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El arbusto idiota

El arbusto idiota

La evolución tiene ya 150 años largos y está hecha un lío. Cuando parecía que el género humano descendía de un eslabón perdido entre nosotros y algún simio, pues resulta que no, que la cosa es más complicada. Es posible que Darwin nunca viera su caricatura en la etiqueta de Anís del Mono; y si la vio, seguro que se bebió una botella de un trago y se puso a rascar la botella con una cuchara para cantar villancicos. Porque de eslabón perdido nada, monada. Tal y como contaba Javier Sampedro hace una semana en El País, las ciencias adelantan que es una barbaridad, y desde hace un tiempo tenemos más fósiles y más tecnología, lo cual puede parecer una contradicción, pero las cosas son así.

Hasta hace poco pensábamos que el Homo Sapiens éramos nosotros y nuestros tatarabuelos, y que lo demás que conocíamos eran huesos de algún "idiota con artrosis". Porque así describió el eminente científico Rudolf Virchow (padre de la teoría celular) los primeros fósiles de Neandertales hallados en 1856 cerca de Düsseldorf. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse, claro, pero resultó que no, que aquellos restos petrificados pertenecían a una especie humana extinguida. Tremendo golpe para Dios y su libro del Génesis (porque fue Él quien lo dictó, ¿no?) en el que aparecía una pareja desnuda en un jardín paradisíaco -situado entre el Tigris y el Éufrates y ahora escenario de guerra- y que fueron los padres de todos los idiotas que vinimos después. Después de 1856 resultó que teníamos unos primos.

Por si fuera poco, y pasito a pasito, fueron descubiertos fémures, cráneos, costillas y metatarsos de otros familiares nuestros que no habían sido invitados a la fiesta bíblica. En 1974 se desenterró en Etiopía a Lucy -llamada así por la canción de los Beatles Lucy In The Sky With Diamonds-, la primera australopithecus, y el descubrimiento también tardó en colar en la comunidad científica: otro duro golpe para Dios y su opera prima. A partir de ahí, la familia empezó a enredarse (y volvemos a citar a Sampedro) como si de una cena de Nochebuena con cientos de cuñados se tratara. A partir de ahí aparecieron el Homo Floresiensis (el Hombre de Flores, una isla de Indonesia, apodado 'Hobbit' por su tamaño y también una chica) en 2004, y el Homínido de Denisova (Homo Denisoviensis) en Siberia en 2010. Todos ellos extintos. Un sindiós para Dios, vaya.

La conclusión es que la evolución tiene forma de arbusto con ramas bastante idiotas (incluyámonos) y no de una cadena con eslabones. Queda demostrado que nosotros y nuestra parentela estuvimos desperdigados por el mundo desde la noche de los tiempos. Y si bien es cierto que nuestros abuelos Homo Sapiens nos legaron maravillas como Altamira, también es verdad que, por su culpa, tenemos a Donald Trump y algunos más cercanos que para qué vamos a nombrar. El arbusto, definitivamente, es idiota.

@JulianSiniestro

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