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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Sobre el amor humano de naturaleza frutícola

¡Ay, el amor a sandías o melones! // FDV

En el Libro del Buen Amor, escrito allá por el siglo XIV, se narran en su parte tercera los amores de Don Melón y doña Endrina, y eso era hasta ayer mismo la única relación que yo conocía entre la palabra que nombra esta fruta deliciosa y el territorio de Cupido. En días pasados me enteré en una charla de café con un joven familiar habituado a navegar por la red de que esta planta herbácea, el cucumis melo en su acepción latina original, iba mucho más allá en sus posibilidades amorosas. Por lo que me contó, en uno de esos foros digitales en que todos acaban diciendo "me gusta" un ciudadano pedía consejó psicológico porque a él lo que le gustaba era hacer el amor con un melón -así lo explicaba-, a lo cual no le veía especial problema pero lo que sí le preocupaba es que, cada vez que lo hacía con su esposa, para excitarse necesitaba imaginar que estaba con el melón. No con la Samantha Fox de los 80, ni con la Carmen Electra o la Maribel Verdú de los 90, no, sino con un melón.

Yo me sorprendí al oírlo porque, aunque haya leído sobre muchos tipos de humanas infidelidades, no creí que el melón estuviera entre las frutas eróticas para despertar la pasión. Como el melón se marchita muy rápido, supongo que no se limita nuestro internauta a un único melón,que entonces sí podríamos hablar de un enamoramiento melonar, de una relación paralela, de una infidelidad real de naturaleza frutícola, sino al melón que consiguiera con tal de que estuviera fresco y jugoso, lo cual es más comprensible y coincidente con la procelosa líbido masculina, siempre ávida de carnes renovadas y turgentes y muy frágil ante las esferas melonares. Por fortuna Dios, en su infinita sabiduría creativa, no dio a los humanos la capacidad de leer el pensamiento porque sabía que entonces una pareja duraría el tiempo de decir hola y, en el caso del que hablamos,no puedo imaginarme qué le haría una mujer que de repente viera representado un melón sobre la mente de su pareja mientras le está diciendo apasonadamente ¡te quiero! e intercambia amorosos fluidos con ella.

Recuerdo que Adolf Tobeña, catedrático de Psicología Médica autor de "El cerebro erótico", me habló en una entrevista de las rutas neurales del amor y el sexo, de la existencia de una cartografía cerebral de las urgencias sexuales y de los sentimientos amorosos, pero ni se me ocurrió preguntarle si una fruta así podía estar entre las exigencias de la entrepierna.Antes esas cosas no se sabían pero ahora, con esta sociedad multicableada en la que salen todo tipo de indocumentados y locos diciendo insensateces por Internet, ya podemos enterarnos de esas bajas pasiones a través de los chats. En cualquier caso, podemos pensar que al menos esas prácticas melonares, como se ejecutan con seres vegetales no ofenden a ningún ser humano salvo a la dama a la que sustituyen o con la que compiten caso de tener pareja. Tirarse a un melón podríamos entenderlo como una devoción vegetariana más o una extensión de las costumbres veganas, ya de por sí pintorescas. Ya se sabe que el cerebro es un completísimo almacén de bricolage y posee una imaginación al modo de la alfombra mágica de Aladino.

Entendámonos. Un amigo mío que militó en los Cuerpos de Operaciones Especiales estuvo unos días encerrado en una casa montañesa durmiendo en un sucio desván con otros 12 compañeros de armas sin salir más que de noche para no ser localizados, y tantas horas de encierro le permitieron escuchar confidencias sobre experiencias sexuales anómalas que a mí me dejaron boquiabierto cuando me las contaba. La verdad es que solo con leer "Amor y sexualidad en Roma", de García Cuatrecasas, queda ya uno curado de espantos, que Dios perdone a los romanos. Leo que entre las parafilias en las que la fuente predominante de placer sexual se halla en objetos, hay subtipos de fetiches como el sexo con frutas, pero uno, en su inocencia habitual, no podía siquiera intuir que pudiera haber quienes necesitaran imaginarse alguna de ellas para excitarse con su pareja. Todo lo que sea invertir en el entusiasmo neural que supere la apatía (no sé si con las frutas), ayuda al cerebro a mantenerse lozano, es cierto, pero vaya a saber usted si es lo contrario y el mejor modo de llegar a viejo es vivir como una monja.

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