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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Sobre la memoria y las malas pasadas del pasado

La memoria no es un simple almacén de recuerdos. // FDV

"La vida de uno no es lo que le sucede sino lo que recuerda y cómo lo recuerda". Eso decía Gabriel García Márquez y eso parafraseó hace unos días el lucense avecindado en Cangas Rosendo Díaz-Peterson cuando yo expurgaba en su pasado para hacerle esas Memorias suyas que podréis leer en este mismo suplemento. Viajé con él mentalmente a esas tierras de Sober en que nació como último de 12 hermanos, me sorprendí cuando me dijo que de ellos 10 habían conocidos los hábitos monásticos, me maravillé cuando contaba la belleza del paisaje natal, quedé admirado cuando me describió con unas anécdotas la concepción del amor y de la muerte que tenían sus padres, producto quizás de una visión antropológicamente gallega, de sustancialidad religiosa y de fusión con esa naturaleza vivida a flor de piel.

"Mi madre siempre nos dijo -me contaba este estudioso de la Teología y Humanidades- que cuando ella muriera quería que hiciéramos una fiesta celebrando la satisfacción con la que, aceptando su dureza, había transcurrido su vida. Y esa percepción coincidía con lo que viví yo en el monasterio de Samos en mi infancia en el que, cada vez que moría un fraile, nos daban un vaso de vino para celebrar su marcha, no porque hubiera una boca menos sino porque había cumplido una etapa ya prevista y Dios recibía a un huésped más". Su padre, que murió con 94 años dejando de esos 12 hijos a 10 para la Iglesia, era otro ejemplo de acomodo natural a los ciclos de vida y muerte como también de fidelidad amorosa. Cuenta una hermana de Díez-Peterson que una tarde lo vio recostado en una habitación central de las muchas que tenía en su vieja casa rural. "Papá, vai darlle unha friaxe", le dijo la hija, que había dejado el convento para cuidarlo. Y oyó que el padre le decía con toda tranquilidad, recordando a su mujer, fallecida antes que él: "Son horas de ir a ver a Rosa". Y murió sin apeas alteración poco después".

"La vida es lo que uno recuerda y cómo lo recuerda". Esta otra frase que citó Díez-Peterson rememorando a García Márquez es otra verdad que yo he ido comprobando desde que empecé a realizar en este periódico una serie, "Memorias", que ya va por los 150 gallegos a los que reconstruimos su vida sirviéndonos de la narración en primera persona, para hacerla más intimista. Pude comprobar a lo largo de este trabajo de tú a tú con nuestros mayores cómo cada cual recomponía su pasado: unos, obviando u olvidando las partes más oscuras o conflictivas del mismo, una misión de protección de la que se encarga nuestro cerebro; otros, convirtiendo en un eje central un acontecimiento doloroso que había marcado su vida y que su cerebro recreaba para darle un sentido a la misma. Entre muchos, me viene a la mente de los primeros el lúcido vigués nonagenario que había hecho toda la campaña de la División Azul pero que me hizo pactar, so pena de no hacer la entrevista, que ni una palabra saldría de esa etapa; de los segundos, otro gallego cuyo padre había sido paseado en la guerra civil y batallaba en su vida por la recuperación de la memoria histórica. Toda esta perspectiva de las funciones de la memoria que estoy adquiriendo a medida que me siento ante cada biografiado, no hace más que confirmar las teorías que me bosquejó en una entrevista el filósofo Manuel Cruz, cuando presentó su libro "Las malas pasadas del pasado", en la que me dijo que la memoria no es un mero almacén de recuerdos, un receptáculo neutral e indiscutible de experiencias pasadas. ¡Claro, nuestros biografiados lo prueban!

¡Qué interesante tema! Hablando hace unos meses de estas Memorias de FARO en tertulia cafetera con una consultora de comunicación interesada por estos temas, Eva García, coincidía en lo mismo. La memoria -me decía- no es un almacén de información sino un proceso complejo, que como tal ya puede fallar desde el origen. En la recuperación de recuerdos influyen diferentes factores que pueden hacer que realicemos una "creación" no consciente y un "enriquecimiento" de la información previamente almacenada. Si esto lo sumamos a los procesos de pérdida de memoria relacionados con la edad podemos tener una serie de recuerdos sesgados según nuestra emocionalidad pasada y presente. "Hay un tema muy interesante -me escribió después ella- en la parte previa de codificación y almacenamiento de la información: nuestros procesos atencionales. Nuestra atención es selectiva y nuestro cerebro no percibe (y por tanto no registra) aquello a lo que no prestamos una atención efectiva? lo que no quiere decir que no haya sucedido". O sea que sabemos que ni cuando contamos nuestra memoria ni cuando oímos y escribimos la de los demás, trabajamos con una verdad irrebatible. A veces incluso se utiliza como un arma cuando habla de pasados colectivos y se quiere hacer memoria oficial.

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