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Europa huele a chamusquina

Europa huele a chamusquina

Ya pueden ir explicando un poco un par de cosas. A las pocas horas de un atentado terrible aparecen las fotos de los autores -ya estén muertos o vivos, cercados en un piso de Leganés o en paradero desconocido- pero ningún servicio secreto europeo los detecta antes de la bomba. Sólo hay dos posibilidades: o bien la información falla como una escopeta de feria y empieza a funcionar cuando corre la sangre, o bien aquí hay algún truco extraño. Ninguna de las dos cosas parece buena idea. Si no hubiera antecedentes, pues bueno, pues vale; pero resulta que, antes de Bruselas, en París se organizaron dos buenos saraos: el de Charlie Hebdo, en enero de 2015, y el de Bataclan y aledaños en noviembre. Y eso por no hablar de los atentados de Atocha. ¿Tremendas alarmas de nivel 4 no sirven de nada pues? Ya pueden ir dando explicaciones, que nosotros no entendemos ná de ná, como decían Los Enemigos.

¿A quién beneficia todo esto? Ni a usted ni a nosotros, eso sin duda. Dejando de lado la posibilidad de acabar descuartizados después de alguna barbaridad de ese calibre -no la descartemos- viviremos tras la deflagración un aumento desquiciado de desagradable presencia policial, de engorrosos controles en estaciones y aeropuertos, de patéticos discursos sin ningún contenido sólido, de envío de tropas a zonas de conflicto supuestamente implicadas en la masacre de turno, de caras largas que suenan a hipocresía mal disimulada. Viviremos, por consiguiente, peor. Si la industria del armamento no se frota las manos, que baje Dios y lo vea.

¿Y los refugiados qué? Bueno, pues se pone un letrerito en manos de un niño diciendo "Sorry for Brussels" y ya. Y el chaval ya tiene suerte: su cara sale en los medios y puede que le toque llegar a algún país europeo dentro del cupo de las dos docenas de afortunados que pueden entrar en este paraíso de idiocia y estupidez.

No nos equivoquemos; al ministro de Defensa de España lo nombra el rey de turno: al presidente del gobierno que le zurzan. Si además el ministro tiene negocios en la industria de las armas, como es el caso, pues ya la mosca esa de detrás de la oreja crece hasta el tamaño de un cachalote. Y no podemos desmantelar las fábricas de armas: ¡son puestos de trabajo, claro! El problema ético se desvanece cuando se trata de que las estadísticas favorezcan a este nuestro fanático estado estadístico. Los productores de leche o los escritores jubilados ya pueden buscarse la vida: lo importante es seguir fabricando bombas de racimo, que eso es lo que da dinero a estos solemnes figurones a los que encanta la posición de firmes, ya sea vestidos de civiles o de militares.

Querido William, que lo sepas: no es sólo Dinamarca la que huele mal. Toda Europa cae en picado al fondo de una fosa séptica. La chamusquina es Chanel nº 5 al lado de esto. La venta de pinzas para la nariz se dispara.

@JulianSiniestro

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