero estaba hablando de una patología del siglo XXI: la epidemia de la soledad que se extiende, sigilosa, por las ciudades más desarrolladas de Occidente.

En España, aproximadamente un 10 por ciento de personas viven solas, unas por viudedad, otras porque no han encontrado una media naranja en su vida o tras una ruptura amorosa, y unas terceras por propia voluntad,porque nunca quisieron sacrificar su independencia. O por aterrizar en una nueva ciudad o quizás por bancarrota. Entre estos solitarios hay muchos que por su avanzada edad, su salud de hierro, han sobrevivido a sus familias, a sus amigos, a los que han ido despidiendo por el camino hasta quedarse desesperadamente solos, hasta no tener a nadie a quien abrazar o para compartir una palabra. En Inglaterra hablan de un 14 por ciento, nueve millones de británicos que viven solos, y la preocupación por este nuevo fenómeno es tal que han creado una Secretaría de Estado para la Soledad cuando, entre otros datos, una encuesta reveló que unos 200.000 llevaban más de un mes sin tener una conversación con nadie. ¿Eso es muy trágico? ¿No será una dolencia típica de países avanzados que en el Tercer Mundo ni se tiene en cuenta, urgidos sus ciudadanos por problemas más básicos como comer y dar de comer a los suyos todos los días? Bueno, es peor realmente el hambre, la pobreza, vivir en la calles, aunque hay una autora, Susan Pinker, psicóloga de masas, que afirma que el contacto social es crucial para nuestra supervivencia y que sentirse solo es tan doloroso como estar terriblemente hambriento o sediento. Mi sentido común, que es el que aplico a falta de conocimientos académicos sobre la materia, me dice que exagera, que la soledad nos acompañó a lo largo de la historia y antes mucho más que ahora, pero ella agrava sus afirmaciones y recurre a un estudio serio y referencial en el que se descubrió que el contacto social enciende y apaga los genes que regulan nuestra respuesta inmunitaria al cáncer y a la tasa de crecimiento tumoral. O sea que los que sufren "terriblemente" de soledad tienen una ventaja: pueden morirse antes.

El de la soledad es un tema viejo y recurrente porque ya en 1931 un poeta llamado Jorge Carrera, lo manifiesta en el primer capítulo, "Las soledades de las ciudades", de su libro El tiempo manual: "Fronteras vivas se levantan/ a un paso de mis pasos", escribe alertando sobre la enorme contradicción que caracteriza la vida de una ciudad moderna (¿qué escribiría hoy?), donde la lógica del trabajo, del mercado y la organización social, en lugar de la reunión, provoca la exclusión. Bueno, no creo que sea para tanto pero lo cierto es que en Inglaterra ya presentaron anuncios intitucionales en la televisión que apelaban a paliar la soledad de los ancianos.

Sin embargo, yo creo que la soledad, quizás menos evidente cuando años atrás existían sociedades patriarcales en las que la familia vivía junta o en la vecindad hasta la muerte, es una patología de ricos. Se sufre realmente, podrá doler mucho al alma, pero hay en el presente muchos elementos distractivos que la permiten ir driblando o enmascarando hasta la muerte, como la televisión misma erigida en objeto de compañía, o el mundo al que te abre y te comunica Internet aunque, paradójicamente, sea también una posibe fuente de soledad: comunicados con el mundo entero sin salir de una habitación oscura. Mientras la relación en el cuerpo a cuerpo sigue debilitándose, la relación a distancia, máscara a máscara, aumenta y prolifera, escribe Vicente Verdú. En todo caso, no seamos derrotistas. Yo estoy leyendo ahora un libro sobre pobres, humildes y miserables en la Edad Media y en esa etapa la soledad era un mal insignifcante que solo podía doler a los ociosos, a los ricos.

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