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Memorias

Elsa Pérez Vicente: "Mi marido, Antón Abreu, diseñó un collar de esmeraldas para Eva Perón"

Nacida en Buenos Aires igual día de 1927 que el artista Abreu Bastos en Vigo, ambos formaron grupo en el Centro Gallego con los Castelao, Seoane, Lodeiro...

En 1960 con Abreu Bastos en una exposición del pintor vigués. // Archivo familiar

>> Hay un intenso e histórico fluir del arte entre Argentina y España, un movimiento pendular que en el pasado inundó aquellas tierras de artistas españoles y en el presente ha enriquecido las nuestras de creadores latinos. Un feraz y feliz mestizaje sembrado de alegrías y dolores, encuentros y rupturas, presencias y ausencias. En esta historia de intercambios se sitúa la vida y obra de Elsa Pérez Vicente, que nació en Buenos Aires el mismo día, mes y año que estaba naciendo en la parroquia de Matamá viguesa quien compartiría con ella su vida tras conocerse décadas después en Argentina: el pintor Antón Abreu Bastos. Ella, pintora y dibujante exquisita, tan amante de la música que por Bach bautizó como Juan Sebastian a su hijo, fue su compañera perpetua hasta su muerte en 2004, y ahora una voz que añade una nueva dimensión a su biografía. ¡Cuánta gente pasó por la casa de ambos en Buenos Aires, cuántos artistas preclaros de Galicia por la que después tuvieron en Gondomar, cerca de Vigo!. Esta es su historia y la de Abreu contada por ella misma, llena de ternura y trenzada por los mimbres de la emigración. El día que esto se publica, sus cuadros se exponen en la viguesa sala Afundación de Velázquez Moreno.

>> "Nací en agosto de 1927 en Buenos Aires, el mismo día que el que sería mi compañero de toda la vida, Antón Abreu Bastos, con unas horas de diferencia ya que él nacía en Galicia. Soy hija de la emigración. Mi padre, oriundo de la sierra de Almería, emigró en los años 20 a la Patagonia argentina, formando parte de una cuadrilla de andaluces que se dedicaron a encauzar y contener los ríos, creando campos de cultivo para frutales. Posteriormente se trasladó a Buenos Aires donde creó una empresa de transporte de aves y, allí conoció a mi madre, recién llegada de Liérganes, provincia de Santander, para vivir junto a la suya, que a su vez había llegado a América unos cuantos años antes. En nuestra casa del barrio de Flores nos criamos las cuatro hermanas. Mi madre, de estricta disciplina, gobernaba la casa con mano firme; mi padre, con su eterna sonrisa y gracia andaluza decía que aquella casa parecía un convento. Así nuestra infancia transcurría entre el colegio de monjas alemanas y los juegos en el jardín. En las tardes de verano y bajo la parra, después de hacer un asado, mi padre sacaba su guitarra del armario y tocaba para nosotras por soleares, siguiriyas y fandangos, maravillosamente interpretadas por aquellas manos recias de trabajar de sol a sol. Nunca perdía el humor y cuando hablaba de su niñez en la sierra almeriense, a veces se le humedecían los ojos de nostalgia. Muchos años después, ya en España, tuve curiosidad por conocer su pueblo natal. Es increíble como el tiempo y la distancia pueden convertir un paisaje yermo y desolador en la tierra prometida. En ese contraste entre la sobriedad castellana de mi madre y el buen humor andaluz, mis padres consiguieron que las cuatro hijas estudiaran una carrera".

>> "A mi padre le gustaba tanto el teatro que era claque en el Avenida Español, donde llegaban todas las compañías y figuras como Carmen Amaya, Antonio etc. Recuerdo con nostalgia la época en que se hacía el vino en casa, cuando se llenaba de abejas revoloteando sobre las bandejas de uva chinche y un olor dulce nos alegraba. Mi casa fue construida por mis padres, tenía un jardín con naranjo y limoneros que crecieron tanto que era un verdadero placer sentarse en sus ramas para leer. Cerca de donde vivíamos estaba la escuela de monjas alemanas, las hermanas del Espíritu Santo. ¿Cómo hacían pis esas señoras, nos preguntábamos de niñas, sorprendidas por sus hábitos? Ingresé luego en Bellas Artes, siete años de aprendizaje en diferentes técnicas como el carbón, óleo, escultura y grabado. Fue una época feliz porque descubrí mi vocación y conocí al que sería mi pareja durante cincuenta y cinco años en el taller del maestro Demetrio Urruchua . Era Antonio Abreu, emigrado desde Vigo y la parroquia de Matamá. Entonces estaba al frente de un taller de joyería y él creaba los diseños para un distribuidor inglés, a petición del cual realizó para Eva Perón un collar de esmeraldas que le regalarían los sindicatos. Allí comenzó como aprendiz y terminó siendo el dueño del negocio. Por aquella época llegó a Buenos Aires el pintor Laxeiro con su personalidad desenfadada, divertida e histriónica. Nos reuníamos un grupo a disfrutar de largas tertulias con Luís Seoane, Lodeiro, Castelao y otros intelectuales en el Centro Gallego".

>> "Abreu yo nos casamos en 1951. Hay un momento de inflexión en nuestra vida artística. Corría el año 1952, segunda presidencia y declive de Juan Domingo Perón. Los militares con Aramburu a la cabeza, están gestando el golpe militar que llevará a Perón al exilio español. Son malos tiempos para jóvenes artistas e intelectuales que pretenden cambiar el mundo. Decidimos dejar la capital argentina y nuestros prósperos trabajos e irnos a vivir a Villa Gesell, una pequeña colonia fundada por alemanes escapados de la Segunda Guerra Mundial y de la tiranía de Hitler. Sobre dunas de arena, entre la pampa y playas interminables, estos nuevos colonos sembraron bosques de pinos y acacias creando un hermoso enclave que, poco después, en los años 70, se convirtió en un centro turístico de moda. Construimos una casa con un amplio salón que utilizábamos como taller y únicamente nos dedicábamos a pintar. En el año 1955, en pleno invierno y con lluvias torrenciales que anegaron la Pampa, estaba a punto de dar a luz a mi primera hija, la futura actriz Alejandra Abreu. El asfalto no había llegado todavía a nuestra villa y estábamos incomunicados. Conseguimos que un amigo en su Land Rover nos llevara hasta la estación de tren más cercana, a veinte kilómetros de nuestra casa. No sé si fue la falta de pericia del conductor o el destino, el caso es que el todoterreno volcó en el barro y nos rescataron unos gauchos a caballo. Mi parto con estas aventuras se adelantó y Alejandra nació en General Madariaga, un pueblo en el medio de la Pampa, cabeza de partido de la zona en que vivíamos. Llevaba el nombre del "ilustre" militar que echó a los indios pampas de esas tierras. Yo creo que el carácter luchador de mi hija quedó marcado por esta circunstancia. En aquellas latitudes, más próximas al salvaje Oeste americano que a la España que tantas veces me relataban Antón y mis padres, vivimos años inolvidables".

>> "Llegamos tener allí un negocio de regalos. Con trozos de caracolas recogidas en nuestros largos paseos, hacía pequeñas esculturas que vendíamos a los turistas. En esa época nos visitó Laxeiro y su mujer Lala. Antón hacía unos asados antológicos y en las sobremesas Laxeiro le pintó a él un retrato extraordinario, y lo mismo hizo conmigo y mi hija Alejandra, que lo llevaba a conocer todas las heladerías. ¡Qué tiempos aquellos en que fundamos la escuela Divisadero en General Madariaga, un pueblo a 30 km de Villa Gesell! Era una escuela privada de Bellas artes en la que Abreu daba clases de pintura y yo de dibujo a niños, y donde comprobé que el mejor método para expresarse es la motivación. En el año 1966 regresamos a la capital, y allí fundé un taller infantil,El Gato Verde, que funcionó unos tres años. Fue en ese tiempo en que conocimos a la galerista Ruth Benzacar y exponíamos junto a otros pintores del momento. Es en esa etapa cuando yo comencé a hacer retratos y Antón conseguiría abrir una sala en el Centro Gallego donde expusieron entre otros Seoane y Lodeiro".

>> "Antón decidió regresar a su Galicia entrañable en 1973 aprovechando una invitación a exponer aquí porque además de la morriña que siempre lo acompañó, necesitaba tomar distancia de un país que estaba en crisis. Detrás iría yo tras un tiempo inicial de asentamiento de mi marido en su tierra de origen. En agosto del año 1977, después de 13 días cruzando el Atlántico, desembarqué en Barcelona con mi hijo Sebastián, donde me esperaba Antón para llevarnos a Vigo. Nunca olvidaré ese viaje tan placentero y al tiempo con tantos interrogantes. Nos reencontrábamos mi marido y yo e iniciábamos una nueva vida en la que contábamos con nuestra experiencia pero nada estaba seguro. Eso sí, Antón había comprado un apartamento con vistas a la ría y era como estar siempre de vacaciones, con esos azules, los atardeceres... y las maravillosas islas Cíes de frente. Nos instalamos en ese piso de la calle Romil en el que tuve mi primer taller de trabajo".

>> "España estaba atravesando una etapa de cambio ilusionante que contrastaba profundamente con la terrible situación política que se vivía en la Argentina que dejábamos. Un golpe militar encabezado por Videla y una inminente guerra de las Malvinas utilizada como cortina de humo para tapar las injusticias de la represión y condenada al fracaso. Esto me llenaba de una energía e ilusión que rápidamente se reflejó en mis dibujos y mis temáticas, aunque nunca abandoné en ellos los mundos sutiles, como diría Machado, que tanto placer me producen explorar. Mi adaptación a la vida en Galicia fue mucho más rápida de lo que yo hubiera imaginado. Casi sin darme cuenta, me sentí integrada en el grupo de amistades de mi marido, bien aceptada por los pintores de nuestro entorno y con una acogida del público de mi obra muy gratificante. Con el tiempo hicimos amigos entre pintores, escultores, escritores, y nos reuníamos en casa, donde Abreu hacía unas paellas antológicas, en tertulias que se prolongaban hasta altas horas de la noche. Artistas, periodistas, médicos, abogados... nos juntábamos también en La Viuda y otros lugares emblemáticos de aquella época. A los tres años compramos una finca en Villaza, Gondomar, y desde entonces allí hemos disfrutado de unas vistas preciosas al valle, un jardín con dos mandarinos, una planta de pomelo, un estanque con nenúfares y cada tanto una rana que aparece como por arte de magia. Recuerdo que esos años, las tardes dibujando en el taller, con el Val Miñor al fondo y escuchando música clásica, me enamoraron definitivamente de Galicia".

>> "Esta paz contrastaba con muchos fines de semana que nos reuníamos con los amigos. Antón cocinaba y las sobremesas se prolongaban hasta la noche, salpicadas de anécdotas, risas y partidas de cartas. Allí estaban Xavier Pousa, que te hablaba del nuevo rincón que había descubierto para su último paisaje; Antonio Quesada, contando anécdotas de su infancia en Ourense con sus hermanos; las charlas con Buciños y el humor socarrón de Oliveira, contando las peripecias del montaje de la escultura de los caballos de la Plaza de España o cualquier otra aventura en la que estuviera embarcado. Cuando estábamos en grupo, se organizaba, con la misma vehemencia, tanto un viaje a Holanda a ver una exposición de Vermeer como una comilona, en temporada de lamprea, al Baixo Miño. Las expectativas siempre eran ilusionantes y los resultados nunca defraudaban. Las amistades, a pesar de las innumerables bajas que el paso del tiempo inexorablemente fue causando, han sido un pilar fundamental en mi desarrollo artístico en esta hermosa tierra".

>> "Hoy en día sin la compañía de Antón y con la estimable colaboración de mis hijos, sigo pintando en mi taller, cuidando de mi jardín que es otra de mis grandes aficiones y que me roba muchísimo tiempo. No puedo negarlo, es una debilidad, pero el placer que siento al descubrir una nueva flor del nenúfar, los jazmines o la camelia en flor y el sabor de las naranjas recién cortadas del árbol en el zumito mañanero, lo justifican todo. A mis ochenta y ocho años, sigo manteniendo viva la ilusión por las artes plásticas, el dibujo, la música y la lectura. Siguen siendo mis grandes pasiones. Nunca les quito su tiempo y, cada vez, estoy más convencida que gracias a ellas sigo disfrutando de la vida. Me siento una privilegiada. Hago lo que me gusta. He tenido a mi lado una familia, unos amigos estupendos y la capacidad para vivir la vida intensamente".

Con pousa y Buciños por italia

  • "El primer viaje que hicimos fue a Holanda con Buciños y Pousa. Éramos los cuatro plásticos, queríamos ver "La niña de la perla" pero nos impresionó un paisaje del pueblo donde nació Vermer, un atardecer con una luz naranja. Más tarde fuimos a Francia el mismo grupo a la Colon d´ Or. A Italia fuimos en coche durante una semana. Recorrimos Roma y Florencia, conducía Pousa fascinado con el paisaje miraba al costado y le llamábamos la atención. ¡Cuánto nos hemos divertido!.Años después fuimos a París y a Roma con mi hija y mi nieta Manuela. Las tres generaciones disfrutando del arte y vivenciando el espiritu de otros países, compartiendo el cotidiano con tres miradas iguales pero diferentes.

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