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Caballos a la luz de la luna

Caballos a la luz de la luna

Es un clásico de la Historia del Arte: un cuadro que representa a unos caballos blancos galopando de noche por un paisaje iluminado espectralmente por la luna. No consta que esté en ningún museo, pero sí en infinidad de hogares. Las tiendas de muebles se encargaban de añadirlo a la compra de una estantería, decorada a su vez con unos libros falsos, no fuera el demonio que la familia no tuviera afición por la lectura y aquello quedara sólo como soporte para las fotos familiares. Si no nos falla la memoria, el cuadro tenía sus variaciones. Y sí: había reproducciones, pero también había auténticos óleos pintados a mano, que diría el otro, por un oscuro ejército de pintores que abastecían a las mueblerías. Los posters y otras zarandajas decorativas acabaron un poco con su hegemonía absoluta, pero esos caballos aún se pueden encontrar en algunas tiendas y contemplar en muchos hogares.

En Vigo, además, tenemos caballos en nuestras calles. Sin ir más lejos, el otro día irrumpieron tres a galope tendido por la Avenida de Madrid en plena hora punta: una imagen que poco tiene que envidiar a los animales sueltos por la ciudad de la película Doce Monos de Terry Gilliam. Los tres jacos aparecieron de repente y tal cual parece que querían visitar a sus congéneres inmortalizados por Oliveira en Praza de España. Al final optaron por galopar en dirección contraria por los carriles de la Avenida que sale hacia Madrid. Quizá vieron que los caballos del monumento trepaban peligrosamente por una cascada y que no parecía que estuvieran vivos precisamente: realidad y representación simultáneas y de la mano.

Pero es que últimamente hay caballos por doquier. Las estatuas ecuestres son multitud. Este verano, una con un jinete decapitado ha sido polémica y ha acabado destrozada en una exposición sobre símbolos franquistas en Barcelona. Se sabía que se trataba de Franco por ese cuerpo inconfundible que Dios le dio junto con el caudillaje de España. Esa complexión era un problema para los escultores. Si respetaban la proporción real de Franco sobre un caballo, el Generalísimo parecería un enano; si aumentaban el tamaño del jinete, el caballo parecería un pony de feria. El equilibrio justo entre la majestuosidad del humano y el porte equino tuvo que ser calculado al milímetro, que tampoco era cuestión de representar al primero con la figura imponente de Charlton Heston. El porqué de esa obsesión por representar al ante-anterior Jefe del Estado en estatuas ecuestres sigue siendo un misterio.

Añadamos uno más. Son famosos, por su tamaño, los testículos del caballo de Espartero en Madrid: están hasta en frases hechas. Y salvo los caballos de carne y hueso galopando por Vigo, todos los monumentos con estos nobles bichos son o han sido caballos a la luz de la luna en las noches despejadas. Y tienen su cuadro en los hogares españoles.

@JulianSiniestro

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