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Mi hermano Camilo y "La familia de Pascual Duarte"

Con su abuelo materno John Trulock

El pasado 11 de mayo, mi hermano Camilo José habría cumplido cien años. Por ello precisamente estamos aquí con su hijo, Camilo José Cela Conde, profesor, intelectual de primera, para festejar el año del siglo de nuestro Nobel, escritor, periodista, torero, cineasta, vagabundo, poeta, filólogo, académico y laureado entre los laureados, cobijado, ayudado por Charo, siempre a su lado. Mujer, compañera, secretaria, crítica, su primera lectora.

Camilo fue el primero de una familia larga para las medidas de hoy, no tanto para las familias de principio del siglo pasado. Llegamos a ser siete hermanos a la mesa.

Los padres, Camilo Cela y Camila Trulock, nos tuvieron en su momento y por este orden: Camilo José; Juan Carlos, que ya murió; Maruxa, viejita ya, pero viva de ideas, de pensamiento; Rafael, desaparecido antes de lo debido; Ana, viva, pero poco por culpa de la cabeza, que con frecuencia manda demasiado y no bien; José Luis, que también ha muerto y yo, el más pequeño, me decían; el más joven, preciso yo, aunque ya me ven que de joven bien poco.

Y lo que hacemos aquí, reunidos, es celebrar un acto más de los que durante este año se están realizando para impulsar el conocimiento del que fuera, sin duda, lo que se ha venido en llamar una gloria nacional. Trabajador incansable, inventor todos los días al empezar el día de la mejor forma de estrujar la pluma para que la escritura saliera y fuera admirada.

El escritor es un trabajador con una sola herramienta, o el lápiz, o la pluma, o la máquina de escribir, o el bolígrafo, o el ordenador, que recoge, que pasa al papel lo que se ordeña del cerebro, llegado, originado en lo que los ojos ven, en lo que los oídos oyen, en lo que las manos tocan, en lo que la pituitaria huele. Es un pequeño milagro, si se me permite emplear la palabra milagro, que queda, que engrosa si la calidad lo merece, el acervo, permítanme también esta palabra para mí algo cursi, algo manida, el acervo, sí, cultural de la cultura. Cultura, por otra parte palabra tan venida a menos.

Pero el escritor vive, está en una sociedad, convive con su familia, vecinos, parientes, gente. Y esta convivencia aporta a la persona roces buenos y no tan buenos, caminos diferentes, muchas veces gratos, otras tantas no. Están ahí y el escritor, en este caso hombre tan solo, acierta o no acierta.

Con este disparatado dejar ir a mi pensamiento, quiero decir ahora que durante el año Camilo José Cela vamos a estudiar, comentar, pasar al primer plano del escritor aquello que nos pueda aportar de nuevo, o todavía, o siempre, su literatura y todo su deambular por la vida, por la suya, de la mano de su ver, de su sentir literario. Porque la literatura, por ejemplo y sin duda, fue lo que le llevó a torear, a hacer cine, a montar en globo.

Con el permiso de mi sobrino, inventor de todo lo que se está haciendo en el año del centenario, auguro que literatura será la palabra mágica que nos ayude a acercarnos al escritor, tan solo esa palabra.

Ahora paso a comentar qué es lo que hago yo aquí. Fácil es lo de haber sido hermano, fácil es comprender que la salud, a pesar de la vejez, me ha permitido redactar estas líneas. Ahora añado que quizá fuera por su influencia como hermano mayor por lo que me he dedicado, mejor quizá que empezara a dedicarme a escribir. Con el tiempo, los caminos de cada uno son los caminos de cada uno. Además, cuando tuve la edad de decidir a qué podría dedicarme no se me ocurrió peor dislate del que ahora, años han tenido que pasar, me ayuda a vivir. Digo, vivo para escribir; nunca escribo por aquello del vivir.

Todos estos actos del Centenario de Camilo José Cela están encaminados a descubrir de nuevo sus valores literarios por encima de todo.

La familia de Pascual Duarte

Esta novela, convertida ya, la historia lo ha decidido, en un portento de nuestra literatura moderna pero que se ha ido hacia los orígenes de nuestra literatura para convertirse otra vez en un portento de todos los tiempos, esta novela, decía, la tenemos aquí y ahora, publicada en gallego por la decisión de la Xunta.

Pero anteriormente, en 1962, ya fue publicada la primera edición en gallego traducida por Vicente Risco, con prólogo de Otero Pedrayo, con ilustraciones de Rafael Zabaleta. Dirigió la edición Francisco Fernández del Riego y Ricardo García Suárez y fue impresa en los talleres gráficos de FARO DE VIGO. Hizo este Pascual el número 29 de sus ediciones. Una segunda edición fue también publicada en Vigo.

Tengo que hacer la salvedad de que hablo de estas ediciones basándome en los datos que nos aportó Fernando Huarte en 1994, en una publicación de la Fundación de C.J.C. Fernando Huarte fue un sabio filólogo, amigo de Camilo José y bibliógrafo de su obra hasta que murió. Del saber de Huarte sepamos que aprendió alemán en casa, con un diccionario y una gramática, para poder leer el libro de un colega alemán. Aprendió, tradujo el libro y ganó un premio por su traducción.

Entremos en el libro, en el Pascual Duarte, y empecemos por el principio, por el prólogo, que escribió el doctor don Gregorio Marañón, sabio en medicina y sabio en cultura y pensamiento.

Y entro por el prólogo porque de su lectura sacaremos todo lo enjundioso que el libro, Pascual Duarte, nos pueda aportar.

Aportar, sí, aquello que muchas veces se esconde entre el contar de lo sucedido en aquella Extremadura de los pecados del héroe o antihéroe, como queramos.

La historia, lo sucedido, lo terrible que allí ocurrió, ya los sabemos, muerte, sufrimiento, amores terribles, odios imposibles de superar. Todo; todos los sabemos.

Marañón empieza en su escrito, sin preámbulos ni adornos, a contar lo que la lectura de la novela le ha sugerido. Empieza:

"Los dos hombres, el joven y el viejo, tan amigos, no a pesar de la diferencia de sus años, sino precisamente porque uno tenía muchos y el otro era mozo todavía, habían hablado, mientras paseaban por el alijar luminoso, del pasado y del porvenir de la novela.

La Familia de Pascual Duarte, dijo el joven, ha tenido el privilegio, excepcional en la historia de la literatura, de pasar, en términos breves, desde la categoría de un libro juvenil y de batalla a la de libro clásico.

Sin embargo, arguyó el de más edad, el milagro se ha hecho. Y se ha hecho porque como todos los milagros humanos en realidad no es tal milagro, sino por el contrario, un suceso lógico, aunque de lógica un tanto encubierta. La historia de Pascual Duarte es sólo en la apariencia violenta. Esto me parece esencial. En ella suceden, sin duda, episodios atroces. Pero lo atroz puede no ser violento si brota de esa profunda raíz vital por donde sube y baja la savia de todo lo existente. La vida, si lo es en verdad, y no artificio, es placentera o trágica, según sopla el viento, sin dejar de ser la misma vida y sin perder, en uno o en otro caso, su armonía elemental. Cuando lo atroz, lo trágico, se hace monstruoso, inarmónico, violento, es porque se ha desgajado de su raíz humana, porque ya no es verdad sino truco. Sin esa raíz, un cuento de color de rosa puede ser monstruoso también.

La tremenda historia de Pascual Duarte, como la de los héroes griegos o la de algunos protagonistas de la gran novela rusa, es tan radicalmente humana que no pierde un solo instante el ritmo y la armonía de la verdad; y la verdad jamás es monstruosa ni inmoral. Y así la verdad que todo lo inunda está viva, flota en el relato.

Y el lector que no sea tonto, y no lo es casi nadie que lee a conciencia, advierte al punto, o por lo menos presiente, que este terrible Pascual, nunca harto de sangre, era en el fondo, como declaró el Padre Lurueña, con palabra autorizadísima, puesto que le confesó antes de salir para el cadalso, "un manso cordero, acorralado y asustado por la vida".

Nada debo añadir. Solo que me siento muy de acuerdo con lo que se dice en este prólogo sobre la violencia, el miedo, la imposible salida de un vivir que no es más que el vivir de una cárcel.

Sigue don Gregorio. "Para mí no tiene duda que lo que se pone a este libro en la categoría de lo no común, no es la pasión que inspira su argumento, ni la perfecta y no buscada maestría con que se cuentan en sus páginas, con hermosa sencillez, los sucesos más extraordinarios, sino eso, difícil de comprender a primera vista: que Pascual Duarte es una buena persona y que su tragedia es -y por eso es tragedia sobrehumana- la de un infeliz que casi no tiene más remedio que ser, una vez y otra, criminal; cuando pudiera haber sido, con el mismo barro de que está hecho, el vecino más honrado de su lugar extremeño".

Es muy fácil, querido oyente, sacar a colación y comentar un texto escrito por un sabio y comulgar con sus palabras, pero en lo más íntimo de mi ser y mi saber no tengo más remedio.

Es una suerte pensar que algunas veces nacen mentes tan preclaras, valga la expresión, que nos ayudan a comprender pasajes de la vida difíciles de entender, de admitir.

Y en el coloquio que Marañón prepara entre los dos personajes del prólogo aparece la palabra justicia. Y el joven dice que:

"La justicia jamás la puede decidir ni ejecutar libremente el hombre. La justicia humana es necesariamente imperfecta y, a las veces, absurda".

"La Justicia, en consecuencia, no es una realidad entre los hombres, ni podrá serlo nunca; sino una ficción cuya eficacia residirá precisamente en el hecho de que cada hombre no puede administrarla por sí mismo".

Francisco Rico, el crítico y estudioso de nuestra literatura, autor de la edición y notas del Quijote que, con motivo de su cuarto centenario, publicó la Fundación Caja Madrid, se suma con sus opiniones a lo que Marañón escribió para el prólogo del Pascual Duarte. Del corazón, sí atormentado, sí acorralado: "Pero leamos la página en que Pascual, abriendo un paréntesis en el primer capítulo dedicado al pobre Mario, refiere cómo vino a morir Esteban Duarte Diniz:

Dos días hacía que a mi padre lo teníamos encerrado en la alacena cuando Mario vino al mundo; le había mordido un perro rabioso, y aunque al principio parecía que libraba de rabiar, más tarde hubieron de acometerle unos temblores que nos pusieron a todos sobre aviso. La señora Engracia nos enteró de que la mirada iba a hacer abortar a mi madre y, como el pobre no tenía arreglo, nos industriamos para encerrarlo con la ayuda de algunos vecinos y de tantas precauciones como pudimos, porque tiraba unos mordiscos que a más de uno hubiera arrancado un brazo de habérselo cogido; todavía me acuerdo con pena y con temor de aquellas horas?

"Cuando se publicó La familia de Pascual Duarte, no faltó más de un piernas que viera ahí una "delectación morosa" en la crueldad. Para mí, por el contrario, el episodio está narrado con la misma inocencia, vecina a la piedad, con la que Odiseo de Sófocles cuenta el abandono de Filoctetes en la playa de Lemnos:

Sólo captándolas con unos ojos de singular pureza pueden contarse realidades duras e insólitas con esa naturalidad y esa fuerza de convicción. Tales son los ojos de Pascual Duarte", dice Rico tan sabiamente.

"La seguridad íntima de haber obrado bien, procurando quedar -dice- "como me correspondía", es bastante para satisfacer a la rigurosa inquisición de los códigos. Pero la posibilidad de transgredirlos no existe ni siquiera en el fuego interno: "Si mi condición de hombre me hubiera permitido perdonar, hubiera perdonado, pero el mundo es como es y el querer avanzar contra corriente no es sino vano intento", remata Pascual.

Todo lo que voy diciendo lo voy sacando de los libros, folletos y otros papeles que por las estanterías de mi casa me he ido encontrando.

En 1971, la tertulia ARTESA, de Burgos, publicó un cuaderno, más libro que cuaderno, dedicado al poeta Camilo José Cela. De sus páginas entresaco un soneto de Pepe García Nieto, entrañable amigo, compadre de su compadre C.J.C.

El soneto se titula "A Camilo José Cela por su novela La familia de Pascual Duarte":

Aquí está el libro ya. Cálidamente

sometido a la voz y a su medida.

Aquí cerrado el verbo, y sometida

aquí su libertad varonilmente.

Voy a ir acabando. Acabando, en este caso, es un decir. Porque se sabe cuando se empieza pero yo no me atrevería a aventurar que en la tarea que me he metido se pueda poner la palabra fin.

En la publicación:

"La familia de Pascual Duarte. 50 años de Camilo José Cela, recuento de ediciones", en unas palabras iniciales de C.J.C. dice al final.

"Dentro de otros veinticinco años, al 2017, volveremos a hablar, yo tendré entonces ciento un año y quizá esté ya algo torpe y premioso".

En este deseo falló nuestro Nobel.

Con el Pascual Duarte, en los años 40, empezó una nueva literatura en España. Podríamos decir que empezó el siglo XX.

*Extracto de la intervención del escritor Jorge Cela Trulock en el Club FARO DE VIGO, durante el acto dedicado a Camilo José Cela y la primera versión en gallego de su célebre novela

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