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SÁLVESE QUIEN PUEDA

De esa soledad que vives entre multitudes

Qué soledad la de la gran urbe. // FdV

Vuelvo de uno de esos oficios a los que asistes con frecuencia alarmante al paso de los años, y en los que al saludar todos solemos decir lo mismo: "oye, que a ver si nos vemos más pero por otras cosas". Los funerales es lo que tienen, que te reencuentras con viejos amigos que no veías, lo cual los hace buenos si no tuviera que morirse alguien para ello. Otra cosa que tienen estos encuentros en los que, paradójicamente, solo sufren quienes quedan vivos, es que saludas y te vas cuanto antes por si la Parca anda alrededor con su guadaña buscando nuevos candidatos y repartiendo suerte. "La muerte te deja solo -me decía una amiga- pero lo bueno es que no te enteras; lo realmente malo es la soledad antes de morirse". Residente en un pueblo de unos pocos miles de habitantes, mientras volvíamos al centro de la gran urbe que había dejado el occiso, observé que miraba incómoda el tráfico envolvente. "No sé por qué me da que en medio de estas multitudes se labran las más grandes soledades", volvió a decir como si quisiera enlazar con la autopista y emprender la huida hacia el pequeño pueblo que habitaba.

La soledad debe ser una muerte interior más importante que la muerte, porque estás vivo y resulta que la sientes. Cuatro millones de españoles la padecen según un estudio reciente y yo creo que se sufre más en la gran ciudad, porque se hace más intolerable si vives entre multitudes. Hojeando (y ojeando) el último libro de Elvira Lindo, "Noches sin dormir", te encuentras un Nueva York en el que no debes esperar que los vecinos te saluden en el ascensor salvo si eres perro, no debes enfermar jamás y menos sacar tus virus a paseo ni pensar en que estás solo la mayor parte del día en un estéril pensamiento español que, dice ella, en esta ciudad no viene a cuento. "Debes dar propinas a los 10 porteros para que hagan tu vida fácil o no la hagan invivible", dice la Lindo, evitar el contacto visual, no mirar a los locos, arreglárselas para no ver al mendigo que entra y está meando a tu lado, no tocar a un bebé que te tiende una mano, no observar a una niña que te hace gracia... Once años viviendo allí, como la autora, dan para saber de esas miserias urbanas que como turista son imperceptibles, ni casi percibes en dos meses como cuando yo estuve en tiempos del Black Power.

La vida en la gran ciudad, las relaciones afectivas más de usar y tirar (y si no mirad "Sexo en Nueva York") son parte de los nuevos hábitos urbanos que hacen de la soledad un problema creciente. Pero eso no es más que una parte porque luego está la soledad de los mayores que flaquean sin nadie al lado, viudos, separados o que tienen a los suyos a miles de kilómetros porque hoy la familia está partida, deslocalizada, cada cual por su lado ya que el trabajo se tiene donde se puede y no donde se quiere. Y menos mal si se tiene. ¿Qué hay detrás de ese hombre setentón que cuida sus plantas con esmero o que nada en la piscina municipal del barrio obrero, o de la mujer cincuentona que ves en la Bibliioteca Pública matando en silencio soledades, que nunca se casó, no tuvo hijos y sus padres murieron? ¿Y qué hay detrás de esa nueva víctima de la soledad que es el parado? Dice algún psicólogo que el sentimiento de soledad produce un bucle no solo porque el primer espacio de sociabilización es el lugar de trabajo sino porque es difícil orillar la soledad si sientes que estorbas en todas partes, que al no tener dinero parece que vas a que te inviten... El parado, sí, pero ¿y el deshauciado?¿Qué hay de esa gente acorralada, a punto de tirar la toalla, insomne ante el abismo? Mirad el docu La granja del Paso, de Silvia Munt.

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Una persona de 83 años, que vivía con una hija de 54,dependiente,sufre un episodio de insuficiencia y es trasladado desde su casa viguesa al "Álvaro Cunqueiro". Una vecina lo encontró tirado en la escalera y alertó al 061,quienes hicieron el traslado, al tiempo que avisaba de que su hija discapacitada quedaría sola en casa.Nadie se hizo eco con la urgencia de este tema y la chica murió 15 días después totalmente abandonada.Nadie volvió a reiterar el tema ni acordarse de ella. La gente subía en ascensor, bajaba con sus prisas mientras la mujer moría sin que nadie lo advirtiera. He ahí la soledad urbana, y no en la gran ciudad, en Vigo hace unos días. La paradoja es que un grupo de más de 20 personas de una asociación de ayuda a los animales se desplegaron los mismos días en un barrio para localizar a un gato encerrado por una vecina en un edificio abandonado. El gato, ya que no la mujer, fue liberado.

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