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Crustáceos en guerra

El constante cambio del ecosistema provoca en la naturaleza diferentes secuelas, como la llegada de nuevas especies que pueden ser agresivas

El concepto de guerra biológica no es una invención militar. Existe, de forma espontánea, en la naturaleza. El noroeste peninsular ha sido escenario de una contienda implacable entre dos especies rivales en la que el vencedor ha avanzado sin retroceder un palmo hasta casi exterminar a su oponente. El cangrejo rojo, americano o de las marismas, oriundo del noreste de México y del centro y el sur de los Estados Unidos, llegó, avanzó y se multiplicó, al tiempo que liberaba una bomba biológica: el hongo Aphanomyces astaci, parásito obligado de los cangrejos, del que aquel es portador, aunque no se infecta, y que, en cambio, aniquila a su homólogo local, el cangrejo de río europeo o de patas blancas, además desplazado por el crustáceo americano, un competidor de ventaja. Los últimos reductos del cangrejo europeo penden de un hilo: permanecen a salvo mientras no entren en contacto con el enemigo; una vez las dos especies se encuentran, la invasora solo deja tierra quemada tras de sí.

El cangrejo rojo desembarcó en España en 1973, en la provincia de Badajoz, donde se realizó una suelta experimental con medio millar de ejemplares; su éxito alentó el establecimiento, un año después, de un criadero comercial en las marismas del Guadalquivir. Desde entonces se ha expandido por toda la península Ibérica, criado para consumo y como cebo de pesca, y asilvestrado a partir de sueltas y escapes. Su entrada en los ríos y humedales del norte se sitúa en el último lustro del siglo XX, hace unos veinte años; también aquí se ha difundido ampliamente. La gran cantidad de cangrejos rojos causa problemas en los ecosistemas. El más conocido, por su devastadora repercusión, es la afanomicosis, la infección por el hongo Aphanomyces astaci, que afecta al cangrejo de río europeo. El contagio se produce por medio de las zoosporas liberadas en el agua. Las corrientes, los peces e, incluso, los útiles de pesca las dispersan. Una vez las zoosporas alcanzan al huésped, buscan heridas o desgarros en el caparazón, donde se enquistan y se desarrollan. La mortalidad es del 100 por ciento. Los cangrejos americanos son inmunes.

Pero no sólo los cangrejos autóctonos están indefensos ante este agresor, catalogado como unas de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo. Altera las condiciones del ecosistema, al remover los fondos para excavar galerías, lo cual perjudica a la vegetación acuática, y devora las larvas de anfibios, que no los reconocen como depredadores.

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