Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sálvese quien pueda

Esos viejos y maravillosos objetos llamados libros

¡Ay Mortadelo, qué razón tienes! // FDV

Escribo en la víspera del Día Internacional del Libro, ese objeto que cada vez ocupa menos espacio en las casas que visito, en algunos casos con razón porque si metieran uno solo tendrían que andar de costado en el microespacio urbano que habitan. Otros justifican esa ausencia editorial por una suerte de metafísica feng shui que todo lo vacía para que los objetos no te hagan perder el tiempo enzarzándose en tu memoria. Sabemos que los libros no han formado parte nunca de la vida doméstica de gran parte de la población pero al menos hasta ahora en las áreas urbanas había un cierto regustillo decorativo por el cual algún metro de estantería se ocupaba con alguna colección que sugería al visitante la idea de que allí dentro era posible la lectura, aunque sospechosamente el color de las tapas hiciera juego con el fondo del mueble. Había al menos entre la burguesía urbana una cierta vergüenza por no leer y se procuraba un espacio aunque fuera minúsculo, subatómico, para poner alguno de esos objetos portadores de textos. Pero es que ahora se ha perdido tal pudor; puedes entrar en una casa y no ver siquiera una huella de que por allí ha pasado alguna vez un libro, salvo un okupa que lo asemeja, un heredero tecnológico llamado e-book que viene a ser una olla express de letras en batiburrillo ideado para poder leer en las nuevas viviendas.

No es que no se lea sino que se lee de otra manera, a cachos, un trozo de aquí y otro de allá pero no en papel sino frente a una pantalla de ordenador y con una memoria infalible de gigabytes. Tampoco es que no se lean periódicos de los que se compraban en los kioscos sino que ahora se han acostumbrado al todo gratis de Google o a enterarse de lo que pasa en el mundo por twitter en una lectura descabellada, espasmódica, fragmentada, como si en vez de comer tomaras unos pinchitos de una y otra cosa. Francamente, en muchos casos tienen razón con su desdén por la lectura. Yo ahora mismo acabo de infrautilizar mi cerebro y malgastar mi tiempo leyendo unas declaraciones de una mujer que afirma, en un acto electoral en Cataluña, que es catalana de nacimiento y gallega de ascendencia, pero no española. Leer tal exabrupto, tal simpleza, tal desvarío emocional, es indiscutiblemente una pérdida de tiempo y no me extraña que ante cosas así la gente deje la práctica de la lectura de prensa sospechando que todo pudiera estar contaminado por majaderías de esa magnitud que, como el independentismo, no debieran ser tratados más que en un sanatorio psiquiátrico o, si acaso, en el Juzgado de Guardia de la señorita Pepis.

En la sociedad distópica de George Orwell y su novela 1984 leer estaba prohibido para los ciudadanos, la única forma de recreación era el cine que es colectivo y no la lectura que es un placer individual. Es de las pocas cosas de esa novela que no han ocurrido porque otras como luchar en vano contra la Gran Dictadura del Nuevo Orden Mundial ya no son parte del futuro y aquella pastilla de la felicidad que se distribuía en la novela entre los ciudadanos está más que superada por ansiolíticos o antidepresivos del más diverso signo. Pero leer, aún se deja leer, lo que ocurre es que cada vez se lee menos en esos viejos soportes llamados libros o en los periódicos, sustituidos por redes virtuales, on line, en las que se lee de todo para, al final y tras perder el tiempo en mil derivaciones, no saber qué diantres se ha leído. Por no hablar de la televisión, que es un antídoto de la lectura, un adversario potente capaz de fagocitar horas de potencial lectura, aunque nuevos sociólogos pretendan desmitificar su acción nociva y plantearlas como actividades complementarias.

Yo soy de esa tribu en extinción que cree que un lector vive mil vidas antes de morir y que aquel que nunca lee vive solo una. Por eso estoy tan rodeado de libros que mi aspiradora choca con ellos por los suelos y ya me preocupa si mis hijos no tendrán que hacer una pira funeraria cuando los hereden por no hallar espacio que los habite. Bien es verdad que no los leo enteros, que muchas veces parezco un lector solo compulsivo, de prólogos y epílogos, sin orden ni concierto o de "coitus interruptus", pero al menos son libros. Larga vida al Día Internacional del Libro.

Compartir el artículo

stats