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El alcalde corsario de Vigo

La novela de Pedro Feijóo "Os fillos do lume" rescata a Buenaventura Marcó del Pont

Fernando VII

Ni una plaza, ni un busto, ni siquiera una placa con su nombre en una calle recuerdan en el Vigo de hoy a Buenaventura Marcó del Pont i Bori, uno de los personajes más influyentes de la Galicia de los siglos XVIII y XIX. Pedro Feijoo Barreiro, alarmado, confiesa que "más allá del éxito literario, la verdad es que me sentiría muy satisfecho si, a raíz de mi novela, se comenzase a reconocer como se merece a una figura tal calibre".

Feijoo Barreiro descubrió a Buenaventura Marcó del Pont durante el proceso de documentación de su nueva novela, recién editada, "Os fillos do mar", enmarcada en el episodio histórico de la Reconquista de Vigo a los franceses, y, admite, "me quedé sorprendidísimo de que a este personaje ni se le mente entre los héroes habituales cuyos fastos se celebran todos los años en el Casco Vello". Y aún se queda corto el escritor, porque en realidad la espectacular vida pública de este hombre no se ciñe únicamente a aquel acontecimiento a raíz del cual nació el Vigo-ciudad (bajo el lema "Leal y Valerosa"), sino que tiene un antes y después, como así lo confirman varios cronistas locales, desde José de Santiago a Rodríguez Elías, pasando por Eduardo Galovart, este último el que más datos ha compilado sobre el personaje.

Nacido en Calella (Barcelona) en 1738, los historiadores datan la llegada a Vigo Marcó del Pont en torno al año 1758 para fundar una factoría de salazón al estilo de las que proliferaban en Cataluña. De aquel joven de veinte años de edad puede decirse, así pues, que formó parte del grupo de pioneros entre los empresarios catalanes que se instalaron en la costa gallega. A él le seguirían los Buch,los Curbera, los Escofet, los Fábrega, más tarde los Massó...emprendedores natos de sucesivas oleadas que dotaron a Galicia de su primera y pujante industria moderna: la conservera.

El Vigo de mediados del siglo XVIII y principios del XIX era todavía una pequella villa amurallada, rodeada de otros barrios extramuros, entre los cuales destacaba el Areal, el de mayor población, practicamente en su totalidad dedicadaa la pesca. Allí instaló su primera factoría un Marcó del Pont que, cuatro décadas después, ya era propietario, seguimos a Eduardo Galovart, "de la mayor red de negocios de la villa, a la que sumaba una flota de barcos propia".

Referencias históricas (fuente: Vigopedia) sostienen que Marcó del Pont procedía de una familia hidalga, disponía de un capital inicial y pronto hizo considerable fortuna comerciando con las mercancías compradas a barcos franceses que se dedicaban al corso y que descargaban en Vigo los botines procedentes de barcos ingleses capturados cuando navegaban rumbo las Islas Británicas desde Portugal. Buenaventura adquiría aquellos productos - aceite, vino, grano - para después venderlos a un buen precio a naves que los transportaban a otros destinos.

En esa época, y muy especialmente a raíz de la Guerra de Indepedendencia de Estados Unidos en la que España apoyó a los independentistas, el armador catalán ya gozaba de los favores del rey Carlos III, que fue el primero en beneficiarse de los ganancias de aquella flota dotada ya con "patente de corso" , esto es, licencia real para atacar y saquear a todo cuando buque inglés y portugués (en esos momento, los mayores enemigos de España) se encontrasen.Del botín, una parte,estaba "extraoficialmente" destinada al monarca. Tan encantado estaba el rey con Marcó que le otorgó el primer permiso que se concedió al puerto de Vigo para el comercio con América, lo cual rompía el monopolio del que hasta entonces gozaba el puerto de Cádiz.

Tras el Tratado de San Ildefonso (1796), ya durante el reinado de Carlos IV y en el reinicio de las hostilidades con Inglaterra, Marcó se erigió en uno de los principales mantenedores de la llamémosle "flota corsaria española", firmemente apoyado por Manuel Godoy, el hombre fuerte del régimen, circunstancia que explica por qué y por quién el buque insignia de la flota corsaria viguesa se llamase "Príncipe de la Paz", navío que era capaz de desplazar 200 toneladas de mercancía, estaba dotado con 20 cañones y disponía de una tripulación de 150 hombres.

Tras el fin de la guerra de los Estados Unidos, la autoproclamación de Napoleón como emperador de Francia iba a dar un inesperado giro a las relaciones entre el país vecino y España. En 1808,tras el "secuestro de Carlos IV y toda su familia; las tropas francesas invaden territorio español e imponen como rey a José Bonaparte. ¿Qué posición tomó Marcó del Pont ante la nueva situación? Pues ahí es donde hincó el diente Pedro Feijóo Barreiro para, basándose en la documentación histórica manejada, desmentir los titubeos y las acusaciones de afrancesado del empresario y sostener taxativamente que, ante el invasor, el catalán puso por encima de todos sus intereses económicos y comerciales su patriotismo: "La importancia de Buenaventura durante la Reconquista -refiere Feijoo- se basa en dos puntos: por un lado, el potencial de su flota naviera, pues los franceses intentaron mantener el control sobre el sitio de Vigo no solo por tierra, sino también por mar; y por otro, como miembro de la corporación municipal que era, colaboró muy de cerca con el alcalde Vázquez Varela poniendo a su disposición a sus hombres para la defensa de Vigo" . Eran precisamente empleados de Del Pont quienes servían de correo para las transmisiones de las órdenes y el abastecimiento de las alarmas (las brigadas de guerrilleros que hostigaban a los invasores).

Quien sí reconoció su labor después de la guerra fue el nefasto Fernando VII, por supuesto a cambio de la financiación oportuna, quien no solo mantuvo sus privilegios, sino que los acentuuó nombrándole Regidor Perpetuo de la Ciudad de Vigo, uno más de los numerosos títulos acumulados. Durante su período al frente de la alcaldía, procecedió a la reconstrucción de la iglesia de la Colegiata, destrozada durante la invasión gala, y a poner en valor el Cristo de la Victoria (curiosamente, ese era también el nombre del buque insignia de su flota durante el reinado de Carlos III) como "eje espiritual" de la nueva y pujante ciudad. Buenaventura Marcó del Pont y Bori falleció en día indeterminado del mes de septiembre de 1818 (el próximo año se cumple el bicentenario) en el Vigo que aún mantiene una deuda moral con él.

Patriotismo frente a Ilustración.Tres reyes"financiados" desde Vigo

  • No falta quien sugiera que, aún en el caso de que Napoleón hubiese ganado la guerra, Marcó del Pont se habría mantenido como un hombre importante en el nuevo régimen. En realidad, el empresario de origen catalán tenía fama de afrancesado, pero al cabo demostró que su patriotismo estaba muy por encima de sus simpatías ilustradas. También hubo un hecho, no confirmado, que pudo haberle hecho decantarse a favor del bando patriótico: el presunto secuestro de uno de sus hijos por los franceses.

El corso, un asunto de gallegos

  • Si Galicia, y en concreto Vigo, vivió una "edad de oro" de corso, esa fue sin duda la que se desarrolló entre los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, si bien hay historiadores que sostienen que se prolongó hasta bien entrado este último siglo. Y es que, además de una forma de hacer la guerra distinta a la puramente militar, el corso fue en esa época un negocio de lo más rentable, tanto para los armadores de los barcos como para sus tripulantes y, por supuesto, para los monarcas que concedían la denominada "patente de corso", que se quedaban con una buena parte de las ganancias, un porcentaje variable según fuese el trato con el "hombre de confianza" y lo que éste quisiese declarar como "ganancias". Para Vigo, aquello significó un muy estimable ingreso económico que, además de hacer prosperar notablemente a la ciudad, propició el nacimiento de nuevas fortunas, entre las que destacó sobremanera la de nuestro personaje, un Buenaventura Marcó que se erigió en uno de los mayores millonarios de la España de su tiempo, a la par que un hombre de poderosas influencias políticas, mantenidas durante tres reinados y hasta su muerte.Ya con Carlos III, Marcó articuló una temible flota de buques corsarios con nombres (obsérvese la devoción católica del armador a la hora de bautizar sus barcos) como los de los bergantines "Santísimo Cristo de la Victoria" (16 cañones y 65 tripulantes) y "San Buenaventura (14 cañones y 60 tripulantes)", el quechemarín "Nuestra Señora del Carmen", alias "El Magnífico" (8 cañones y 40 tripulantes)o el patache "La Purísima Concepción", alias "El Galgo" (6 cañones y 57 tripulantes).Aunque no se diferenciaba mucho de la piratería pura y dura ("en nombre del rey" de turno se cometieron auténticas atrocidades), el corso era una actividad legal para la cual era necesario disponer de patente, un permiso que se obtenía previo depósito de una fianza, y daba derecho a cobertura militar (suministros de armamento y munición). Consistía en el apresamiento de barcos de las potencias enemigas y el consiguiente reparto de los beneficios obtenidos por la venta de la presa incautada entre el armador y su tripulación.Según el historiador Luis Alonso Álvarez, "el evidente auge que experimenta el corso a partir de 1797 hace suponer que debió existir una tradición corsaria en Galicia que, por otra parte, contaba con una geografía envidiable para este tipo de actividades en la que unas óptimas posibilidades de camuflaje aseguraban muchas veces muy buenas presas".Vigo, y también otras ciudades gallegas, se convirtieron en bases corsarias. El puerto de la ciudad herculina figuraba a la cabeza del núcleo corsario gallego, hasta el punto de que 45 armadores coruñeses labraron sus fortunas con el corso. Había también otros focos de armadores residentes en Santiago (nueve) y Pontevedra (cinco). En Vigo, con Marcó operaban al mismo tiempo ocho armadores más con patente de corso. En realidad, los "piratas del Caribe" estaban ahí al lado, no tan lejos de nosotros.

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