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HOY DOMINGO

Caridad y justicia

Refugiados en el campo Idomenei, el pasado mes de mayo.

Quizás una de las mayores injusticias sea la del nacimiento. No me refiero al hecho de nacer, sino a sus circunstancias. Aquel nace en un país en guerra, o sujeto a desastres naturales, ése nace en una familia desestructurada o en un arrabal de miseria y violencia. Mientras, este otro es un sonriente querubín que produce ternura, o que lleno de talentos sorprende por su inteligencia, su bondad, su tacto y su compasión. Nada, mientras es un bebé, ha hecho para merecer esa suerte. Un azar que le hizo nacer en ese lugar, en ese momento, hijo de esos padres. De ellos hereda el medio y aunque se haya intentado borrar durante años, también sus genes: las diferentes predisposiciones físicas, emocionales e intelectuales, que se verificarán o no a lo largo de su vida. Para el ser humano, que intenta por todos los medios encontrar una lógica a la naturaleza, que piensa que está sometida a leyes justas, esto es difícil de entender. Nos acogemos a la imaginación, a la capacidad que tenemos de inventar relatos creíbles.

En la India surgió una explicación, ya en el siglo VII a.C., cuando los Upanishads interpretaron los Veda, los textos en los que se enraíza el hinduismo. En ellos no se habla de manera clara de la reencarnación. Cuando el karma se interpreta no sólo como acción, también como consecuencia de las obras, surge la explicación del porqué unos nacen afortunados y otros desgraciados. Están pagando las obras realizadas en la vida anterior: el que había logrado deshacerse del deseo, lo que le ata al interminable ciclo de renacimiento y muerte, adquirirá un nuevo estatus que lo conduce a la realidad última. Los otros, que tras muchas transformaciones llegan a ser hierba del prado u otro vegetal, si ocurre que los come un humano, en su semen se harán humanos otra vez. Y será la cosecha de su karma lo que determine en qué renace, si muy bueno en un brahamin o sacerdote, en un guerrero o regidor si moderado y en un comerciante si modesto. "Pero aquellos cuyo comportamiento dio asco aquí, encontraran el vientre que dé asco, el de un perro, el de un cerdo o el de un intocable". Con este mito, el interesado puede leerlo en Chadogya Upanishad 5.3-10, conseguía la sociedad india tres cosas: favorecer la bondad; explicar ese injusto azar y reforzar la sociedad de castas y el poder de los arios , los brahamines, sobre los otros pueblos que fueron absorbiendo. En Occidente partimos de mitos diferentes y, no sé si por eso, el sentido de la justicia está más desarrollado.

Según tengo entendido, hasta bien entrado el siglo XX la carga impositiva apenas llegaba al 10% del PIB. Con eso, y teniendo en cuenta la riqueza de entonces, poco podía hacer el Estado más allá de orden publico, defensa y carreteras. La asistencia a los necesitados estaba en manos de la beneficencia. La gran expansión del Estado protector ocurrió en el siglo pasado. Paralelamente la presión impositiva aumentó hasta situarse en el siglo XXI en el 40% del PIB en la Comunidad Europea. En España, según Eurostat, se sitúa en el 34%. Un objetivo es corregir, con esos ingresos que Leviathan recolecta a la fuerza, las desigualdades que por nacimiento o crianza sufran los individuos, las familias y las comunidades del país.

Hay una gran diferencia entre justicia y caridad. Nuestra religión premia la caridad hasta el extremo de que en la Edad Media el pobre era un representante de Cristo con la función de redimir al rico mediante las limosnas. La sociedad los necesitaba. La injusticia a la que estaban condenados los más necesitados empezó a percibirse en el XIX, cuando la Revolución Industrial había convertido en basura a los trabajadores y sus familias. En todos los países occidentales se crearon sociedades que exigían leyes que acabaran con esa situación. No era por caridad, que nace del amor, o de la compasión, era por justicia. Y la justicia, ya desde tiempos de Hammurabi, es un reflejo del orden cósmico, una realidad a la que se debe someter el ser humano. Cuando se empezó a ver al pobre, al obrero explotado como un semejante se le consideró legitimado a tener los mismos derechos que cualquier otro ciudadano. Sobre todo el derecho a una vida digna: vivienda, educación, alimentación, saneamiento base y trabajo seguro y adecuadamente remunerado. Una justicia cada vez más comprensiva, tanto en derechos como en personas con ellos. Ya no basta proteger a los conciudadanos, ahora nos sentimos obligados a proteger a todos los seres humanos. Un desafío para el siglo XXI que se manifiesta ya en la hoy lacerante crisis de los desplazados.

Hay tres cuestiones sobre el gasto público. La política: cuánto y cómo distribuirlo; la administrativa: cómo evitar la ineficiencia, y la moral: cómo controlar la corrupción. Me conformaría con que el gobierno se tomara en serio las dos últimas.

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