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SÁLVESE QUIEN PUEDA

En Armenteira, a punto de tomar los hábitos

Uno de los parajes de la Ruta de la Piedra y el Agua. // FDV

Estuvimos a punto de pedir los hábitos y no volver a la civilización urbana, impresionados por la tranquilidad que se respiraba y la unión con la naturaleza que se sentía al borde de la piel. Bien es verdad que antes nos habíamos echado al gaznate un gin tonic en el bar cercano a ese hermoso monasterio de Armenteira y no sé si eso, sumado al delicioso vino albariño que habíamos bebido poco antes en un furancho de Meis, que entraba como agua, nos habría insuflado sensaciones de inmanencia y trascendencia o, para ser más simples, excitado la idea de retiro monástico fuera del mundanal ruido. ¡Qué quietud esta del majestuoso monasterio de Santa María de Armenteira, en pleno corazón del Salnés, en ese valle del monte Castrove! Ahora que, moviendo su coleta justiciera, hay voces políticas bisoñas dentro del país que quieren eliminar la misa televisiva en defensa de la laicidad del Estado al modo de aquella República soñada y frustrada, sabe Dios si como preludio a la expulsión de órdenes religiosas y a la desamortización al modo Mendizábal de las propiedades eclesiales, ahora que alguna voz paranoica del Islam exterior se atreve a denunciar las procesiones cristianas en España, a nosotros nos entraron ganas de tomar los hábitos y dejarnos mecer en la tranquila cotidianeidad de los rezos por maitines.

Me había sacado de Vigo a empellones ese viejo caminante enamorado de los pueblos de Galicia llamado Morales y apodado "el licenciado", que abriendo las puertas de su coche me llevó a las verdes afueras de mi vida urbanita, a las periferias de mis confines cotidianos junto al periodista Piñero. ¡Tú no opines, nos vamos a comer al Salnés!, recuerdo que me dijo el licenciado, y allí llegamos amparados por un sol maravilloso para hacer una primera parada junto a un río cantarín, en ese punto de Ribadumia en que Rajoy inicia en su tiempo vacacional su footing por la Ruta de la Piedra y el Agua entre caminos que serpentean los ayuntamientos de Meis (San Martiño de Armenteira) y Ribadumia (Barrantes), un viejo recorrido que se hacía tradicionalmente el lunes de Pascua hacia el Monasterio de Armenteira cuando la fe nos alumbraba. ¡Qué bella la ruta inicial por los seis Molinos de Barrantes, o do Pino, o do Currucho, o do Montiño ... Qué fresco y visual el camino que sigue después el caudal del Armenteira para llegar al municipio de Meis, donde encontramos los molinos de Serén. Qué espacio sorprendente, perfectamente rehabilitado y con un área recreativa en las laderas del monte Cabeza de Boi, donde están esos molinos que nos llevan a la "Aldea Labrega", una representación en granito de la vida rural gallega de principios de siglo tallada por los alumnos de la Escuela de Canteros de Pontevedra. Inaugurado todo con esplendor en la era de Louzán, debe ser por eso que su continuadora en la Diputación, Carmela Silva, parece tenerlo en ideológico abandono y deterioro.

Antes de hacer la ruta quiso "el licenciado" que tomáramos fuerzas sentando nuestros reales en un furancho de Meis, donde atacamos un guiso de la abuela con guisantitos, patatas y carne de la casa y una tortilla española señorial aderezada con un albariño de la tierra que nos predispuso al camino ascendente hacia el dios que descansa en el monástico Armenteira. ¿Qué tenemos que ver los urbanitas, habitantes del cemento y de la piedra, con esos ciudadanos de Meis o Armenteira cuya vida transita entre campos de maíz y cultivos de vid o patata, agasajados por una naturaleza de hercúlea belleza? Al hacer la ruta posterior, camino del monasterio, me sentí como alienígena, como extraño entre los pasos de aquella riqueza vegetal y floral rota por el sonido fresco de las fluviales aguas. ¡Cuántos espacio maravillosos se nos ofrecen para ser recorridos en Galicia, y cuántos desconocemos desde la ciudad los que solo salimos de ella para trasladarnos a otra! La ruta de los cañones del Sil con el monasterio de Santa Cristina en Ourense, la de la Serra de Queixeiro en A Coruña, el Sendeiro de San Xurxo en Pontevedra, la Ruta Quinta en Lugo... Cuántos espectáculos de agreste o serena belleza se nos van de las manos sin saberlo. Pero en esta ocasión llegamos al monasterio, conocimos al padre Santiago de la benedictina Orden y hasta cantamos un ¡aleluya! en el templo vacío, de sonoridad portentosa. Pero los hábitos, aún no los tomamos.

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