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Donación/destrucción

Los agudos seguretas escogen a gente sospechosa de llevar sustancias prohibidas para someterla a una sencilla prueba

Donación/destrucción

Las medidas de seguridad en los aeropuertos adelantan que es una barbaridad. Sin escatimar en medios humanos y tecnología punta, empresas privadas, especializadas y de altruismo sin par, se sacrifican por unos miserables milloncejos de euros para que ningún terrorista malo malísimo de la muerte mortal pueda organizar un desaguisado en vuelo con un cortauñas o un jarabe para la tos en envase de más de 100 ml., que nunca se sabe qué se les ocurrirá a estos desalmados. Desde que los picoletos se quedaron obsoletos, los esforzados agentes de seguridad privados se encargan de requisar no solamente lo que las normas dicen, sino también -y esto es importante- todo aquello que consideren susceptible de ser utilizado como arma, que bien puede ser un bolígrafo, un mechero o un bastoncillo para las orejas. Los clientes (hemos subido de categoría: ya no nos llaman pasajeros) obedecen religiosamente el procedimiento y dejan en el control una cantidad considerable de artefactos y líquidos en cada vuelo. Algún desconsiderado protesta o pone cara de perro, pero la gran mayoría de la peña respira con alivio sabiendo que llegará a su destino sana y salva.

Sin embargo, hasta ahora una duda asaltaba a todos por igual: ¿qué pasará con mi cortauñas o mi jarabe una vez requisados? Pues bien, todo está previsto. Unos contenedores dispuestos al efecto son el destino de tan peligroso material; y para que no haya ninguna duda hay de dos tipos: de donación y de destrucción. Así, el cliente-pasajero decide si el dichoso cortauñas va para una ONG o se destruye. Esto es una prueba de fuego moral: nosotros nos quedamos sin nuestro sacacorchos, sí, pero ¿seremos tan mala gente como para no donarlo a fines benéficos e impedir así que los desfavorecidos puedan abrir una buena botella de morapio?

Al mismo tiempo que tenemos que deshacernos de esas pinzas de depilar tan útiles, los agudos seguretas escogen a gente sospechosa de llevar sustancias prohibidas encima para someterla a una sencilla prueba que consiste en pasar un misterioso papelito por nosotros y nuestra bolsa. El papelito, una vez introducido en una también misteriosa máquina (high-tech, ya decíamos), nos absolverá del delito de tráfico de estupefacientes o hará saltar las alarmas y acabaremos esposados camino del trullo. Ante este protocolo también hay descreídos de tanta parafernalia que advierten al intrépido agente que las sustancias prohibidas no están en su chaqueta o su equipaje de mano, sino en su cerebro, al que por ahora, que se sepa, no hay papelito que pueda acceder.

Ahora bien: en el caso de que nos requisen la droga (que obviamente dejó olvidada en el bolsillo interior el colega ese al que dejamos la chupa el otro día), ¿qué harán con ella? ¿Tenemos la opción de la donación? ¿Podríamos dejársela al requisador para su sobrino yonqui e indigente? Ahí lo dejamos por hoy.

@JulianSiniestro

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