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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Entre corrientes submarinas de un mar sin fondo

Vázquez Taín conoce la cáscara amarga de la vida y seguro que la mejor parte de los humanos también. // Víctor Echave

Cuando yo empecé a ejercer el periodismo allá, ¡Oh, Dios!, por los años 70, los jueces eran unos señores distantes, empingorotados, verticales, solilóquicos, y a veces incluso nos parecían, con perdón, de horca y cuchillo. Yo recuerdo en esa década, cuando era un tierno capullín de la pluma, que un simple e inocente reportaje con transexuales que vinieron con su espectáculo al cabaret Riomar le costó a un compañero mío de "El Pueblo Gallego", Puigdeval de apellido, nada menos que la inhabilitación periodística durante seis años. Yo lo había hecho antes con mucho mayor despliegue fotográfico y narrativo pero me salvó haberlo publicado en una revista quincenal y no, como él, en un periódico diario. No quiero contaros cuando, por haber hecho una entrevista al comunista y republicano exiliado Luis Soto cuando Franco aún no estaba exánime, alguien me denunció por apología de la lucha armada contra el Estado a mí, que era un tierno pacifista, y un juez vigués me tuvo toda una mañana esperando amedrentado, acojonadillo diría yo, para echarme una bronca a la hora de comer y mandarme sobreseído a Dios gracias para casa. Un juez, por cierto, de rostro severo al que yo le hice hace dos años sus Memorias.

¡Qué tiempos judiciales aquellos! Y es que aquellos señores que hablaban como desde las alturas nos daban un poco de miedo entonces pero el paso de los años no ha sido en balde y nos ha traído a otros, como José Antonio Vázquez Taín, al que acabo de presentar su último libro, conocidos por su cercanía y locuacidad y a los que no tenemos miedo sino algo más importante: respeto. Estoy estos días sumergido en las corrientes submarinas de su último libro, "El mar sin fondo", que ya en su título anticipa al lector las marejadas interiores en que va a zambullirse si lo lee. José Antonio, que me permite el tuteo porque aún no tiene sospecha de que yo alije cargamento clandestino alguno, consigue algo que ya de principio se hace evidente: ponérselo muy fácil, por su riqueza descriptiva, a cualquier cineasta que quisiera hacer de este argumento una película.

Nuestro juez lleva 20 años ejerciendo, de modo que alguien que ha estado en barcos de coca o en las vías de Angrois, por no citar otras incontables experiencias del lado oscuro de la realidad, tiene en la mochila de su memoria un haber de imposible acceso para una persona normal. Miles de asuntos le han permitido conocer la cáscara amarga de la vida y seguro que la mejor parte de los humanos también. Pero eso no basta a un novelista si no tiene la virtud de contar, la intuición de narrar, la sabiduría de envolver con la palabra. Y Vázquez Taín la tiene, aunque no pretenda yo atribuirle virtudes de Premio Nobel literario, que a eso no me atrevo y sería un milagro de la naturaleza en el caso de una persona que, como él, escribe en las rendijas de tiempo libre que le deja una profesión agotadora.

Vázquez Taín es uno de los jueces gallegos más populares, controvertido a veces. En su primer destino, Vilagarcía de Arousa, obtuvo grandes resultados en su lucha contra el narcotráfico, aprehendiendo en 2003 el mayor alijo de cocaína del siglo en España. Más adelante, ejerciendo en Santiago de Compostela, se ocupó de la instrucción de asuntos de enorme repercusión, entre otros, el robo y posterior recuperación del Códice Calixtino y el asesinato de Asunta Basterra. Actualmente ejerce, como juez de lo Penal, en A Coruña. Nacido en una pequeña aldea de Celanova, es persona accesible a los medios y su faceta de escritor surge quizás como necesidad de plasmar las experiencias en el ejercicio de su profesión, pero yo me atrevería a decir también,o más bien, como terapia para compensar tanto juicio paralelo, ese estar en el ojo del huracán.

Y ahora muchos le estamos leyendo su cuarto libro, "El mar sin fondo", una trama en la que muestra su profundo conocimiento del sistema judicial y policial, pero con muy interesantes anotaciones críticas sobre el papel de espectacularización a veces insensata de los medios de comunicación, convertidos en jueces paralelos. Si lo leéis hallaréis ahí un retrato de nuestro presente y pasado con las alcantarillas de la corrupción, puertas giratorias, multinacionales que mandan en la sombra, negocios sucios, abusos? en la que no se disculpa ni a partidos ni a sindicatos ni a periódicos ni a policías ni a jueces, ni a una sociedad que engulle sin criterio cualquier falacia bien envuelta en papel de seriedad. O sea, lo de todos los días.

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