Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El teniente que anduvo sobre las aguas de Vigo

A menudo, los más pequeños objetos guardan grandes historias. Ese podría ser el caso de una maqueta de galeón español que cuelga del techo del santuario de la Virgen de As Ermidas, en el valle ourensano del Bibei. Lo donó un soldado nacido en San Juan de la Cuesta, Sanabria, por haber sido salvado por la imagen, con fama de milagrera que se extendía más allá de Galicia, de un naufragio seguro en vísperas de la batalla de Rande durante la Guerra de Sucesión española

El suceso ocurrió en vísperas de la Batalla de Rande. // FDV

La devoción por la Virgen de As Ermidas, patrona del oriente ourensano, se mantiene más arraigada que nunca. El santuario, enclavado en la comarca de Valdeorras, pertenece a la diócesis de Astorga. Uno de sus obispos, Alonso Messía de Tobar, enfermó gravemente durante una visita pastoral a la zona en 1623. Atribuyó su recuperación a la Virgen y a partir de ahí comenzó un periodo de esplendor en el santuario que solo declinaría tras las desamortizaciones de Mendizábal y de Madoz, mediado el XIX.

Aún hoy sobrecoge el impresionante conjunto levantado en piedra de granito en el fondo del valle, rodeado por un vía crucis de capillas en las que se guardan pasos que procesionan en Semana Santa, una de las celebraciones que más fieles atrae. Un dominio mantenido por los administradores del santuario a lo largo de los siglos, una riqueza alimentada incesantemente por los miles de devotos y por la recaudación de limosnas de la Cofradía, extendida por Galicia y las vecinas León, Zamora, Asturias y Portugal.

Las primeras crónicas recogidas hablan de la aparición de la imagen a unos pastores en el siglo XIII, que dio pie a la construcción de una modesta ermita, de ahí la advocación bajo la que se conoce a la Virgen. La leyenda cuenta que las vacas de los pastores siempre se detenían al llegar a un punto del agreste paisaje. "€Daban tan extraordinarios bramidos, acompañados de otras singulares demostraciones que manifestaban claramente, se ocultaba claramente alguna cosa extraordinaria entre aquellas espesuras. Llevados de curiosidad, determinaron averiguar la causa de su inquietud y, venciendo obstáculos, descubrieron un peñasco que era la boca de una oscura cueva y apenas entraron quedaron absortos y admirados, pues hallaron en su hueco una hermosa imagen de María Santísima con el niño Dios en los Brazos".

La talla original pudo haber sido escondida por sus propietarios de los asaltos musulmanes que llegaron hasta este punto de la península. Los diversos estudios apuntan varias teorías que la datan desde el siglo VII al XIII o XIV. Está tallada en madera, policromada, con el Niño recostado sobre el brazo izquierdo. Sin embargo, solo la cara se corresponde con la imagen vestidera que está al culto, el resto se esconde bajo los ropajes y "por no poderse vestir la Santa Imagen sin cubrir este Niño, se hizo otro muy hermoso, que es el que se ve en las manos de Nuestra Señora, que son también postizas, pues las propias quedan ocultas debajo de los vestidos, por lo que este Niño y manos visible de Nuestra Señora son de color mucho más blanco que el de la Santa Imagen", describe J. M. Contreras, uno de los autores que más páginas han dedicado a la vida y obra del Santuario.

En cualquier caso, existen datos que apuntan a que la devoción estaba ya implantada en el siglo XVI, así como la existencia de una asociación de anacoretas que poblaban las orillas del río Bibei. La primera construcción, pues, fue una modesta ermita y a partir del milagro de 1624 se erigió el santuario que aún resiste. A medida que avanzaba la construcción crecían las necesidades del culto ante el creciente número de peregrinos y devotos, ante las noticias de curaciones milagrosas hasta bien avanzado el siglo XVIII. El templo llegó a contar con Seminario y con una Casa Hospedería para dar alojamiento a tantos miles de personas. Todavía en 1.900, en los albores del XX, se llegaron a contabilizar 16.000 romeros el 8 de septiembre, la fiesta mayor de As Ermidas.

Los prodigios acaecidos en los alrededores del santuario quedan pulcramente recogidos en los libros de los administradores, divididos en categorías de sanación, de cegueras a cojeras, impotencia, infertilidad, males de vejiga, locura y recuperación de la vida (no se menciona el término resurrección). La ausencia de diagnósticos y tratamientos médicos precarios hizo que esa fama de milagrera llevara a personas en rogativa desde lugares tan alejados como Córdoba e incluso se recoge la curación de un irlandés que acudió desde Algeciras en acción de gracias.

Las gentes que se congregaban en torno a la Virgen de As Ermidas eran de todo tipo y condición, desde altos cargos militares y administrativos, nobles a simples campesinos. Como no podía ser de otra forma, la Divinidad concedía favores sin distinción de clases. Lo común era acudir a dar gracias, hacer donativos o dejar un exvoto, un objeto relacionado con la desgracia evitada gracias a la intercesión de Nuestra Señora de As Ermidas. Y un exvoto en forma de galeón fue donado por el teniente de caballería Pedro de Centeno y Losada, nacido en San Juan de la Cuesta, en Sanabria, salvado de morir ahogado cuando cumplía una misión de reconocimiento en plena arribada a las costas gallegas de la flota francoespañola durante la Guerra de Sucesión que enfrentaba a Felipe V con el archiduque Carlos de Austria por los derechos dinásticos al trono español, lo que derivó en una larga guerra contra Holanda e Inglaterra.

La flota avistó la costa pontevedresa el 23 de septiembre de 1702. Ese mismo día el sanabrés, ayudante mayor en Baiona, partió en una misión de reconocimiento. Y así relatan las crónicas lo sucedido:

"No es menos admirable el suceso siguiente que consta por el testimonio de D. Domingo González y declaración de D. Pedro Centeno, natural de San Juan de la Cuesta de Sanabria. Hallábase éste de Ayudante en la Plaza de Bayona, en el Reyno de Galicia, y su Gobernador le mandó salir en una chalupa el día 23 de septiembre del año de 1702 a reconocer una esquadra que se descubría, y halló eran Navíos de España. Volvían alegres á participar á su xefe la noticia, quando á una legua de la tierra en la Isla que llamaban de las Estilas; se levantó un recio macan, que batiendo la vela de la chalupa, dió un golpe á Don Pedro tan fuerte, que le arrojó al mar, á bastante distancia del buque; invocó en su amparo a nuestra Señora de las Ermitas; y habiendo andado por espacio de tres horas sin saber nadar, fluctuando sobre las olas, separado de la embarcación mas de mi quarto de legua, se halló sin poder decir como fuese tan cerca de ella, que pudieron los Marineros arrojarle la guirindóla á la que pudo asirse, y salió de aquel peligro. A su llegada contaron al Gobernador el suceso, y con su licencia. se partió al Santuario de nuestra Señora de las Ermitas á darle las debidas gracias por el favor recibido".

Y como muestra, más de cuatrocientos años después, aún cuelga la reproducción de un barco, un exvoto muy común entre los marineros sobre todo en santuarios vascos, como muestra de agradecimiento a la Virgen de As Ermidas.

Justo un mes después tuvo lugar la batalla de Rande, frente a la ensenada de San Simón, en la ría de Vigo. Lo que no cuentan las crónicas es si fue la protección de la Virgen la que salvaría de nuevo a Pedro de Centeno de una operación militar en la que la flota anglo-holandesa destrozó a los navíos de Felipe V y franceses en apenas unas horas. Las leyendas cuentan también, que en el fondo del mar de Vigo todavía quedan los tesoros de Rande, ya que los galeones iban cargados con plata y otras riquezas traídas de América.

En todo caso, los archivos históricos de familias arribadas a Chile recogen el nombre de Pedro de Centeno y Losada, bautizado en la parroquia de San Juan de la Cuesta y ayudante mayor de la plaza de Baiona, descendiente de linaje noble según da fe Antonio García Montero, escribano de la villa de Puebla de Sanabria. Casado en la parroquia lucense de San Salvador de Piñeiro con Graciana de Almonacid. El matrimonio tuvo una hija, Josefa, que emigraría con su esposo, entroncando con las familias más antiguas de colonizadores del país sudamericano.

Compartir el artículo

stats