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SÁLVESE QUIEN PUEDA

De cuando el turismo se convierte en horda invasora

Más que turistas, somos pura horda invasora. // FDV

No fue hace muchos años, quizás en tiempo de nuestros abuelos e incluso padres, en los que para ellos viajar era una experiencia singular, salvo si eras de las clases privilegiadas. Mi hostelera del bajo, sin ir más lejos, solo salió de la barra el día en que su marido la llevó de luna de miel a Coruña. Ahora los mozuelos creen que viajar fue siempre cosa de coser y cantar pero, hace solo dos generaciones, para moverte mundo adelante tenías que pertenecer a la oligarquía, aunque había un modo para los pobres: emigrar. Viajabas entonces muy lejos, sí, pero para meterte en un tugurio a destriparte 16 horas al día con la ilusión de hacer un dinero que te permitiera huir de tu destino fatal y volver a la tierra que te había parido. Hoy, una generación más tarde, viaja hasta el apuntador siempre que ahorre un poquillo y acepte la participación en viajes-paquete a destinos de masas en los que una pulserita comunal te abre todas las puertas. Entre los dos extremos salimos ganando hoy, aunque nos amontonemos "per loca marítima" en un cucero o en aviones "low cost" en que falta poco para que te exijan la posición fetal para ganar espacio.

Yo ya hice, por necesidades del guion, turismo de alpargata, cruceros en que hay que comer con el capitán y en los que ofrecen juegos de traca para diversión de parejas "long play" y hasta creo que una vez llevé pulsera en no sé qué isla del Pacífico. Por suerte, mi trabajo periodístico me ha permitido viajar en unas condiciones de privilegio que serían prohibitivas para mi propio bolsillo, experiencia con un lado malo: luego no te acostumbras a viajar a destinos grupales más comunes. Hay también otro modo de viajar, sea como mochilero, y yo lo dejo para cuerpos más jóvenes o, simplemente, haciendo un turismo inteligente, que bien informado consigue con pocos medios viajes para los que habría que andar sobrado de dinero. Pero yo carezco de tal inteligencia o del tiempo y ganas necesarios para optimizarla, así que he reducido mucho mis viajes aunque tampoco los echo demasiado de menos. En el último, en el que fui por cosas del amor a Venecia y alrededores, como es preceptivo, lo que hice fue dejarme asesorar por un superman del turismo (el fundador de Viajero Solitarios), que con 109 países en su haber conoce los pequeños trucos de este mundo. Puedes conseguir la fila 1 y no tener que encoger piernas en el avión, puedes pasar antes que los demás en el acceso al mismo o no hacer cola ante un museo, puedes elegir el hotel que está en el lugar más cercano a la estación a la que vas a llevar tus maletas o coger el día de la semana en que la voracidad de la masa es menor en el destino que has elegido.

Si miramos hacia atrás, hemos salido ganando respecto al pasado con estas tácticas inventadas por el capitalismo para sacar dinero hasta del más pobre, porque la gente puede vivir una experiencia tan importante como enterarse de que ni su pueblo ni su país son el fin del mundo, la maravilla de las maravillas, el eje central de la cultura sobre la que todo gira. Como consecuencia negativa, nos ha traído el desastre de la turistificación, que trae dinero sí, pero a costa de llenar los destinos con hordas de turistas que poco a poco han ido expulsando a los vecinos del lugar, convertido en una especie de parque temático, en una ciudad de cartón piedra. Y de que pierdan esos destinos (Barcelona, Amsterdam, Praga, Venecia...) todo ese comercio que le daba identidad y autenticidad, sustituyendo las tiendas de barrio por otras para viajeros de paso.

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