A pesar de su olor, que no a todos gusta, el ajo puede proporcionar una gran cantidad de beneficios a nuestro organismo, además es una hortaliza que es utilizada en todas las cocinas para darle buen sabor a las comidas. El Allium sativum pertenece a la familia de las Liliáceas y su origen se sitúa en Asia Central, desde donde se extendió a todo el mundo.
La parte comestible de esta planta es el bulbo, al igual que sucede en la cebolla y el puerro. Está comprobado que el ajo crudo tiene propiedades antisépticas, fungicidas, bactericidas y depurativas debido a la aliína, transformada después en alicina, que actúa contra numerosos virus y bacterias, además de su poder antioxidante. Lo dice el refrán "ajo cocido, ajo perdido". Lo cual no quita que en los días de invierno las sopas de ajo entonen el cuerpo y el espíritu.
Se tienen noticias de su utilización como energizante en la alimentación de los obreros que construyeron las pirámides de Egipto; y hasta tal punto se hizo necesario, que una vez que faltó el ajo, alrededor del año 3500 a.C., los obreros se negaron a trabajar, dando lugar a la primera huelga que se conoce. De sus propiedades nutricionales destaca su alto contenido en yodo y en potasio, y entre las vitaminas, contiene tiamina, niacina y discretas cantidades de vitamina C. Los ajos de mayor calidad son los que mantienen las cabezas firmes, sin brotes o retoños verdes y con una envoltura seca. Conviene escoger las cabezas pequeñas, compactas y pesadas, y rechazar los ajos amarillentos y huecos porque es indicio de que están envejecidos.
Los ajos blancos se conservan menos tiempo que los de color, que por lo general pueden almacenarse hasta un año. Deben guardarse en un lugar fresco, seco y con ventilación, para evitar que se enmohezcan y comiencen a germinar. La familia de las Liliáceas, a la que pertenece el ajo, abarca unas 3.500 especies de plantas herbáceas y árboles. El género Allium lo integran también las cebollas, las cebolletas, el cebollino y el puerro.
