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El verano distinto de Artur y Salma

Una niña saharaui y un niño ruso afectado por la contaminación de Chernóbil cambian el verano de dos familias viguesas

Cristian Romero, Joana Resende y Artur.

"La playa de Samil es el lugar preferido de Artur para jugar, si podemos quiere ir mañana, tarde y noche. Tiene una energía que no se agota, pero se le ve feliz y eso nos compensa todo". El vigués Cristian Romero y su pareja, Joana Resende, natural de Oporto, se lanzaron a acoger al pequeño Artur, de siete años, porque nació en las inmediaciones de Chernóbil (Ucrania) y en la parte de Rusia en la que vive todavía se respira un aire contaminado.

Salma ya es una preadolescente, con once años es su segundo verano en Vigo, lejos de las altas temperaturas del Sahara. Son sus primeras vacaciones con Nieves Lorenzo y su marido, Gregorio Álvarez, que se decidieron a ocuparse de ella "las veinticuatro horas" durante dos meses. "Lo hicimos porque saliera del desierto y también por nuestras nietas, para que conozcan otra cultura", explica Nieves.

Los ojos verdes de Artur graban todo lo que ocurre a su alrededor. Llegó a Vigo el 21 de junio, justo a tiempo para disfrutar de las hogueras de San Juan. Proviene de una pequeña ciudad rusa, Novozybkov, a unos doscientos kilómetros de donde se produjo el accidente nuclear de Chernóbil en 1986. El mayor desastre ecológico de la historia.

Cuando llegó a Galicia, el pequeño no hablaba nada de castellano y un mes después es capaz de entender perfectamente lo que le dicen y se las arregla para comunicarse en castellano. "Es muy peliculero, le encanta contarte las cosas escenificándolas y ya mezcla el ruso con el castellano, incluso cuando hacemos videollamadas con sus padres, ahora les contesta en castellano sin darse cuenta", señalan sus padres en Vigo. Además, ya empieza a decir sus primeras palabras en portugués y a terminar las palabras en '-iño' e '-iña', como buen gallego de adopción.

La contaminación por yodo 131 y cesio 137, los isótopos más ligeros y que, por tanto, tuvieron mayor capacidad para desplazarse, es la que afecta a la zona en la que vive Artur. Este verano en Galicia, respirando aire limpio, le servirá para eliminar los residuos de su organismo y aumentar hasta dos años su esperanza de vida. Joana y Cristian forman parte de la asociación Ledicia Cativa, que desde 1996 trae a pequeños afectados por la contaminación para mejorar su salud. "Es un compromiso importante, si todo va bien Artur estará con nosotros los próximos veranos, hasta que cumpla los diecisiete años", apuntan, "la verdad es que no lo pensamos demasiado porque sino no lo habríamos hecho, lo que nos animó a hacerlo fue que estamos en la posición de poder ayudarle a estar sano y que vamos a verlo crecer", añaden.

Artur está fascinado por la playa, aunque asegura que prefiere bañarse en la piscina porque no le gustan las algas, les tiene un poco de miedo. "El primer día que lo trajimos a Samil empezó a correr detrás de las gaviotas, luego se quedó alucinado al comprobar que el agua venía incansablemente. Se estuvo mojando los pies... nos hicimos el arenal entero", recuerda Cristian.

"Piscina, piscina, piscina", responde Salma a la pregunta de qué es lo que más le gusta de sus vacaciones gallegas. "Y la fiesta", añaden Nieves y Gregorio. Ella sonríe y reclama un teléfono móvil para poner la música del Sahara que le ha enviado su primo desde el desierto de Tinduf (Argelia), donde reside su familia.

"Al principio tenía miedo de que la niña se fuese a encariñar demasiado con esto y después se fuera triste de vuelta a su casa, pero no es así. Ella está bien aquí pero está deseando volver para enseñarles todo lo que les llevará de aquí y contarles lo ha visto", explica Nieves. "El amor por su familia supera todas las cosas materiales y las comodidades que no tienen en el desierto", apunta Gregorio.

El verano de este matrimonio está patas arriba con Salma. Ya abuelos, a Nieves y Gregorio les tocaba descansar y visitar a sus hijos pero decidieron embarcarse en esta aventura gracias a Milucho, el delegado de Solidariedade Galega co Pobo Saharaui (Sogaps) en Vigo, que es su vecino en Valladares.

Ambos están fascinados con lo lista que es Salma. "Es muy observadora, sus costumbres son muy distintas a las nuestras pero ella nos imita. Por ejemplo, ella come con las manos pero como nos ve utilizar el cuchillo y el tenedor también lo hace. La verdad es que cada vez come más. Cuando llegó no sabía nadar pero en dos días ya aprendió y ahora pide piscina todos los días", destaca Nieves.

"No vienen aquí para que las eduquemos ni para que les cambiemos sus costumbres, vienen para que las cuidemos. Es un pequeño trabajo pero tienes la satisfacción cuando se ríen. Lo hacemos porque sabemos que les va bien. Creo que es una de las mejores cosas que hemos hecho en la vida", sostiene Gregorio.

Barreras culturales

Al principio de su encuentro, Salma ni siquiera quería mirar a Artur. El niño, más curioso, corría a su alrededor como si quisiera llamar su atención. Tutu, también procedente del Sahara y amiga de Salma, se mostraba un poco más abierta, pero hay que tener en cuenta que las niñas saharauis están educadas en una cultura que les enseña a jugar solo con sus iguales, aunque vayan a escuelas mixtas, en el recreo las niñas están por un lado y los niños por otro.

Artur no comprendía por qué no querían jugar con él, el pequeño corría incansable por el paseo de Samil y se divertía solo. Mientras, las niñas chuchilleaban en su idioma. Hasta que la barrera cultural se rompió y se quedaron solo tres niños con ganas de pasarlo bien. Y Artur persiguió a las niñas que corrían sin esfuerzo hasta que le faltó el aire.

"Salma tiene muy claro lo que debe hacer y lo que no. Le gusta mucho vestirse y ponerse guapa pero si le quiero hacer una foto con una camiseta que enseña la barriga me dice que a su familia esa foto no se la podemos mandar. Me tiene el maquillaje... no quieras saber cómo. Le encantan las barras de labios", dice Nieves, quien anima a parejas más jóvenes a pasar un verano con uno de estos niños en acogida porque asegura que necesitan que les estimulen mucho y que haya jóvenes a su alrededor. "Mis nietas, Noelia y Raquel, la adoran. La primera noche, que Salma estaba un poco triste, durmieron las dos con ella en la habitación y ahora ya se la quieren llevar a su casa con ellas", dice con una sonrisa.

Trescientos veintiséis menores disfrutan del programa Vacacións en Paz de Sogaps en toda Galicia este verano. Uno de los objetivos es que los niños y niñas acudan a revisiones médicas para que vuelvan en plena forma a su país. Del mismo modo, los setenta niños afectados por la contaminación de Chernóbil que traen desde Ledicia Cativa también tienen sus revisiones aquí. Ese accidente nuclear provocó que llegase a la atmósfera al menos cien veces más radiactividad que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Según la Organización Mundial de la Salud, más de cinco mil niños han sufrido un cáncer de tiroides por los efectos contaminantes del yodo en grandes cantidades.

"¿Y qué haréis la primera vez que se ponga a llorar?", les habían preguntado a Joana y Cristian antes de que Artur llegase a Galicia. "La verdad es que pasó justo la noche que llegó, era muy tarde y cuando lo fuimos a bajar del coche para entrar en casa empezó a llorar. Miré a Cristian y pensé que no sabía en dónde nos habíamos metido, pero de pronto paró y al momento ya se estaba riendo y enseñándonos los regalos que nos había traído. Creo que hemos tenido mucha suerte porque nos lo está poniendo muy fácil, es agradecido y claro que a veces resulta pesado pero como cualquier niño", reconoce Joana.

"Me tiene gastado el nombre ya", bromea Joana. "Es que como te coja de compañero de juegos estás perdido: estará encima de ti todo el tiempo", dice Cristian entre risas mientras Artur salta de un banco a otro a su alrededor. Está contento porque los padres de Cristian acaban de comprarle un helado y cuenta que tiene una hermana más pequeña en Rusia, "solo camina, come y bebe", asegura Artur antes de confesar que la echa un poco de menos.

Las caras de los niños no mienten y estas familias viguesas encuentran su recompensa en ver cómo disfrutan de un verano sanos y felices.

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