Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MEMORIAS

Paco Santomé: "En mis 16 años de edil del PSOE aprendí algo crucial: saber escuchar"

"En la primera Corporación, sin dinero, estuvimos a punto de pagar el aceite de los camiones de la basura entre el alcalde y tres concejales, pero al final lo puso Leri"

Con Manuel Colmeiro, Elena Colmeiro y Puri del Palacio en 1986.

>> Estar 16 años en el poder municipal obliga a un difícil funambulismo y eso es lo que le tocó desde 1977 a Paco Santomé, cuando entró como concejal con Manuel Soto de alcalde en la primera Corporación democrática de Vigo. De ellos los primeros 12 años le tocó la Concejalía de Cultura en un tiempo en que había que cambiar modos y maneras heredadas de la anterior etapa, y los cuatro años restantes los pasó un área tan de fuego y metralla como la de Urbanismo. O sea que Santomé salió bien fogueado de aquella Corporación del cambio en que hubo que improvisar tantas cosas sin experiencia de poder ya que militaba en el PSOE y nunca se le había pasado por la cabeza que tendría que asumir tales responsabilidades. Antes, lo que le gustaba es el arte, pintar en todo el tiempo libre que tenía, y reunirse con toda la "nomenklatura" artística de aquel tiempo en el Eligio, desde Lodeiro a Sevillano, desde Barreiro a Laxeiro. Vuelto a la vida normal tras la experencia política, su despido del trabajo anterior le llevó por derroteros de inventiva empresarial que se le torcieron pero, ya jubilado, halló la paz en el cultivo de la huerta -lo sabe todo de tomates, pimientos... pero también de más complicados frutos de la tierra- y en la vuelta pasional a los pinceles. Su retiro trancurre, plácido y pictórico, allá por el camino que conduce de Vigo a Baiona, con el mar a la vista pero en medio de la naturaleza. Así cuenta su vida.

>> Mi primera memoria. En la villa de Bueu, que según dejó escrito Segundo Mariño, "de casas blancas sobre el mar, abrazada por montes que agudizan la sensibilidad y crea poetas y pintores", nace a las 23,30h en el día de San Fermín del año 48, Francisco Manuel, que para abreviar, pasaron a llamar Pacucho y de esta manera se me conoció, hasta cumplidos los 15 años. Las experiencias más desinhibidas que puedo recordar se agolpan en esos años, daba igual que estuviera solo o rodeado de amigos, siempre tenía cosas que hacer. Mi casa estaba en el Norte y todo lo que me rodeaba era interesante para mí. La misma atención me merecían las tripas de las ranas, los gorriones, las cañas indias o las vacalouras. Si algún secreto guardaban, era por poco tiempo; desde que me levantaba hasta la noche, solo tenía dos obligaciones fijas: ir a la escuela y sentarme a la mesa para comer, lo demás eran compromisos que compartía pero de los que no tenía que dar cuentas. Fueron momentos donde no contaban los obstáculos, solo las ganas y los sentimientos.

>> Hijos de la mar. Tenía un perro, de mi misma edad, que se llamaba Kay y para mí, era el mejor. Los perros y gatos vecinos no osaban, ni con el pensamiento, entrar en la finca. Mi padre era mecánico naval en el Mar Hispánico, que faenaba en el Gran Sol y solo estaba en casa 2 días al mes. Una noche, cenando con mi madre y con mi hermana, sentimos unos fuertes arañazos de perro en la puerta y dimos por supuesto de que eran de Kay, queriendo entrar. Después de hacerlo 3 veces, mi madre me mandó prenderlo. Me levanté y fui hasta su caseta que estaba abajo, al lado del corral. Cuando volví le dije que el perro había estado preso todo el tiempo. Mi madre, se quedó un rato mirándome fijamente y luego llamó con un grito a mi padre, que estaba en la mar, y rompió a llorar. Quise entender lo que sucedía y me quedé tan quieto como asustado. Unos minutos más tarde, oímos que abrían el portalón de la finca y llamaban a mi madre. Salimos y comprobamos que era Esther, una vecina, que venía a comunicarnos la muerte de su abuelo Cerviño€€silencio/lágrimas/alivio. En aquellos años aprendí muchas cosas, pero sobre todo, a respetar los sentimientos.

>> O vivir en Vigo, qué bonito é. 1963. Hay ocasiones en la vida que solo puedes valorar con la ayuda del tiempo. Lo que me sucedió en este año, tengo que verlo con esa perspectiva. En aquel caluroso verano, dejé atrás mi infancia y vine, para quedarme, a vivir a Vigo. El motivo fue comenzar mis estudios en la Escuela de Peritos. La ciudad que encontré era enorme y preciosa, pero estaba en construcción. Nos instalamos en la Avda. de Circunvalación (hoy Camelias) todavía sin finalizar en su extremo de Las Traviesas. El ayuntamiento continuaba en la plaza de La Constitución, el tranvía costaba una peseta, Cachamuiñas se asentaba en la pza. de España, el Flamingo en Príncipe y la librería de Julián Buceta, enfrente de la Cervantes, en Policarpo Sanz. Un Vigo de postal que muchos guardamos muy dentro. Como decía, llegaba convencido de que mi destino estaba en Peritos y trabajé duro para conseguirlo, pero muy pronto los Hados, que no yo, me llevaron por otros caminos: el primero fue entre lienzos y pinceles. Fueron años muy activos, para no variar, seguía estudiando, militaba en las JOC, entrenaba con La Atlética de Vigo, incluso he llegado a ser subcampeón provincial en 400 mts lisos, me empapaba de arte en la Biblioteca Jaime Solá, de la plaza de Compostela y además, pintaba. Así fue como llegó mi primera exposición individual, en la Sala de la Caja de Ahorros Municipal de Vigo.

>> Mi primera exposición. Era el 21 de setiembre del 67. Mi amigo Lodeiro, que siempre estuvo a mi lado, me había citado en el Eligio, con el fin de llevarme a las 12 a Radio Vigo para una entrevista con Francisco de Pablos. Daban las 11 y yo había llegado al lugar de encuentro y Lodeiro que no aparecía. Nervioso, transitaba de la puerta a la barra y de la barra a la puerta. A esto, un señor alto, con cara de Papá Noel, que estaba dentro, viéndome, se acercó para interesarse por mí. Le conté lo que me sucedía y me tranquilizó dándome ánimos. Agradecido y con un hilito de voz, le pregunté quién era y él volviéndose hacia mí, con una larga sonrisa que no olvidaré, me dijo: soy Urbano Lugrís. Lo que me recorrió el cuerpo en aquel momento, aunque lo intentara, nunca podría describirlo. Luego llegaron más exposiciones, individuales y colectivas, y me introduje de lleno en ese mundo fantástico del arte. Teníamos con frecuencia nuestras tertulias en el Aula Magna del Ateneo judío-masónico-anarquista de la Galicia profunda, que era el Eligio. No había tema de calle que allí no se discutiera y aprobábamos todo por unanimidad de los presentes, salvo Lodeiro, que por principios, siempre estaba en contra. Aquellos fueron y seguirán siendo mis grandes amigos, aunque algunos estén ausentes, entre ellos, Paco Mantecón. Como consecuencia de aquellos encuentros y del empeño del incansable Ángel Ilarri, surgieron las exposiciones al aire libre de La Princesa, que marcaron una época en la plástica gallega.

>> Al alba, al alba. Pero la ciudad continuaba con su propio latido y no todo era cultura. Las organizaciones sindicales hacían que los trabajadores manifestasen su malestar con fuertes protestas en la calle. En setiembre del 72, la Avenida del Fragoso, donde yo vivía, fue escenario de un enfrentamiento, nunca visto hasta entonces, entre los trabajadores de Citroën y los grises, que se saldó con innumerables heridos y muchos detenidos. Eran años convulsos, donde la dictadura daba los últimos coletazos. Los sábados por la tarde solía ir a Sárdoma, donde mi suegro Emilio tenía su taller de carpintería, y mientras él hacía mantenimiento en las máquinas, yo cultivaba algunas hortalizas en la finca. Un día, todo fue distinto. El calendario marcaba el 27 de setiembre de 1975. El cielo estaba oscuro y unas nubes grises casi negras, amenazaban tormenta. La calle estaba totalmente desierta y solo se sentía el murmullo de los árboles del cercano Lagares. La sombra azulada de las casas trasmitía una rara alerta y como un presagio, así sucedió. Eran las cinco de la tarde cuando una estruendosa campanada quebró aquel inquietante silencio. Sabía lo que ocurría y me lo negaba a mí mismo. En aquella misma mañana, al alba como diría Aute, habían fusilado a un vecino de la parroquia, a Humberto Baena. Las campanas siguieron sonando toda la tarde, hasta que cayó la noche, llamaban a muerto. En aquel sentido vacío, dejé las escarolas y fui al lado de Emilio. Al principio, no había palabras, solo la mirada, una mirada apretada y enrojecida por la ira contenida. Pasados los minutos, un poco ya más relajado, comenzó a hablarme, yo seguía mudo. Al comienzo, eran palabras sueltas y poco a poco fueron formando frases que siempre acababan con el desprecio al "mamalavaca". Me contó, una vez más, sus vivencias de la guerra, que nunca han dejado de sorprenderme y menos en aquellos instantes. ¿Quién mejor que él podría describirme aquel angustioso momento? Años atrás, había tenido que sufrir la tremenda experiencia de vivir el fusilamiento de su propio padre: Emilio Martínez Garrido.

>> La militancia. En aquella tarde quedó muy clara mi disposición para hacer una militancia activa. En abril del 77 ingresé como militante en el Partido Socialista y muy pronto pasé a formar parte de la Ejecutiva local. Con el 15 J llegaron las primeras elecciones democráticas, en que como sucede hoy, todos los partidos proclamaron su victoria. Dos años después, en el 79, tuvimos las municipales. Entré en el Concello de Vigo el 7 de diciembre, ocupando el puesto que había dejado vacante Panchulo, que se había ido al Parlamento Gallego. Mis concejalías fueron primero la de Cultura, donde permanecí 12 años, y después la de Urbanismo y Medio Ambiente durante 4. De esos 16 años, en 6 fui el Primer Teniente de alcalde de la ciudad. Las vivencias que podría contar de esta etapa de mi vida son muchas pero las más significativas conciernen a la 1ª Corporación. Habíamos entrado en un Ayuntamiento donde regían leyes y sistemas de la dictadura, endeudado sobremanera, hasta el punto de que nadie le fiaba ni un clavo. Las nóminas de los más de mil funcionarios se hacían a mano todos los meses y el recelo de los mandos era más que evidente. Durante esa legislatura, el salario de los concejales, como el mío, fue de 24.000 pesetas al mes, pero sobran las anécdotas. A poco de llegar, un día me llama el alcalde Soto al despacho de su secretario. Allí me esperaba con Mª Arán y Bakelita y me propone que entre los cuatro deberíamos firmar un talón para pagar el aceite de los camiones de la recogida de basuras ya que en el Concello no había dinero. Así lo hicimos, pero al día siguiente, Leri se enteró y fue él quien aportó el aceite de su empresa. En el verano del año 82 por primera vez se realizó un concierto en Balaídos, el de Miguel Ríos, pero surgió un "pequeño problema" que no trascendió: la organización exigió a Cultura un aval para cubrir un mínimo pautado del concierto y el Concello no podía afrontar esos gastos. Pensando, pensando, había que solucionar aquel inconveniente y entre el jefe de Cultura y yo encontramos la solución, ir los dos a solicitar y conseguir un préstamo personal con el Banco de Bilbao. El evento se celebró.

>> Saber escuchar. De aquella Corporación tengo que destacar su responsabilidad y su nobleza. A pesar de que había concejales de AP y de UCD, ambos de derechas, a propuesta de Cultura, aprobamos por consenso la retirada de todos los nombres relacionados con la dictadura, existentes en las calles de la ciudad, la reposición de los nombres anteriores y de paso oficializar el gallego en el callejero. Mi trabajo en Cultura fue muy gratificante porque llegaba muy bien aprendido, de lo que tanto habíamos discutido en aquellas tertulias del Eligio y que perfectamente se pueden resumir en: Saber Escuchar. Luego, de mi propia cosecha añadí otras tres: primero, rodearse siempre de los mejores, segundo, aplicar un generoso análisis crítico y en tercer lugar, ejecutar lo comprometido. Con todo, he tenido errores, pero guardo los aciertos con el mayor de los orgullos.

Y el retiro

  • Después de aquella etapa política volví a mi anterior vida laboral y lo primero que me encontré fue con el despido; improcedente, sí, pero despido. En vista de lo cual, puse en marcha una pequeña empresa de representación (Área Medioambiental) para proyectos e instalaciones de estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR), tanto industriales como para núcleos urbanos. También abarcaba la deshumidificación industrial, con la que patenté un sistema para grandes cámaras frigoríficas. De mi experiencia con el mundo empresarial, sobre todo del conservero, prefiero no hablar porque ha sido lamentable. Llegó mi jubilación laboral. En teoría, las nuevas obligaciones son la de pasear a los nietos y echarse a la bartola. No es mi caso. La huerta y los animales ocupan metódicamente mi tiempo, pero por si fuera poco, me he atrevido a volver a coger los pinceles y esa sí que es mi gran ilusión. De mi concienzudo y artístico trabajo os daré cumplida cuenta con mi próxima exposición.

Compartir el artículo

stats