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Woody Allen, virtudes, delitos y pecados

Woody Allen, virtudes, delitos y pecados

Como cualquiera de sus numerosos fans europeos, yo también le debo algo a este Woody Allen sobre el que, en plena ochentena, semeja haber caído una maldición peor que la del Escorpión de Jade. Mi deuda data de una secuencia de "Toma el dinero y corre" en la que su personaje, empeñado en robar las valiosas piezas de una joyería, acaba llevándose el cristal que ha recortado cuidadosamente del escaparate. En aquellos tiempos, Allen era considerado únicamente un humorista (¡casi nada!) pero al paso de los años, se le ha encumbrado a la altura de un cineasta (un autor) que, sin dejar de apelar a la risa y a la sonrisa, piensa e invita a pensar, cualidad ésta que nunca le han perdonado algunos de sus compatriotas, que ahora ven en él la encarnación del mismísmo demonio acosador y pederasta.

Entre los seguidores masculinos de Woody Allen, existe una curiosa coincidencia, cual es la de señalar que una de sus películas favoritas es "Sueños de seductor", excelente film que, como saben quienes lo han visto varias veces y tienen el vicio de reflexionar, va mucho más allá que la mera parodia del legendario personaje encarnado por Humphrey Bogart en sus perfiles más duros.

Ellas, es decir, las mujeres, acostumbran a reírse mucho con el aprendiz de Bogart que Woody interpreta. Nosotros, en cambio,nos reímos menos. Es más, creo que los hay incluso que no se ríen nada, sobre todo en el primer vistazo. Y no lo hacen (hacemos) porque, en el fondo, en ese seductor "ridículo" topamos con nuestra propia imagen ante el espejo. La mayoría de los varones solemos, objetivamente, hacer el ridículo cada vez que intentamos seducir a la mujer de nuestros sueños mas, para consolarnos, Allen nos enseña que, hagamos lo que hagamos, siempre y cuando no dejemos de ser nosotros mismos, tendremos muchas más posibilidades de alcanzar nuestra meta y colmar nuestros deseos que si optamos por esforzarnos en ser alguien que en realidad no somos.

Este mensaje, que es el que reivindico por derecho, se repite en la práctica totalidad de la obra cinematográfica, literaria y hasta musical de Woody Allen que, en verdad, es ante todo un canto a la vida, al vivir y a aceptarse tal cual uno es. ¿Qué con eso tampoco vamos a ninguna parte y fracasamos? Bueno, pues vale, seremos unos ilusos, porque seguimos soñando con que siempre nos quedará París.Cierto que esto parece ridículo pero, qué diablos, es nuestro ridículo, como el sueño del seductor que llevamos dentro, ese en el que Lauren Bacall se asoma y te susurra al oído: "Si quieres algo de mí, no tienes más que silbar".

Pase lo que pase, mi Woody Allen siempre será éste, el que me ha hecho salir de los cines con las pilas cargadas de ilusión y, aunque no pueda decir que lo que haga en su vida privada no me importe, prefiero quedarme con sus virtudes antes que con sus vicios o, como diría él,con sus delitos y pecados.

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