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SÁLVESE QUIEN PUEDA

De los nombres de las calle y sus mudas ideológicas

Daniel Antomil posa con su libro ante la estatua de Castro, emblemático vendedor de periódicos vigués. // Marta G. Brea

¡Qué ciudad tenemos y qué poco la conocemos la mayoría de sus habitantes! Yo reconozco que me he perdido alguna vez durante algunos minutos en uno de esos barrios de nuestra periferia que ocultan un callejero interior inesperado, un entramado de callejuelas o caminos cerrado en sí mismo, construido a base de humildes viviendas no declaradas que se fueron superponiendo en las esquinas ocultas de la ciudad, quizás en las estribaciones de un monte, creciendo como un laberinto. A este desconocimiento quizás contribuye que la nuestra es una ciudad cuya esencia está en los barrios, que a veces parecen islotes autónomos, y todos tendemos a pasar nuestra vida dentro de los confines del nuestro. No sabemos de la existencia de muchas de las calles de la urbe que habitamos y mucho menos el porqué de sus nombres, su misterio onomástico, y en Vigo tuvo que ser un veintiañero, Daniel Antomil, quien acaba de desvelar en un libro la identidad nada menos que de 1.800 viales.

Yo conocí muy bien el trabajo sobre las calles de Vigo de mi colega y cronista oficial de la ciudad, Lalo Vázquez Gil pero, con ser muy explicativo y un verdadero esfuerzo de búsqueda, se quedó en el Vigo de hace un cuarto de siglo al menos. También conocí bien los libros de Gerardo Sacau sobre la materia, incluso le presenté de su trilogía el que hablaba de los nombres que bordeaban la ría a bordo del barco de las Cíes alquilado para la ocasión, pero el suyo era un trabajo de profundidad toponímica, de muy filológicas ambiciones. Una búsqueda detectivesca y ardua en esa toponimia que sirve de vínculo de conexión entre las personas y el territorio que viven. Se han hecho otros trabajos sobre nuestro callejero como los de Iván Sestay y Gonzalo Navaza, el de Eduardo Galovart en su Vigopedia digital o los de algunas parroquias gracias al Servicio de Normalización Lingüística del Ayuntamiento de Vigo, pero este que acaba de salir en Ediciones Cardeñoso, "De los nombres de las calles de Vigo", me parece un esfuerzo actualizador y titánico sin parangón desde el punto de vista onomástico. Los topónimos, igual que las palabras del léxico común, tienen alma y tienen cuerpo, tienen fondo y forma, decía Sacau. No sabe uno qué mosca cojonera pudo picar a autor tan joven para, en vez de andar de amoríos o copas, pasar tres o cuatro años emboscado entre calles y caminos, y seguro que escarbando en ese rifi-rafe histórico que son los cambios de los nombres de las calles, del que ya se choteaba con humor Lalo Vázquez Gil en su libro. Cuando cambia el poder, cambian las calles. Todos podríamos citar nombre de vías que cambiaron tras la guerra civil, para honra de sus vencedores y proclamación de sus héroes y mártires.

¿Cuántas calles se hicieron del Generalísimo tras la guerra cuando no de sus generales victoriosos? Pero esto no es cosa de derechas o de izquierdas. Ya durante la guerra civil la retaguardia republicana se volcó en la desaparición de todo rastro toponímico o callejero que recordara antecedentes de santoral o de realeza, dando lugar a verdaderos engendros onomásticos. Ciudad Real se convirtió en Ciudad Libre de la Mancha, Hondón de los Frailes pasó a Hondón Libre, Talavera de la Reina a Talavera del Tajo, Olías del Rey a Olías del Teniente Castillo? En Cataluña, tan pródiga en lugares puestos bajo la advocación de santos patronos, el cambio fue dantesco y algo se aprecia la prevalencia anarquista en aquellas tierras: San Andrés del Palomar pasó a ser Armonía del Palomar; San Clemente del Llobregat en el Cirerer del Llobregat, San Adriám del Besós en Pla del Besós, San Fulgencia del Segura, en Ukrania del Segura?

Perdidos por la geografía española, nos cuenta Abella en" La vida cotidiana durante la guerra civil" que innumerables villorrios alteraron una denominación que se perdía en la lejanía del tiempo para adoptar unos nombres que nada tenían que ver con la heráldica ni con la hagiografía. Ya antes, con la proclamación de la República, se había desbrozado el camino con eso de suprimir veneraciones dedicadas a godos, Austrias o Borbones y ahora en Barelona pareden querer reeditarlo. En Madrid, la Avenida de Alcalá Zamora, ex Alfonso XII, se convirtió en Avenida de la Reforma Agraria, la del Conde de Peñalver, en Avenida de Rusia.En las Ramblas llegó a haber una calle dedicada a las Milicias de Retaguardia de las Juventudes Socialistas Unificadas. No sé con cuántos cambios de nombres habrá tenido que pelear Daniel Antomil en su libro sobre el callejero de Vigo, pero habrá que hacerle un monumento por haber perdido tantos vinos y amores propios de su edad dedicándose a recorrer calles para que Vigo volviera a tener memoria de las mismas.

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