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César Portela Premio | Nacional de Arquitectura

"La naturaleza y el entorno son dos elementos más de mis obras"

"Cuando me encargaron el Museo del Mar en Vigo me asaltaron recuerdos de mis corerrías infantiles en la costa de Raxó, Portocelo, Mogor y Aguete"

Viajero por vocación y necesidades profesiones, estuvo en 37 países en los 5 continentes. Aquí, en un viaje a México en 1984.// Archivo familiar

Aquel niño que jugaba a las orillas del Lérez, que estudiaba en el Valle Inclán de Pontevedra y de vez en cuando hacía novillos con los suyos embarcando en A Moureira para bañarse en A Puntada, se convirtió en un arquitecto referencial que llegó a ganar el Nacional de Arquitectura; que puso su obra allende las fronteras, incluso en tierras antaño de Misión, y no dio abasto en las suyas; aunque, por encima de todo, nunca fue capaz de dejar su mar de Pontevedra. César Portela Fernández-Jardón es uno de los grandes de la arquitectura española contemporánea. Doctor en Arquitectura y ex catedrático de Proyectos Arquitectónicos en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña, entre sus proyectos más destacados están la Domus-Casa do Home (A Coruña, 1995, en colaboración con Arata Isozaki), el faro de punta Nariga (Malpica, 1995), el cementerio de Fisterra (2002), el Museo do Mar de Vigo (2002, con Aldo Rossi) o el Palacio de Congresos Mar de Vigo (2010), aunque sería la Estación Central de Valencia la que le daría el más apetecido y prestigioso premio nacional de su gremio. Padre de 3 hijos, para él los materiales son a la arquitectura lo que las palabras a la literatura y la obra no solo debe producir placer por sí sola sino que debe integrarse con armonía en el medio en el que la inserta la mano del hombre. Es un hombre de talante escuchador, humilde aunque le hayan llamado estrella, reflexivo y cortés hasta la médula. No solo su arquitectura: su pluma es sorprendente por lo diáfana.

La primera memoria. "Nací en 1937, años de guerra, y para mí es una memoria muy importante porque la asocio a las cartillas de racionamiento, a un padre republicano, a una época muy dura pero al tiempo dotada de un ansia por sobrevivir. Mi padre era aparejador, también un gran dibujante que colaboró mucho en FARO con la firma Portela. Vivía en Madrid porque mi abuelo trabajaba para un Ministerio allí. Mi madre era asturiana. En un viaje a Pontevedra de ambos les cogió en esta ciudad el levantamiento militar y se quedaron aquí. La verdad es que tuve un paraíso como infancia. Recuerdo los inviernos, que pasábamos en el Instituto Valle Inclán combinando el estudio con el juego siempre al aire libre. Teníamos unos buenos profesores, algunos represaliados tras la guerra como don Mariano, que nos daba Ciencias y había sido profesor universitario durante la República; estaba Aquilino Iglesias Alvariño, estupendo; Filgueira Valverde, muy bueno en Literatura aunque anduviera liado como alcalde; Julián Álvarez Villar, de Geografía e Historia, que conseguía seducirnos de tal modo que todos quisiéramos estudiar su carrera de mayores€"

Hijos del Lérez. "De chavales corríamos por todas partes. Yo vivía en la orilla del río Lérez, junto a la lonja de pescados y plaza de abastos, que entonces era un espacio muy vital. Nos movíamos por pandillas y cada una tenía una plaza, como la de la Leña, las Verduras€ Yo era de la de Valentín García Escudero pero, al final de la tarde, todos coincidíamos en la plaza de la Herrería. Íbamos mucho a bañarnos al río en verano y no me olvido de aquel señor Bernardo que había navegado todos los mares y, al final de su vida, ejercía de barquero y nos transportaba a remo desde el muelle de A Moureira a la Puntada, donde nos bañábamos los meses de abril y mayo, haciendo novillos con alguna clase".

De correrías infantiles. "Cuando me encargaron el proyecto del Museo del Mar me asaltaron recuerdos de mi infancia y juventud relacionados con el mar, no solo de lecturas de aventuras de navegación, sino de mis propias correrías infantiles compartidas con hijos de marineros, recuerdos de cuando al atardecer pasaba, frente a la costa de Raxó, la flotilla de traineras de Combarro, que nosotros veíamos desde Punta Sinás, o su retorno perseguidos por bandadas de gaviotas tras su pescado; recuerdos de cuando yo y mis amigos ayudábamos a largar la rapeta y a recogerla en la playa de Pampaidó, en Raxó, y del quiñón de pescado que nos repartían y que le entregábamos con orgullo a nuestras madres; de los paseos veraniegos por el borde litoral entre las playas de Portocelo, Mogor y Aguete, saltando de roca en roca, entre cangrejos, nécoras, centollos o bois que las habitaban..."

A la Universidad. "El salto a la Universidad fue mi primer despegue y fue un gran salto porque la relación que tenía con la familia y Pontevedra era muy intensa, muy fraternal. No tenía muy claro si mi futuro era ser arquitecto, director de cine o marino pero, por si acaso no le salían las cuentas a mis padres, el verano siguiente a la aprobación de la Reválida me lo pasé aprendiendo a escribir a máquina por sí tenía que acabar presentándome a una oposición. Ir a Madrid fue como si te soltaran en paracaídas en un lugar extraño. Mis padres no tenían dinero sobrado, lo que iba obteniendo mi padre por obra hasta la siguiente, y a ello tuve que acomodarme. Hace 50 años estudiar Arquitectura exigía gran esfuerzo económico para una familia media. Allí descubrí un mundo nuevo de museos, conciertos, teatros€pero me fui a hacer el primer curso a Barcelona porque en la ciudad condal había profesores que me interesaban. Acabado primero volví a Madrid, en Quinto volví a Barcelona y acabé mi doctorado en Madrid".

Saber motivar. "Todos tenemos capacidad para aprender por nuestra cuenta, lo que hace falta son maestros que sepan motivarnos. En el caso de los estudiantes de arquitectura sería llevarlos a un pueblo, ver cómo vive la gente allí, comprobar que la arquitectura no es un arte ensimismado sino que tiene esa faceta social que la justifica, que la convierte en un arte social que busca confortabilidad, seguridad€ Yo estudié aquí y allá y, al acabar la carrera, en 1968- 69, tenía por una parte la ventaja de que mi padre era del ramo de la construcción pero, por otra, yo barruntaba ya una idea de la arquitectura, sabía que, aparte de tener una escala humana para que la gente se sienta a gusto, tiene otra territorial, tiene que integrarse en un territorio".

El mar, siempre el mar. "El mar fue para mí, siempre, una necesidad vital. Cuando terminé la carrera, en Madrid, un gran arquitecto, Fernando Higueras, me ofreció compartir su estudio y una de las razones que le di para rechazar tan generosa oferta fue que no podría vivir lejos del mar. Lo cierto es que tuve trabajo desde el principio porque cuando yo empecé había pocos arquitectos, no todos podían ir a la Universidad y la carrera era muy selectiva, en Pontevedra solo había cuatro o cinco. También admiré, acompañando a mi padre a las obras desde pequeño, el respeto que le tenían los trabajadores sin que él se creyera un pelo superior o inferior a nadie. Ese respeto por la profesión y el trabajo de los demás lo tuve yo siempre presente. Cuando adoptas una postura elitista solo tienes como referencia a los grandes figurones pero yo creo que puedes aprender del cartero, carpintero€ Aunque la verdad es que hoy en día tienes menos relación directa con trabajadores de la construcción porque la tecnología es más compleja y te permite reproducir en el estudio variables que antes exigían el desplazamiento a la obra, la charla con los que estaban allí, el vino que de repente tomabas con alguno de ellos.

Un punto y aparte. "En mi profesión hubo un punto y aparte. Yo me vine para Pontevedra porque me sentía más cerca del mar y rodeado de los míos y ahí están mis primeros trabajos. Un día de los años 90 gano un concurso en Andalucía, la estación de autobuses de Córdoba, y empiezo a tener encargos, ganó otros concursos fuera€ Me hago amigo de Aldo Rossi, una figura señera de la arquitectura mundial, tras traerlo a Galicia invitado por el Colegio de Arquitectos junto a otros notables. Conozco también a Isozaki, que gana el concurso para hacer el Domus de Coruña y puso como condición hacerlo conmigo; hago trabajos en Japón, gané concursos como la torre de control en la península del Sinaí en Egipto... En los años 90 yo me dividía entre los trabajos locales e internacionales. De Aldo Rossi nadie duda que fue un gran arquitecto y sus teorías acerca de la arquitectura y la ciudad quizás sean la aportación más importante a este campo de conocimiento, en la segunda mitad del siglo XX. Isozaki, uno de los más importantes arquitectos japoneses, también del siglo XX. Ricardo Boffil, un gran arquitecto catalán. Todos ellos grandes profesionales y excelentes personas de las cuáles aprendí mucho y disfruté, colaborando juntos en proyectos singulares. Y lo que es más importante, que empezamos a tratarnos, por motivos profesionales, y acabamos siendo grandes amigos".

La plataforma Cíes. "No puedo olvidarme de la experiencia de la Plataforma Cíes, que creamos en Pontevedra. En un congreso internacional nos pidieron una ponencia sobre Crecimiento versus subdesarrollo cuyos postulados aún están hoy vigentes. Planteábamos que el crecimiento no era siempre desarrollo y que debía planificarse con criterios de equilibrio, ecológicos€ Estaba Arturo Soria, Basilio García, Mario Gaviria... Eran otros tiempos, hoy hay muchos más arquitectos y, paradójicamente, no hay obras. Se depreció nuestra imagen por culpa de la falta de trabajo. Otro aspecto es el ansia que tiene todo el mundo por ser arquitecto estrella, que perjudica a la arquitectura, que no se debe hacer tanto para salir en la revista como para lograr esos objetivos que le dan razón".

El Premio Nacional. "En 1999 me dieron el Premio Nacional de Arquitectura por el edificio de la Estación de autobuses de Córdoba y lo recuerdo con muchísima alegría, pero no tanta como la que me produjo el saber que los vecinos, que vivían en los alrededores, bajaban a ella no a coger un autobús sino a sentarse en su patio central, porque decían que era el lugar más fresco de la ciudad y por eso acudían a encontrarse y charlar, a leer el periódico, a echar una partida de cartas o a tomar una cerveza, cuando el calor del verano hace de Córdoba la ciudad que alcanza las más altas temperaturas de toda España. A veces se crean grandes obras a los que no se les sabe dar uso adecuado, contenedores sin contenido. Es muy importante que la arquitectura no se entienda como un lujo. Por un lado hay unas necesidades constructivas que no se pueden satisfacer, no hay presupuesto para ello, y por otro los hay para hacer grandes obras que después no tienen uso. Lo cierto es que si repasamos mis obras, no solo el mar, sino también la naturaleza y el entorno se presentan como un elemento más, como un todo indivisible. Esos elementos me influyen de manera decisiva a la hora de desarrollar un proyecto. El esfuerzo por integrar esas obras en el medio ya sea marino, rural o urbano ha sido siempre una obsesión y un factor determinante a la hora de proyectarlos".

¿Y ahora? "Intento sacar todo el tiempo posible para mi profesión porque disfruto con ella pero, a la vez, puse frenos para que no me absorbiera la vida, que tiene más cosas que la profesión. Al paso de los años no tienes más remedio que saber elegir y no perder el tiempo con tonterías. Ese es el reto. Ahora, a mis 80, voy a dedicarme solo a las cosas que me parecen interesantes en arquitectura y compaginarlo con un buen vaso de vino entre amigos. A veces te desconectas del mundo y te obcecas, te encierras en tu profesión, y eso no es nada bueno ni para tu profesión ni para ti. Los viajes han sido importantes para mí, siempre fui muy viajero, desde el primer curso de Arquitectura en 1963 en que me fui con un amigo en plan mochilero y auto stop meses por Europa. Desde entonces ya no paré. Todos los viajes que hice por motivos profesionales obligan conocer todo lo posible el medio en el que construyes. Así conocí 37 países en los 5 continentes".

Mis dilectas

  • L as obras con las que me siento más realizado son el cementerio de Finisterre, el faro de punta Nariga, el Museo do Mar de Vigo o el arreglo que hice en las islas de San Simón y San Antonio. También me siento muy identificado con la estación de autobuses de Córdoba, el parque de los Toruños de Cádiz, el puente de Shinminatto en Japón o la Escuela de Bellas Artes de Ciudad Bolívar, en Venezuela. Son como los hijos, cada uno tiene su manera de ser pero los quieres a todos. La Estación Central de Valencia fue un gran reto por muchos motivos: por la escala que tenía el proyecto, ya que después de Atocha era la más grande de España y pasarían por ella 12 millones de personas al año; porque era muy complejo: hay tren de cercanías, tren regional, tren de alta velocidad, estaciones de metro, una estación de autobuses, un e World Trade Center... Sin embargo, mi visión del crecimiento va más allá de la obra bien hecha, ya que entiendo que debe integrarse con armonia en el medio.

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