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Blues de la frontera

El hombre que inoxidó a la muerte

El hombre que inoxidó a la muerte

Sospecho que ha sido la presentación esta semana del libro "Esencias de Pontevedra" del compañero y colaborador de esta casa, Rafael López Torre, lo que me ha avivado el recuerdo de John Ballan, uno de los más singulares personajes de la capital de la provincia y su comarca.

Mis recuerdos sobre John me trasladan en primera instancia a mis años de estudiante de Periodismo en Madrid cuando, con sus apariciones en aquella televisión de B/N, España entera supo de la existencia de aquel estrafalario cowboy del NorthWest al que invitaron a visitar Washington y Nueva York para grabar un programa emitido en prime time. Me acuerdo de que no escasos compañeros de la Facultad me preguntaron, extrañados, de dónde demontres había salido aquel gallego tan singular que tanto quería parecerse a John Wayne y que, sin saber inglés, lo inventaba de tal manera que semejaba hablarlo con tan inusitada soltura cual inequívoco acento yanqui.

Escuché entre mis amigos opiniones para todos los gustos; los había que no se creían nada de aquella historia, que intuían que todo era un montaje, y hasta los que consideraban que a John poco menos que lo habían liberado de un Psiquiátrico. Me costó hacerles entender que John era en realidad un artista, pero no un artista cualquiera, sino un artista las veinticuatro horas del día, los sietes días a la semana y los doce meses del año.

En las tierras fronterizas que unen y separan el Morrazo del monte Liboreiro de la Pontevedra del río Lerez, la estampa vaquera de John Ballan formó parte del paisaje desde que la memoria me alcanza. Particularmente habitual era encontrarle en los "coches de línea" de La Unión que se dirigían a Cangas y Bueu, aunque él siempre se bajase en Seixo, no sin antes haber departido amistosamente con el conductor, el encargado de expender los billetes ("¡Para en la próxima!") y las peixeiras que regresaban de regatear sardinas y fanecas, chinchos y chipirones, en la plaza de abastos pontevedresa.

También ejerció de atracción de las verbenas nocturnas de los contornos. En sus actuaciones, lo mismo interpretaba el papel de hombre orquesta, con la escoba de instrumento solista, que escenificaba gags inspirados en los clásicos del cine del Oeste, género en el que se le notaba debilidad por el Clint Eastwood que Sergio Leone se sacó de la manga cuando parió el spaghetti western.

Ahora echo de menos verle pasear por la calle y detenerse en la taberna de la plaza principal para departir con el barman, flirtear con la camarera del saloon o disparar sobre el pianista, pero me sobrepongo haciéndome a la idea de que por fin ha logrado instalarse de sheriff en Dodge City, y que desde allí continúa silbándole a la vida una melodía que suena a "La muerte es inoxidable", título de uno de sus monólgos y el adjetivo más genial que jamás he escuchado adjudicarle a la parca...Y, sí, es de la autoría de Manuel Outeda, alias John Ballan.

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