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Caravaggio en compañía

Dos exposiciones en Madrid apelan al genio del pintor lombardo para explicar el tránsito a la pintura del Barroco

Jugadores de dados (Nicolas Tournier).

En materia de pintura, Italia fue unas decenas de años por delante que el resto de países europeos. Y así, cuando en tierras hispánicas y francesas cuajaba el Renacimiento de influencia flamenca a comienzos del siglo XVI, en las ciudades italianas -económicamente muy potentes- el gusto de mecenas y clientes imponía la fantasía del manierismo (tensión, confusión, angustia). Y cuando este se exportó a finales de aquel siglo (con el Greco, por ejemplo), en tierras italianas ya se anunciaba una nueva revolución estética que conduciría al Barroco.

En Italia, el manierismo se había manifestado de forma monumental con las pinturas del Veronés, Arcimboldo, Ammanati o Tintoretto; las esculturas de Cellini; o la arquitectura de Palladio. Cuando sus obras empezaron a aparecer como un Renacimiento "rellenado", el manierismo pasó a ser visto como decadente, artificioso y extravagante. Los pintores que emergían con el final del siglo XVI querían superarlo. En el gusto por el realismo, tras el inicio en Bolonia de los Carracci, es obligado citar a Michelangelo Merisi da Caravaggio.

Llegado a Roma en 1592 con veintiún años, llevaba con él la vocación naturalista que su Lombardía natal compartía con Centroeuropa. Conocedor de las pinturas de Tiziano y Giorgione -que había visto en Venecia-, ya en sus primeros meses en la ciudad pontifical no dudó en incorporar la marca realista a sus obras, bien en el tratamiento de unas frutas (por ejemplo, unas manchas por hongos en una hoja de higuera), bien por los modelos que elegía (personas comunes de la calle).

El estilo fue del agrado del cardenal Francesco Maria del Monte y bien pronto Caravaggio recibió encargos de obras religiosas que respondían a la voluntad de la Iglesia -que ponía en marcha la Contrarreforma- de mostrar una religión de acceso popular, especialmente en murales de templos, sin ahorrar realismo en los martirios y un tratamiento de la luz, no exento de tenebrismo. Un realismo que con la elección de los modelos (prostitutas, pendencieros) buscaba reflejar las imperfecciones de la naturaleza.

Bien pronto pasó a ser el pintor más famoso de la ciudad papal, a pesar del rechazo de ciertos sectores romanos por la excesiva violencia de algunas de sus obras o por el contraste entre sus figuras. Una fama que probablemente le protegió en algunas riñas y tumultos pero que no pudo evitar que tuviese que trasladarse a Nápoles en 1606. En esta ciudad -entonces posesión española- pasó unos meses protegido por la importante familia Colonna, para luego pasar a Malta y a Sicilia.

A lo largo de ese tiempo su pintura evolucionó hacia una mayor vivacidad de sus figuras y la definitiva incorporación de la oscuridad (las sombras) en el claroscuro. Con Caravaggio se inauguraba el Barroco en la pintura y su influencia -desde Roma y desde Nápoles- empezaba a notarse en muchos de los pintores que residían en estas ciudades.

La exposición que el Museo Thyssen-Bornemisza presenta hasta el 18 de setiembre, Caravaggio y los pintores del norte, incluye doce obras del maestro lombardo, entre ellas la primeriza "Muchacho mordido por un lagarto", "El sacrificio de Isaac", "San Juan Bautista en el desierto" o "El martirio de Santa Úrsula. Siendo importante poder reunir este número de obras del pintor lombardo, el enfoque dado a la exposición permite comprobar la influencia inmediata en pintores centroeuropeos coetáneos. Comenzando por Rubens (presente con "Cabeza de un joven"), quien ya manifestó su admiración por Caravaggio cuando estaba en Roma y que influyó en que el duque de Mantua comprase "Muerte de la Virgen", que había sido rechazada por los carmelitas de Santa Maria della Scala por su realismo, juzgado excesivo.

También presenta obras de otros pintores que fueron influenciados por Caravaggio en su etapa romana, como los holandeses Dirck van Baburen, Hendrick ter Brugghen, Gerard van Honthorst; el flamenco de ascendencia francesa Nicolas Régnier o los franceses Simon Vouet, Claude de Vignon, Nicolas Tournier y Valentín de Bolougne. De su estancia en Nápoles, el visitante encontrará obras de los holandeses Louis Finson y Mathias Stom. Se considera que el primero pudo conocer personalmente a Caravaggio y que recibiría el encargo de custodiarle dos de sus obras mientras permanecía en Malta. En sus pinturas es fácil descubrir el aire de Caravaggio y en alguna de ellas -"Alegre compañía" de van Honthorst- se inicia un tratamiento de la luz y del grupo de protagonistas que alcanzará la cumbre del barroco holandés con Rembrandt.

La segunda exposición se presenta en el Palacio Real de Madrid, hasta el 16 de octubre, con el título de "De Caravaggio a Bernini. Obras Maestras del Seicento Italiano en las Colecciones Reales". A la vista de las obras expuestas, la muestra justifica la presentación pública de obras que, atesoradas por los monarcas españoles, no siempre quedan al alcance fácil de los espectadores. Setenta y dos obras -algunas restauradas recientemente- que abarcan desde el momento del caravaggismo ("Erminia y los pastores", de Ludovico Carracci) hasta bien entrado el siglo XVII.

Los nombres de Caravaggio y de Bernini actúan a manera de reclamo frente al resto de partenaires, artistas en su mayoría no exentos de indudable calidad pero sin la condición de primeras espadas de la pintura barroca europea. Del primero se presenta "Salomé con la cabeza del Bautista" (conservado en el propio palacio) y del segundo un Cristo perteneciente al monasterio del Escorial.

Este también custodia otras obras presentes como "La túnica de José", de Diego Velázquez, y diversas pinturas del valenciano José de Ribera (establecido en Nápoles, tal vez el más representativo de los caravaggistas españoles): "Jacob y el rebaño de Labán". "San Francisco de Asís recibe los estigmas", "San Jerónimo penitente" y "San Jerónimo en meditación", además de "San Francisco en la zarza" (Palacio Real). Y de su discípulo y amigo Luca Giordano, se exponen "Job en el muladar" y "La burra de Balaam" (el Escorial), y "La expulsión de los mercaderes del templo" y "La curación del paralítico" (Palacio Real de Riofrío).

La muestra permite contemplar los gustos de los últimos Austrias: buena parte de las obras presentadas tienen el denominador común de la temática religiosa y otro grupo considerable -especialmente esculturas-, escenas de la mitología grecorromana.

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