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Sálvese quien pueda

¿Cómo van a votar lo mismo que nosotros?

Los jóvenes de hoy se hacen preguntas nuevas.

¿Cómo va a votar más de lo mismo ellos? Eso me preguntaba yo la otra noche, entre 25 o 30 jóvenes de la edad de mis hijos que se citaron en mi casa para celebrar el final feliz de unas jornadas audiovisuales. Entre ellos solo peinábamos canas el escritor Óscar Scopa y yo, que somos de la generación que creció con los Beatles y los Rolling y entramos en la Universidad con el Mayo francés, y alguno de los dos dejó una pregunta en el aire -¿cómo no van a estar enfadados con la vida?- aunque apenas profundizamos en ella porque no era momento de transcendencias a esas horas de la madrugada con una copa en la mano. Claro. Yo los veía a sus más de 30 años de media y, por un lado, me daba cuenta de que era una generación más culta y más sensible, más depurada en hábitos democráticos y participativos, y por otra una generación que no tiene esas posibilidades que nos alentaron a nosotros: vivir mejor que nuestros padres, cobrar dignamente por nuestro trabajo, tener perspectivas de mejora, esperar que podíamos independizarnos de nuestros mayores y hasta casarnos a una edad razonable (incluso para podernos separar a tiempo), pensar que podríamos comprar una vivienda e incluso que tendríamos una jubilación digna. Eso no se cumplió para muchos pero lo importante era que teníamos una razonable esperanza de que ocurriera.

Yo los veía charlando aquí y allá en la fiesta, razonables, comedidos salvo un poeta bosnio que cumplía admirablemente su papel con su verbo encendido y saltando de un lado para otro en busca de palabras, y me daba cuenta de que lo que les había ofrecido la sociedad era mayor educación y protección en su infancia y adolescencia, menos tolerancia a la frustración por vivir con razonable suficiencia en esa etapa pero, paradójicamente, una inseguridad laboral tremenda, una precarización del trabajo que no saca de pobres ni a los que lo tienen, una ausencia de justicia intergeneracional, una quiebra progresiva del estado del bienestar y una jubilación en la que es mejor que no piensen para no aterrorizarse. Dicho de otro modo, esta sociedad les ponía en alta duda la esperanza de conseguir al menos un estilo de clase media básica. ¿Cómo no va a haber una brecha entre ellos y nosotros - le decía yo a Scopa sin ánimo e ir más allá a esas horas-, si hemos tenido pasados y perspectivas de futuro tan distintas?. Si a ello se le suma una aceleración en los cambios que da vértigo porque parece incontrolable se puede entender que ya no les haga falta a los jóvenes de hoy ser de diferente nivel educativo o de clase para votar alternativas distintas a sus mayores, sean de izquierdas o derechas. Les basta con ser otra generación.

Scopa, cuyo último libro, "El fin del mundo ya ha llegado", acaba de ser traducido al francés, me comentó copa en mano y por tanto sin ánimo de ir más allá a Dios gracias, que la tecnología de la información había alterado la noción de trabajo y que el capitalismo se había quedado sin capacidad de reacción para adaptarse. O algo así, que no seguimos para no destrozar ese buen momento de la noche que te da el gin tonic (yo) o guisqui (él) oportuno. Pero, claro, yo me miraba a mí mismo tras beber un sorbo y pensaba que a pesar de haber trabajado y cotizado 40 años no tenía total seguridad de que mi pensión fuera respetada pero es que ellos la tenían de no poder sumar los 40 años de trabajo y de no tener pensión salvo que algo ocurriera. ¿Cómo no van a estar enfadados?

Pero la vida depende también del modo de percibirla. Es cierto que la gente vive rodeada de inseguridad y la economía vuelve a ser una amenaza y no una promesa de prosperidad como la vivimos los de mi generación. Es cierto el fenómeno de las expectativas menguantes, o de la desigualdad de rentas y oportunidades. Es cierto que se han roto de algún modo los lazos comunitarios de las sociedades, que todas las instituciones, desde la Iglesia al Estado, que aseguraban un control social y una cierta estabilidad están en suspenso, y es cierto que hay un deterioro ético. Pero, si miramos hacia atrás, todas las generaciones salvo la de quienes estamos ahora bordeando la jubilación, vivieron peor y en condiciones más precarias que la de ellos. Las de sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos... y siempre se ha salido adelante aunque con alguna guerra devastadora por medio. La crisis deja un triste legado y los chicos nacidos después de los años 70 tienen peores condiciones de vida que los inmediatamente anteriores, pero yo creo que esos que yo veía en la fiesta no se han resignado y empiezan a organizar su vida de otra forma, con una economía más colaborativa, etc. Y votan. Aunque, claro ¿cómo van a votar como nosotros, seamos de izquierdas o de derechas?

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