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Llamando a las puertas del cielo

Llamando a las puertas del cielo

Como decíamos la semana pasada, también le dieron el Nobel de Literatura a Churchill por un churro como Sangre, sudor y lágrimas y ahí quedó la cosa. Pero no se trata de llorar, sudar frío o sangrar por el Nobel de Bob Dylan. Es bastante más digno que el del político británico. Lo que pasa es que, como casi siempre, hay algunas cosas que comentar al respecto del premio de este año.

Para empezar sería bonito pensar que no es un reconocimiento sólo al trabajo de Dylan, sino a toda la tradición americana del blues y del folk, desde Howlin' Wolf a Woody Guthrie, por poner a dos cumbres del asunto. Él mismo se encargó de dejarlo bien claro en la gala de MusiCares en febrero de 2015 donde recogió el premio (¡uno más!) al "Personaje del Año". Su discurso contenía un listado impresionante de artistas que le habían precedido o que habían cantado sus canciones en más de una ocasión. Sí es cierto que se quejaba mucho de los críticos por decir que canta como croa una rana, pero aquellas palabras fueron demoledoras por la sinceridad y el agradecimiento que destilaban. Es difícil que supere aquello en el discurso de entrega del premio Nobel, aunque el viejo cabrón es imprevisible: puede superarse a sí mismo en cualquier momento. No adelantemos acontecimientos.

Otro aspecto de la concesión del Nobel a Bob Dylan no es moco de pavo. Parecía claro que este año iba para un yanqui, con permiso de Murakami. Los últimos nombres que se barajaban eran los de Joyce Carol Oates, Don DeLillo y Philip Roth. No queda ahí la cosa. Aunque Dylan lleva siendo candidato muchos años, toda una tropa de escritores americanos parecen haber perdido el último vagón del último tren. A ojo de buen cubero, el ciclo para que le toque al escritor de un país en concreto no baja de veinte años: la última yanqui fue Toni Morrison en 1993. A l@s citad@s habría que añadir los nombres de Thomas Pynchon y Paul Auster, por ejemplo. La contribución descomunal de los americanos a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, en bastantes casos deudora de Jorge Luis Borges, se queda en la cuneta tal cual le pasó al escritor argentino. ¿Deberíamos rasgarnos las vestiduras? Bueno, tampoco es para eso, que la ropa va muy cara y hasta enero no hay rebajas.

Alta y baja cultura: ¿acaba de poner Bob Dylan la primera piedra en el camino a la santificación del rock? La idea de tal canonización es de Raúl Minchinela y viene al pelo, pero no tenemos respuesta a la pregunta. Acudimos a la ópera, por muy mala que sea la obra, con la actitud de quien se acerca al altar de Dios. Si leemos un tebeo o ponemos un disco de Muddy Waters, la cosa no pasa del entretenimiento banal. Es cuestión de formatos.

En fin, lo importante ahora es que Robert Zimmerman (alias Bob Dylan) se pague unos vinos con la pasta sueca que le acaba de abrir las puertas del cielo.

@JulianSiniestro

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