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SÁLVESE QUIEN PUEDA

A ver si es un trastorno colectivo de ricos

A ver si es un trastorno colectivo de ricos

Hay palabras repetidas que producen fascinación, aunque no sepamos muchos por qué salvo los fascinados. Son palabras con aureolas mágicas como república, revolución, nacionalismo, independentismo... que tanta seducción producen en los que las proclaman que es pérdida de tiempo intentar que al menos revisen la virtualidad de sus significados. Palabras que idealizan un pasado o invocan una Arcadia futura ¿Revolución? Veremos de qué y para qué. ¿República española? La memoria de unos la exaltan, la de otros la aborrecen y la de unos teceros que no la vivieron la reinventan o recrean a su modo y manera. ¿República Independiente de Cataluña? Una apuesta que sorprende porque la sostiene una comunidad que, a pesar de ser culta y preparada, no ha generado un corpus teórico que le dé a tal aspiración un fundamento racional ni un debate de altura intelectual. Nada extraño. Llevo años siguiendo atentamente el proceso soberanista, leyendo obstinadamente los artículos que salen sobre el mismo, recortándolos incluso, y la altura intelectual de quienes la defienden es minúscula en contraste con la de sus críticos. Tampoco hay que engañarse, no lo precisan: los nacionalismos independentistas no se sostienen en el rigor crítico sino en esa infraestructura subterránea de los sentimientos.

¿Parecería serio hablar de un reblandecimiento del cerebro, un daño cerebral adquirido como lo definió Jorge M. Reverte para explicar que cientos de miles de afectados por esta ilusión obsesiva, gentes cultas y de bien, sigan votando lo mismo aún sabiendo que es un suicidio colectivo, que ya no hay lugar para el autoengaño? Bueno, es un modo de explicarlo metafóricamente, una simplificación perversa que valdría para el nacionalismo español. ¿Será, como dice el sociólogo Javier Barraycoam, que el nacionalismo independentista es una neurosis tóxica que se transmite con facilidad? Es otro modo de decirlo, quizás nada serio sociológicamente, pero muy ilustrativo. El hecho es que en España nos encontramos con dos millones de ciudadanos que quieren apoderarse de lo que consideran territorio propio en virtud de no sé qué largas ocupaciones históricas que dicen que lo justifica. Dos millones de ciudadanos no quieren saber que con las fronteras no se juega, que no es tan fácil como cambiarse de calzoncillos o votar más o menos, sino algo tan traumático que lleva a desastres ya ratificados sobradamente por la historia, igual que esos referendums propuestos en nombre de una especie de democracia de saldo, muy apetecidos por dictadores como Franco, y que podrían dar pie a que el viejo continente acabe siendo un archipiélago de paisitos a los que llaman naciones.

Uno, en su simpleza, cree que nada de esto sale gratis. Como leí en la página del militante blog Dolça Catalunya, "al final las capacidades mentales se deterioran, intoxicadas en el bucle de odio y victimismo que alimenta el separatismo. Y entonces aparecen esperpentos como éste, gente que lo confunde todo, incapaz del más mínimo razonamiento, alérgicos a la lógica". Así como con la CUP se sabe que solo funcionaría un exorcismo, con ellos uno duda si precisan más de terapias relacionados con la psicología de masas. por no hablar de psiquiatría. Es difícil entender que no haya trastornos masivos de alguna índole cuando se acepta la dirección de políticos que razonan de manera cada vez más precaria, como si se les hubiera amojamado el cerebro.

Es una paradoja que desconcierta ver al pueblo de España más avanzado en su educación, en la ciencia, en su cercanía a Europa, ese pueblo hasta ahora admirado y querido por el resto de los españoles bromas tópicas aparte, avanzadilla del diseño y la comunicación, generando imágenes disparatadas de índole tribal: cientos de alcaldes blandiendo bastones a modo de lanzas, caceroladas domésticas, políticos aplaudiéndose entre ellos obsesivamente ya que nadie les aplaude fuera, gritos repetitivos onomatopéyicos de primigenias evocaciones africanas, gentes que desfilan al unísono como poseídas bajo banderas, espoleadas por cánticos como los carlistas el Oriamendi en la guerra civil, aunque ni por Dios, ni la patria española ni el rey. ¿Qué es esto? ¿Un trastorno colectivo de ricos? Ellos quieren la república de Cataluña; puestos a pedir, pidamos de paso la abolición del trabajo.

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