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Sálvese quien pueda

Un poeta, un resistente, un guerrillero lírico

El poeta vigués en Orihuela, donde recibió un reconocimiento de la Fundación Miguel Hernández. // Rubén Sintes

¿Y cuándo hablamos de poesía? He ahí el territorio movedizo que habita el vigués David Fernández Rivera, por cuya palabra me siento fascinado ahora que vengo de oírla en un acto público. Tenía nuestro poeta 18 años la primera vez que escribí de él, tiene hoy 30 a las espaldas y , además de diez libros, una trayectoria en la que su proyección poética podrá haber cambiado mucho pero el instinto sigue siendo el mismo y la pasión, aunque resistiendo muchos reveses, sigue intacta. ¿Quién sobrevive sin lesiones en este mundo de la poesía? Recuerdo que nos intercambiamos aquel año 2004 en que comenzaba a ser pública su expresión poética no pocas cartas a través del correo, y ya a mí me admiraba y sorprendía la personalidad de David Fernández Rivera a esos 18 años suyos, contemplados desde ese balcón de la cincuentena en que yo ya andaba, por cierto asfixiado de tanta vida periodística.

Yo recuerdo que aquel poeta de 18 años estaba dotado de una madurez precoz, de una riqueza léxica impropia de sus años, y que ya en ese tiempo me transmitía inquietantes dudas sobre el oficio poético. Ya estaba en crisis. Yo me atrevería a suponer que David estuvo en crisis desde que nació por culpa de una sensibilidad desmedida de origen inexplicable, quizás genético. Pero la crisis entendida como la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, esa crisis que trae progresos. Esa crisis de angustiosas reverberaciones de la que nace la creatividad como el día nace de la noche. Pero ¿quién es este poeta vigués nada profeta en su tierra? En obligada síntesis diría que ha ejercido como poeta, dramaturgo, director, artista sonoro y visual y que en estos últimos años publicó los poemarios Caminando entre brumas (2004), Sentimiento y luz (2005), Corceles (antología, 2006), Calipso 2009), así como la trilogía Alambradas (2010), Sahara (2011) y Ágata (2014).

El poeta de templada voz que yo acabo de oír en la feria del Libro de Vigo es un artista y divulgador precoz que cuando yo le conocí ejercía como entusiástico locutor aunque no fuera ese su trabajo, dirigiendo y colaborando en diversos programas de radio. Él confiesa que desde sus comienzos tuvo una clara vocación por los escenarios, y esto no solo le llevaría a trabajar los diferentes aspectos del teatro, sino también a iniciarse en la música, elementos que luego fusionaría con la poesía; de ahí nacerían sus primeros espectáculos poéticos. En el 2009 fundó la Compañía de David Fernández Rivera, agrupación con la que trata de llevar poesía, música y teatro, no solo a las ciudades, sino también al entorno rural. Para ella preparó la puesta en escena de La Guadaña entre las flores de Ángel Padilla (2008), para escribir y dirigir posteriormente Alambradas , con la que participó en el 2010 en el festival La Alternativa de Madrid.

No oculto que David, este hombre cuyo poderoso cuerpo, tan desmedido como su sensibilidad lírica, rompe el tópico del poeta asténico, asmático o tuberculoso de otrora, ha visitado muchos lugares en estos años y, sin embargo, tiene una espina clavada: la de poder mostrar sus alas, tal como lo hizo en Colombia por ejemplo, en su Vigo natal. La relación con Vigo siempre fue muy compleja; si bien lo mejor de su obra nació en esta ciudad, tiene la percepción de que todavía no ha podido hacer crecer y danzar su obra en ella. Una obra que según Mary Carmen Gago, presidenta de la Asociación Artístico Cultural de Pontevedra, le señala como un creador sonoro, hasta el punto de que ha iniciado el proceso de ruptura con el lenguaje a favor del sonido universal.

Su libro-disco, que acaba de salir y titula "Fractal", es una antología de sus poemas más representativos del ciclo comprendido entre el 2009 y el 2015. Un viaje antológico que delata que el oficio expresivo del David de ahora poco tiene que ver con aquel que yo conocí hace una docena de años, e incluso con aquel que en 2009 escribió Ágata. Lo de David es una constante vocación de cambio pero también de totalidad lírica, de necesidad de romper con el formato libro para servirle al lector u oyente otros instrumentos, sea la música, la escenografía? Eso sí, juraría que algo no ha cambiado: seguirá en crisis. Afirmo que es una rara avis: un poeta, un resistente, un guerrillero de la lírica.

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