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José María Naharro-Calderón: "El independentismo catalán y el Brexit son nuevos conservadurismos"

Naharro-Calderón, en el jardín de su residencia vacacional.

José María Naharro-Calderón, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Maryland, presidente de la Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos, nació en Madrid en 1953. Acaba de publicar un nuevo libro titulado "Entre alambradas y exilios. Sangrías de 'Españas' y terapias de Vichy".

-¿Por qué se fue a Estados Unidos?

-Me voy en 1970, ante la situación de la época, con una beca e inicio allí mi trabajo en el Hispanismo. Allí acabo mi doctorado y llevo 47 años de trabajo, formación y relación. Mi biografía me lleva a estudiar el exilio. Intento reconstruir una serie de falacias y de huecos en la historia.

-¿A qué falacias se refiere?

-Por ejemplo, a que este país que yo llamo las Españas es un país de países. Es complejísimo, tiene pasados diversos, pero también comunes. Tenemos que conocer todo eso para saber gestionar el presente.

-¿Nación de naciones, como dice Pedro Sánchez?

-Eso es un chascarrillo que no se cree ni él. No es fácil dar respuestas a un país que no llega a cohesionarse en el sentido jacobino.

-¿Por qué España no acaba de cuajar?

-Esa es la pregunta del millón. La Guerra Civil marca un antes y un después, rompe el proyecto republicano de modernidad, ya imaginada en la Constitución de 1812. Hoy hay mucha gente que es republicana, pero ¿de qué república, unitaria, federal...? ¿La república catalana será, socialista, socialdemócrata, liberal...? ¿Qué respuesta se darán a los problemas reales de las personas? La nación no es la respuesta. No estamos ya en un mundo de estados-nación. Los nacionalismos nos han llevado a los peores escenarios bélicos de la historia. Europa se deshace en guerras de naciones. Entonces, diluyamos las naciones, respetando las diversidades. Hay que seguir creando estructuras comunes, porque sí compartimos civilizaciones comunes. Nosotros ya tuvimos guerras de religión y esta quedó aparcada, teóricamente en lugar secundario. Nos hemos convertido en comunidades de ciudadanos con derechos y obligaciones. Ese era el proyecto de la segunda república. Pero hubo problemas desde el principio, porque iba a ser una república federal, pero fue unitaria, lo que disgustó a algunos catalanes, vascos y gallegos; había unas izquierdas revolucionarias que no querían hacer concesiones, los anarquistas estaban contra la república burguesa...

-¿Quizá también la izquierda construyó una república "contra la derecha"?

-Sí, la derecha se sintió al margen de aquel proyecto desde el primer momento. Azaña quería una escuela laica y separación entre Iglesia y Estado, pero ¿cómo secularizar una sociedad dominada durante siglos por la religión? Mucha gente no se contentó con que un núcleo de intelectuales inteligentes, y a veces poco prácticos, creyera: "España ha dejado de ser católica". La república nació en un momento histórico muy difícil, de tensión enorme entre totalitarismos fascistas y comunistas y socialdemocracias que se iban diluyendo como azucarillos. Y el proyecto se frustra.

-¿Y hoy, tiene futuro España?

-Con matizaciones. No depende de la clase política, sino de la sociedad civil, que, pese a todo, es pujante. ¿Cómo no se va a beneficiar esta sociedad de lo que yo llamo "los treinta gloriosos", de 1977 a 2007, cuando hubo una inyección enorme, tres veces el Plan Marshall, a través de fondos europeos? Este país es diferente al de 1977. Las gentes son diferentes, están más formadas. Y eso da un poso enorme. Entiendo que a través de culturas que se basan en la lengua, fuente de identidad, la gente se sienta orgullosa de lo suyo. Hay que fomentar eso. No hay país en Europa como este, con esa riqueza. Solo que aquí estudia cada uno lo suyo, hasta la raya, cuando lo que hay que hacer es conocer al otro. Sal de tu frontera y verás que el otro no es muy diferente de ti. La unión es la que hace la fuerza, no la separación.

-Una parte de la sociedad reniega de esos "treinta gloriosos".

-No se puede hacer un salto de pértiga y decir que todo eso no ocurrió. Esos treinta años tuvieron sus problemas, pero fueron determinantes. Ahí está la esperanza. Uno de los problemas de las Españas es que no hay un símbolo de reunión común. Francia tiene su revolución el 14 de julio, Estados Unidos su día de la independencia el 4 de julio, y todo el mundo se reconoce. Aquí es la fiesta de tu pueblo... Pero hay momentos en los que las sociedades dan respuestas extraordinarias, que muestran la verdadera madera del país. Como el de los trenes de Atocha de 2004, los "trenes de la memoria", o ahora en Cataluña. ¿Cuál fue la respuesta de los ciudadanos de las Españas? No fue la de discriminar a una comunidad. Fue una gran respuesta, que viene, entre otras cosas, de treinta años en los que se le dijo a la gente que tenía derechos, a la vida, a la libertad... Hay un poso común del cual somos herederos. Por eso no entiendo que haya gente que quiera romperlo. ¿Cómo puede alguien decir que un señor de Cambrils es diferente de otro de Huelva? Pero si ambos creyeron en el cristianismo hoy secularizado por derechos que nacen en él, comen morcilla, beben vino en la taberna, despotrican de fulano... Esos son lugares comunes que formalizan la comunidad. Y las diferencias de lengua, ¡que son riqueza!, no son razón para que nos disputemos, ni nos separemos; al contrario, hay que buscar lugares comunes, porque es imposible que la respuesta a los grandes problemas de la globalización sea local.

-Hay quien prefiere buscar la división.

-Claro, porque hay separatistas y separadores, que beben en los mismos imaginarios. Las naciones son construcciones y no hay ningún nacionalismo mejor que otro.

-¿Y Europa, tiene futuro?

-Claro que sí. Semprún vio que en Weimar, en el lugar donde había habido un campo de concentración nazi hubo después otro para disidentes comunistas. Y dijo que allí, en la patria de Goethe, estaba el futuro de Europa, donde podíamos echar a andar y sobrepasar el horror de los totalitarismos y los nacionalismos. Y apuntó en sus memorias la fatua contra Salman Rushdie y dijo que el peligro venía por ahí: nacionalismo y fundamentalismo. La respuesta a ese peligro es Europa. Pero no solo la Europa de la libre circulación de capitales y materiales de consumo, sino la de la libre circulación de personas, también las que llegan a ella, evidentemente, con ciertos filtros que garanticen su ciudadanía secularizada. Es un proyecto factible todavía. Sí, habrá burócratas en Bruselas, pero tenemos la garantía de que si algo en un tribunal en España no nos convence, podemos plantear un recurso en Estrasburgo para que se respeten nuestros derechos. Hay un tribunal internacional de La Haya, una estructura de derechos... Hay una base extremadamente positiva.

-En su último libro se refiere a los campos de concentración franceses...

-En los años treinta Europa es un campo de refugiados. Y estos, poco a poco, empiezan a convertirse en un problema, en apátridas, en gente sin papeles. Uno es miembro de una nación cuando tiene la protección de ese estado-nación, en el momento en que lo pierde se convierte en carne de campo. Por eso la nación es una falacia. Y por eso buscar la creación de nuevas naciones no tiene ningún sentido. Al contrario, lo que tenemos que buscar es algún tipo de paraguas superior que nos entregue a todos ciertos derechos y ciertas garantías: Europa.

-¿Justo lo contrario al "Brexit" y al movimiento independentista de Cataluña?

-Absolutamente. Son nuevos conservadurismos, nuevos "medievalismos". Basados en falacias y en discursos construidos sobre arenas movedizas. No creo que sean respuestas positivas.

-¿Por qué no cita usted nunca por su nombre a Donald Trump?

-Me niego a hablar de este presidente. No es mío, no lo reconozco... Es el "Innombrable". Es una forma de que no contamine mentalmente mi libertad. El lenguaje sirve para nombrar, resistir, pero también para ocultar. Y hay formas de ocultar que son resistentes y otras que son manipuladoras.

-¿Por qué ganó Donald Trump?

-Por la complejidad política del país, con un sistema censitario, y por los equilibrios creados tras la independencia, que hicieron que los estados del Sur tuvieran más representación debido a los esclavos, lo que hace en ocasiones que, al controlar unos pocos estados "clave" o "bisagra", puedas ganar. Es lo que ocurrió.

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