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Los niños de la escollera

Niños inmigrantes en Melilla. // José Palazóm

Lo recuerdo bien. Caía el sol. El día se desvanecía y pausadamente le cedía el relevo a la noche.

Las olas del mar irrumpían furiosas contra los espigones del puerto, se fraccionaban en minúsculas partículas de agua blanquecina. Poco a poco, el bullicio de la ciudad se tamizó entre la marea y se transformó en silencio. Melilla reposaba tranquila.

A escasos metros de la antigua muralla, como salido de entre las rocas, un murmullo de voces rompió el aparente sosiego. Eran voces de niños; el aullido enmudecido de unos 100 menores extranjeros no acompañados.

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Poco o nada se sabe de ellos. Nadie los ve, a pesar de su evidente presencia. Si desaparecen, nadie los reclamará. Si mueren, nadie los repatriará. Están solos, son invisibles. Únicamente, las manos desinteresadas de algunos voluntarios y el trabajo de las ONG locales aportan calor y humanidad al frío de sus noches.

Son los "MENA", acrónimo que oculta bajo sus siglas desamparo y soledad. Pequeños de entre 8 y 17 años con caparazones de adultos.

En las escolleras, han construido su hogar, su humilde fábrica de sueños: un lugar en el que los deseos e ilusiones vuelan libres. Desde allí, otean el horizonte y escudriñan la salida de los barcos. Por cada ferry que zarpa, un sueño; por cada camión que accede a las dársenas, una oportunidad de poner rumbo a la Península.

Para poder llegar, se ocultan como polizones en las embarcaciones atracadas en el muelle. Lo intentan las veces que resulten necesarias, aunque con ello desafíen a la muerte. Camuflados en los bajos de los camiones, escondidos en contenedores de cemento buscando el aire a través de un pequeño tubo, u ocultos entre la chatarra?. todo vale para alcanzar sus anhelos.

Yunteros del siglo XXI

En los últimos años, he tenido la oportunidad de trabajar, como cooperante, en diferentes campos de refugiados en Grecia y, de embarcarme, como socorrista, en varias misiones de salvamento marítimo en el Mediterráneo Central. En todos estos lugares he conocido cientos de personas en situación de extremo sufrimiento; hombres, mujeres y niños que me han acercado al abismo de las injusticias de este mundo. Sin embargo, nunca imaginé que, en mi propio país, hubiese niños con ese quebranto.

Fue a raíz de una estancia en Melilla, de la mano de la ONG Prodein cuando me acerqué a esa realidad. El panorama era desolador: pequeños abandonados en la calle sin escolarizar, sin acceso a alimentación ni asistencia sanitaria adecuadas.

Impactada por lo que se abría ante mis ojos, decidí acompañar a los voluntarios al reparto nocturno de alimentos a pie de la muralla. De repente, como salidos de la nada, empezaron aparecer. Todo era reñido, lo más primario, el pan, los huevos, la leche.... Los brazos se extendían suplicando comida. Unos, los más pequeños, inhalaban pegamento, otros, se empujaban para conseguir la ración más grande. Niños yunteros del siglo XXI. "A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido", escribía el poeta Miguel Hernández.

¿Cómo es posible que esto ocurra en España? ¿Por qué nuestro Estado, estando obligado, no los protege?

Por ley

De conformidad con la Convención sobre los Derechos de los Niños ("CDN"), los MENA son "niños". Como tales, han de ostentar de los mismos derechos y en las mismas condiciones que los nacidos en España, siendo obligación del Estado tomar las medidas apropiadas para garantizar su bienestar. En el mismo sentido, la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor ("LOPJM"), establece como destinatarios de la protección de los Poderes Públicos a "los menores de dieciocho años que se encuentren en territorio español."

Lo anterior significa que, con independencia de su origen, la Administración ha de asumir la tutela en los casos de desamparo. Tratarles como niños no es una cuestión de solidaridad, sino que responde al estricto cumplimiento de la ley y de los mandatos internacionales.

En el caso de los que llegan a Melilla, la tutela la ostenta la Consejería de Bienestar, mientras la guarda, la asumen los centros de protección residenciales La Purísima, Gota de Leche y La Divina Infantita. Las mencionadas instituciones tienen, por lo tanto, al igual que los padres con sus hijos, el deber de velar por su cuidado hasta la mayoría de edad.

Un lugar no apto

En la actualidad, se estima que alrededor de 540 MENA residen en Melilla. De esta cifra, 440 se encuentran repartidos entre los ya citados centros. El resto, entre 50 y 100, han abandonado las residencias asignadas y vagan a su suerte por las calles.

El Centro de Protección La Purísima es la principal institución de acogida. Se trata de un antiguo fuerte militar ubicado a las afueras de la ciudad, a escasos kilómetros de la frontera con Marruecos. Este centro tiene capacidad para acoger 180 menores, si bien, en la actualidad, alberga a más de 300 en dudosas condiciones de habitabilidad.

Tanto es así que, el Defensor del Pueblo, en su informe anual "Los niños y los adolescentes en el informe del Defensor del Pueblo" (2015), alertó del alto grado de ocupación del mismo, muy por encima de su nivel máximo, y de la necesidad de implementar programas de intervención social con los menores que pernoctan en la calle.

Asimismo, han sido muchas las ONG y entidades (Save The Children, Prodein, Harraga, Universidad Pontificia Comillas, entre otras) que, alarmadas ante estas circunstancias, han elaborado prolijos informes denunciando, entre otras cuestiones, la sobresaturación de La Purísima y los presuntos abusos por parte de los propios educadores.

Por su parte, el Comité de Derechos del Niño ("CDN"), ha efectuado reiteradas advertencias a España sobre la inobservancia de los compromisos internacionales en relación con los MENA.

Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación y de las obligaciones legales que incumben a la Consejería de Bienestar como tutora y al centro La Purísima como guardadora, hasta la fecha, poco o nada se ha hecho para garantizar el respeto de sus derechos. Lamentablemente, los MENA siguen siendo "no niños". Es evidente que la Ley no se materializa en las acciones institucionales y que su estatus migratorio prima sobre su condición de menores.

Sin derechos

Para que puedan ser localizados e identificados de forma efectiva, es necesario que todos los MENA que se hallen en España sean inscritos en el Registro de Menores Extranjeros No Acompañados ("RMENA").

Asimismo, es preciso que se les facilite la documentación preceptiva, fundamentalmente, el permiso de trabajo a los 16 años y el permiso de residencia al cumplir la mayoría de edad.

Sin embargo, la práctica, dista notablemente del deber documental que pesa sobre las instituciones. Son muchos los que viven al raso y muy pocos los que tienen documentación. Y también son muchos los que son expulsados al cumplir la mayoría de edad, al carecer de residencia legal.

Da la impresión de que las Autoridades, inquietadas por el denominado "efecto llamada", prefieren incumplir sus obligaciones y dejarlos en un limbo legal. Privar a una persona de documentos es negarle la identidad, vedarle la oportunidad de integrarse.

Existen y están aquí

El modo de tratar a los extranjeros que llegan a nuestras fronteras en busca de seguridad, define los rasgos morales de nuestro país. Pero la manera de asistir a los niños evidencia, aún más, nuestra humanidad como nación.

La situación de los MENA pone en evidencia las anomalías de nuestro sistema de protección. Si bien es verdad que los centros están desbordados, estas deficiencias no pueden pesar sobre sus derechos, sino que deben establecerse las adaptaciones necesarias para que el modelo salvaguarde a aquellos que se encuentran a la intemperie física y jurídica.

Mientras la miseria y el hambre sigan empujando, no habrá control fronterizo, valla o concertina que pare a estos niños. Es cierto que son sus propios países de origen quienes han de ofrecer las soluciones pertinentes, sin embargo, lo anterior no puede servir de pretexto a nuestras instituciones para negarles amparo.

Si las obligaciones derivadas de la tutela y guarda de la Administración son equiparables a las que tienen los padres con sus hijos, ¿por qué nos indignamos cuando son abandonados por sus progenitores, pero, en cambio, desviamos la mirada cuando se trata del Estado?

Han pasado los días y regreso a la Península. La noche coge el relevo al día y las primeras luces iluminan las calles. A través de la ventanilla del avión, admiro la belleza de Melilla. En un intento imposible, trato de buscarlos. No los veo, pero ahora, sé que están ahí. Para mí ya no son invisibles.

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