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Inés Ollero, el caso que destapó un genocidio

La denuncia del secuestro de la joven ourensana fue pionera en la megacausa seguida contra los crímenes de la Esma durante la dictadura en Argentina, proceso saldado hace unos días con 48 sentencias, 29 de cadena perpetua

Portada de la revista Quorum (11 de febrero de 1983).

A la entrada de la noche de 19 de julio de 1977, la joven Inés Ollero tomaba como de costumbre uno de los autobuses urbanos de Buenos Aires para regresar a su casa. Aquel día le tocó de nuevo el Interno 13 de la Línea 187 que, como casi siempre, estaba íntegramente ocupado por trabajadores que, al igual que ella, cumplimentada la jornada laboral, volvían a sus residencias. Antes de llegar a los límites de la capital, entre las avenidas Constituyentes y Albarellos, el autobús realizaba una parada en la que se subían numerosos empleados de una importante fábrica de telas, de nombre Grafa. Pero aquella noche, al llegar, una patrulla de la Policía Federal, sospechosamente acompañada por un "grupo armado" en principio de origen desconocido, accede al vehículo y fija su atención en Inés, a quien proceden a detener bajo la excusa de llevar consigo tres ejemplares de unos libros considerados subversivos.

Los asaltantes ordenan al conductor redirigir su ruta hacia el edificio de la Escuela Mecánica de la Armada y, una vez allí, la empujan a entrar en las instalaciones de la Esma mientras el bus reanuda su línea habitual. Entre los pasajeros, aún hubo quien se atrevió a girar la cabeza: aquella fue la última vez que se la vio viva.

La denuncia de la desaparición de Inés Ollero no fue la primera que se efectuó durante la vigencia de la dictadura militar argentina (1977-1983), pero el empeño de su padre y su madre la convirtieron en un caso emblemático y pionero, pues supuso el primer Habeas Corpus declarado en plena dictadura. De hecho, en 1980, un informe de la Comisión Iberoamericana dictaminó que "Existen pruebas suficientes de que la señorita Ollero fue detenida ilegalmente en un operativo realizado por la Esma". Todo un serio toque de atención internacional a un régimen, ya con síntomas de hedor a podredumbre, que sin embagro todavía resistiría tres años más.

El Habeas Corpus es institución jurídica que persigue "evitar los arrestos y detenciones arbitrarias" asegurando los derechos básicos de la persona, como son estar vivo y consciente, ser escuchado por la justicia y poder saber de qué se le acusa. Para ello existe la obligación de presentar a todo detenido en un plazo preventivo determinado ante el juez de instrucción, que podría ordenar la libertad inmediata del detenido si no encontrara motivo suficiente de arresto. El el de Inés y el un dirigente sindical también "desaparecido" fueron los primeros casos aceptados por la Justicia argentina, pero hasta llegar ahí César aún tuvo que sortear todo tipo de impedimentos, de trabas impuestas por el régimen, en aquella altura presidido por el general Videla.

Inés Ollero fue muy recordada el pasado miércoles, 30 de noviembre, cuando el tribunal que juzgaba el genocidio de la Escuela de Máquinas de la Armada argentina dictó 48 condenas, 29 de ellas a cadena perpetua, entre los acusados. Para su familia y amigos, la satisfacción (incompleta) de que, por fin,se había hecho justicia, pero un triste desconsuelo a fin de cuentas ante el fatal destino de su niña: tal vez torturada hasta morir, quizás narcotizada y después tirada al vacío desde uno de aquellos "aviones de la muerte"...o las dos cosas a la vez.

Inés era hija de Luisa Esther López y del emigrante y exiliado ourensano César Ollero, obrero republicano de afiliación comunista que había estado preso en un campo de concentración del que,una vez liberado, había emprendido una nueva vida en Buenos Aires. A principios de la década de los 70, Inés, estudiante de inglés y piano, muy aficionada a la literatura, era una joven bella, inteligente y comprometida; siguiendo los pasos de su padre, decidió afiliarse a la Juventud Comunista de Argentina, donde muy pronto demostró unas cualidades carismáticas. Vivía en la residencia familiar, con sus padres y hermana, Silvia, en el barrio de San Andrés, a las afueras de de la capital.

El día en que fue secuestrada, había tenido una reunión de literatura entre miembros del PCA en un bar entre la calle Corrientes y Medrano, por eso llevaba consigo un paquete con libros de Rodolfo Ghioldi, por cierto muy críticos con el Eurocomunismo que en España preconizaba Santiago Carrillo.

Aquella reunión terminó a las nueve de la noche y el trayecto entre el bar y la vivienda de los Ollero duraba aproximadamente una hora. Pero pasaban de las diez, de las diez y media, de las once...Inés no llegaba y su padre ya se temía lo peor; consciente de que la militancia de su hija podría causarle graves problemas, comienza a llamar a todos los compañeros de partido, pero nadie sabe nada. Decide ponerse en acción y, tras varias pesquisas, consigue localizar al conductor del autobús, que le confiesa haber visto cómo se habían llevado a la fuerza a aquella joven, a la que él conocía "porque nos encontrábamos muy a menudo en el colectivo, ya que ella viajaba por la noche a una hora que coincidía comn mi recorrido de chófer". A este testimonio, César Ollero y su abogado, Jaime Nuguer, de la Liga por los Derechos del Hombre, sumaron 15 más, todos ellos pasajeros del nefasto viaje del Interno 13.

Quien era novio de Inés, el vigués Lois Perez Leira,que había regresado a España, cuenta que en sus cartas su compañera sentimental ya le había contado "la dramática situación de represión que se vivía en Argentina", así que, cuando desapareció, Leira volvió lo más pronto que pudo al país sudamericano para "echar una mano".

Una de las peores situaciones por las que tuvo que pasar César Ollero fue la de tener que entrevistarse con quien estaba seguro que era el máximo responsable del secuestro y posible asesinato de su hija, el vicealmirante Rubén Jacinto Chamorro, el mismísimo director de la Esma. Hasta las puertas de entrada de la Escuela lo acompañó Pérez Leira: "Recuerdo -dice- ver bajar a César del pequeño Fiat que nos trasladó hasta aquel lugar, con su carpeta bajo el brazo, cruzando la avenida y caminando casi 70 metros hasta perderle de vista cuando atravesó la puerta principal de la Esma. Años después, el propio Ollero contó lo que había sucedido en esa entrevista en la que, entre otras cosas, le espetó a Chamorro: "¡Estando aquí con usted me siento más cerca de mi hija!", dándole a entender que sabía perfectamente que Inés estaba, o había estado, en ese recinto".

El vicealmirante Chamorro no estuvo en el banquillo de los acusados del sumario del genocidio de la Sesma, aunque en 1984 había sido el único detenido en vinculación con los crímenes cometidos en ese lugar. Murió a causa de un ataque cardíaco el 2 de junio de 1986, antes de poder ser juzgado por los cargos que tenía en su contra.

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