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SÁLVESE QUIEN PUEDA

De cómo sucumbimos ante sentimentalismos organizados

De cómo sucumbimos ante sentimentalismos organizados

Tan solo hace unos días mi mirada pudo recorrer en una horas la creatividad y belleza de que es capaz el hombre con la pintura, en un viaje de placer inenarrable que, sin desplazarme más que por el espacio de dos inmensas plantas del Thyssen madrileño, me llevó desde el siglo XVI al XX, desde el Barroco o Renacimiento al arte de vanguardia, desde Alberto Durero hasta Liechtenstein haciendo parada en el XVII con Rembrandt o Rubens, en el XVIII con Canaletto, en el XIX con Corot, Renoir o Monet, en el XX con Juan Gris, Dalí o Kandinsky. Solo el espíritu coleccionista de un Thyssen y su enorme fortuna podría proporcionar esta experiencia, este recorrido histórico por la capacidad constructiva de belleza y hermanamiento del hombre a través del arte. Ese mismo día, en el teatro "Fernán Gómez" de Madrid pude revisitar la obra "Las bicicletas son para el verano", que narra vicisitudes de nuestra guerra civil desde las vivencias de una familia de clase media a la que, como a tantas, se les cae encima el conflicto y lo sufren desde el azar de vivir en zona republicana y convertirse por tanto en perdedores, en víctimas de una derrota cruel cuyos efectos se alargaron muchos años.

En un mismo día viví a través de dos artes, la pintura y el teatro, las dos caras del hombre, la de la belleza y creación y la de la fealdad y la destrucción. Con "Las bicicletas...", que es la visión autoral del mismo Fernán Gómez, viví además esa costumbre de simplificar con la que convertimos en buenos y malos, fascistas o antifascistas, a unos u otros según el bando que les haya tocado, el lugar en que habitan por el que les han movilizado, la manera en que el azar decide a veces sobre todos, la responsabilidad inmensa y siempre impune de políticos o propagandistas que llevan a la muerte, a la miseria y, siempre, a la imbecilidad colectiva. Fijémonos ahora, aunque sea de paso, en esa luz insólita, esa idea peregrina con la que unos botarates, fundamentalistas del independentismo, nos quieren convencer a la gente del común de que todo demócrata debe apoyar el derecho a decidir. Es impresionante la facilidad con que las masas sucumbimos ante el sentimentalismo organizado, por ejemplo concentrándonos en multitud al aire libre, agitando unos trapos de colores y excretando himnos por grandes altavoces. Se ve en el fútbol, se ve en la política. En la Alemania romántica dio excelentes resultados. Pero, volviendo a la obra teatral, hay algo más que se hace evidente, menos mal: la fuerza de la familia como único espacio de protección. En una guerra hay cosas sin solución pero no hay una sola escena en que no esté presente ese apoyo familiar, como si el vínculo permaneciera como seguro y único refugio ante la adversidad de una tragedia.

Salí del madrileño teatro y, en el hotel, un leve insomnio me llevó a detenerme más de la cuenta en los programas televisivos. Si lo que vemos es un índice de lo que pensamos, si somos lo que vemos en la tele ¿cómo no vamos a ser carne de cañón para cualquier vendedor de esperanzas que tenga una boquita de oro y nos ofrezca ilusiones enlatadas en forma de ardores patrióticos o idílicos edenes? En un canal de gran audiencia, vi a los tertulianos de fútbol convertidos en los sabios de la tribu mientras los presentadores publicitaban los productos más diversos entre rifirrafe y rifirrafe. A la misma hora, pasabas con el mando de la serie "Grandes crímenes" a "Mentes criminales" , de la película "La sangre pide sangre" al documental "Novatos tras las rejas", que estaría hasta bien si no estuviera explicado en ese estilo norteamericano en el que repiten todo cual una matraca y como si los televidentes tuvieran alguna minusvalía psíquica.

Pero lo peor fue pararme, bolígrafo en mano y ya con la luz encendida, en los programas de videncia. Un tal David Trivin con una noche especial dedicada a la lectura de piedras del río Jordán, un tal Pedro Gutiérrez asegurándole por las cartas la aparición del amor a una mujer de 68 años, un Sandro Rey invocando a los santos, a San Pancracio bendito y a las energías supremas para conseguir un trabajo... Sientes una violencia interior cuando oyes mentir tan descaradamente pero, por otra parte ¿quiénes les llaman sino gentes humildes, sencillas, heridas por la soledad o necesitadas de amor, desesperados sin dinero para pagar al psiquiatra o que necesitan angustiosamente que seles escuche? Visto así, los videntes aparecerían como bálsamos de engaños pactados, servidores de esas mentiras que necesitamos oír en los malos momentos para seguir sobreviviendo. Hay mucho vidente también en la política que nos arrastra por los caminos más insólitos.

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