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LA MIRADA CRÍTICA DE PAZ ERRÁZURIZ

Se expone la primera retrospectiva en España de la fotógrafa chilena

"Infarto 30. Putaendo" (1994).

La fotografía social nació para denunciar las injusticias y concienciar a la sociedad sobre aquellos aspectos que amenazaban con perjudicar la convivencia entre las gentes y la solidaridad entre los pueblos. El otro objetivo de esta fotografía documental fue el de reflejar las diversidad y heterogeneidad de la condición humana.

Entre los fotógrafos que actualmente representan con mayor fidelidad estos principios se encuentra la chilena Paz Errázuriz (Santiago, 1944). Su obra trata de desmontar los valores que los medios de comunicación y la sociedad de consumo han convertido en hegemónicos a través de la publicidad y el culto a la belleza. De formación autodidacta, Paz Errázuriz comenzó a hacer fotografías en los años setenta, durante la dictadura de Augusto Pinochet, orientando su objetivo hacia aquellas realidades que el poder quería ocultar a la mirada de los ciudadanos: individuos de barrios marginales y entornos hostiles, personas desprotegidas, sin techo, reclusos siquiátricos, trabajadores y artistas de espectáculos ambulantes, mujeres y hombres que sobreviven ejerciendo la prostitución, delincuentes comunes, travestis… toda una fauna de marginados (aunque a ella no le gusta el término, por su connotación moralizadora) que pueblan los arrabales y los barrios más decrépitos de las ciudades modernas. Son personas rechazadas, maltratadas o ignoradas por la sociedad. A través de sus imágenes Errázuriz quiere dar voz a los sin voz. Para que sus retratos resulten más reales la fotógrafa convive con los personajes de sus fotografías, y gracias a esta empatía ha podido dotarlos de la dignidad y la naturalidad que sólo son posibles después de haber ganado su confianza y su respeto. Le gusta también destacar el anonimato y lo hace a través de los retratos que los familiares de los muertos depositan en sus tumbas y en sus nichos, rodeados de flores y figurillas kitsch (“Memento mori”, 2004). Los resultados de sus primeros trabajos fueron agrupados en 1980 bajo el título de “Personas”, con el que realizó su primera exposición.

Las personas sin nombre

No se puede ignorar que el hecho de salir a la calle con una cámara en aquellos años convulsos de la dictadura pinochetista suponía un riesgo cierto para los fotógrafos que quisieran captar ciertas realidades de lo que pasaba allí aquellos años, y que el poder quería ocultar. Desde el principio la calle fue casi siempre para Errázuriz su taller y su paisaje y su manera de mostrar el reverso del Chile oficial. En esos largos recorridos por la ciudad llamaron su atención las personas que dormitaban en bancos, aceras o parterres, cuerpos vencidos por el sueño, el cansancio o la embriaguez, que eran como una metáfora de un país que también estaba aletargado. De ahí salió su serie “Dormidos”.

En “Protestas” recogió escenas de la resistencia popular a la dictadura de Augusto Pinochet, con imágenes de huelgas, manifestaciones y altercados. En 1985, desde el último piso de un edificio del centro de Santiago, fotografió una manifestación que interrumpió el tráfico y documentó la dureza de la represión a la que eran sometidos los manifestantes por la policía.

La mujer y el tiempo

A su vocación de denuncia social se suma su compromiso en la lucha a favor de los derechos humanos y el feminismo, que la llevó a apoyar movimientos como el de Mujeres por la vida en 1981. Una de las series en las que reflejó su preocupación por la situación de la mujer en su país es “Mujeres de Chile”, de 1992. En ella, como buscándose a sí misma, Paz Errázuriz retrató un conjunto de mujeres que trabajan en oficios poco conocidos, mujeres cuyas vidas no protagonizan las noticias de los medios de comunicación ni los libros de historia: una maestra rural, una chinchorrera (recolectora de carbón), una organillera, una mujer buzo….

En “Las edades de la vida” reunió una serie de fotografías que hizo desde comienzos de los años ochenta hasta la primera década del nuevo milenio. A través de estas imágenes quiso captar el paso del tiempo en la piel de los individuos. Es el mismo objetivo que persigue cuando fotografió a su hijo Tomás una vez al mes durante cuatro años (de 1986 a 1990), para la serie “Un cierto tiempo”, como hiciera Nicholas Nixon con las hermanas Brown. Esa preocupación por captar el paso del tiempo está presente también en otras fotografías de Paz Errázuriz en las que muestra las edades extremas de la vida (niñez y vejez), que a veces se funden en imágenes críticas sobre la infantilización a que se somete a los ancianos en las residencias de mayores y la explotación laboral de los viejos. Se trata al mismo tiempo de una crítica al culto a la juventud y a los cánones de belleza de las sociedades contemporáneas. Para ello no se priva de mostrar, en su serie “Cuerpos”, la desnudez de los cuerpos gastados por los años y los sufrimientos, de los excluidos en el ámbito de la representación. También muestra las formas de disfrutar el tiempo de ocio por estas mismas personas en las fotografías de la serie “Tango”.

Libertad y reclusión

La privación de libertad es otro de los grandes temas de Paz Errázuriz. A él pertenecen sus fotografías de personas recluidas por motivos políticos o ideológicos durante la dictadura, pero sobre todo las de los internos en hospitales siquiátricos, de su serie “El infarto del alma”. En el de Philippe Pinel de Putaendo, a doscientos kilómetros de Santiago, realizó la serie que traslada al espectador el dramatismo de la reclusión y el confinamiento. Las escenas de las duchas, de paredes desconchadas y suelos sucios, que acogen a personas mayores desnudas durante el ritual del baño. Como contraste, en la misma serie y con los mismos personajes, muestra el otro extremo de los sentimientos humanos entre ellos: el amor, el cariño y la ternura de las relaciones de pareja de estos internos, la pulsión erótica, con abrazos, caricias, manos que se agarran, cuerpos que se juntan.

El sexo

En otra de sus series, “La manzana de Adán” (1990), Paz Errázuriz quiere mostrar con sus fotografías el sexo ajeno al paradigma heterosexual dominante. Es una de las series más valientes y en ella trata del sexo como instrumento de supervivencia en prostíbulos de mala muerte. Prostitución femenina pero también la de hombres y travestis de establecimientos de Santiago y Talca. Además de las fotografías, en blanco y negro, en el fotolibro que dedicó a la serie recoge también textos y entrevistas a los miembros de una familia diezmada por el SIDA y acuciada por la precariedad económica y la persecución policial. Continuó con este tema en la serie “Prostíbulos” (1990-2002), con fotografías tomadas en distintos burdeles de Curanilahue y Valparaíso, en las que muestra el grado de complicidad entre las mujeres y los clientes. No hay ningún glamour en estos burdeles pobres sino una mirada trágica, dramática, de la que está ausente el desnudo femenino. Con este mismo tema como centro de su interés, desarrolló recientemente la serie “Muñecas, frontera Chile-Perú” (2014), en la que por primera vez experimenta con el color.

También en cierto modo relacionada con el sexo, en su serie “Exéresis” (2004) Paz Errázuriz retrató estatuas cuyos órganos genitales están mutilados por causas que van desde la moralidad represora de la época a la prohibición de estas imágenes por las religiones que condenan la exhibición de atributos sexuales en el arte. Para reforzar la atención sobre las mutilaciones, el encuadre sitúa fuera de campo las cabezas de las estatuas. La fotógrafa trabajó por primera vez fuera de su país, recorriendo los grandes museos europeos y norteamericanos.

Luz en la oscuridad

Para un fotógrafo, la ceguera es uno de los temas más fascinantes, como demostró Paul Strand con su “Ciego” de 1917 y Sophie Calle con “Les aveugles”. Paz Errázuriz la aborda con “Impedimentos de la mirada” (2003). No se trata de fotografías robadas en la calle a los afectados por esta realidad dramática, sino que los modelos de sus retratos eran advertidos previamente de que iban a ser fotografiados y sólo lo hacía si daban su permiso. Continuó con el tema en “La luz que me ciega” (2010), con fotografías tomadas en El Calvario, un pequeño poblado cerca de la localidad de Paredones, en la VI región de Chile. Allí conoció a toda una familia aquejada por acromatopsia, una enfermedad congénita que altera la visión de la realidad, que además se percibe en blanco y negro. Resalta la utilización del color en esta serie dedicada a la oscuridad.

La violencia como espectáculo

En 1987 Paz Errázuriz exploró el mundo de la violencia a través del boxeo y la lucha libre. Pudo llevar a cabo el proyecto gracias a su insistencia ante los organismos que impedían entrar a las mujeres en estos recintos. El resultado es una serie de imágenes que reunió en 1987 en la serie “El combate contra el ángel”, un título inspirado en un poema de Jacques Prévert. Frente a la fortaleza que quieren exhibir, Errázuriz se esfuerza en mostrar el aspecto más frágil y vulnerable de estos luchadores, su agotamiento y su cansancio. Los retrata fuera del ring o preparándose en los entrenamientos, cubriendo sus manos con vendajes viejos y sucios. Más que esplendor físico vemos decadencia, cansancio, agotamiento y precariedad. Durante un viaje en autobús por el norte de Chile con un grupo de combatientes de lucha libre descubrió una realidad en la que nadie se fija: su vida personal y sus relaciones familiares, que recoge en “Luchadores” (2002).

Otro de sus grandes temas, el circo, trata los momentos de la vida cotidiana de las personas que trabajan en circos pobres, desconocidos, fuera de los circuitos de la fama. El respeto por estas personas se refleja en imágenes ajenas a los estereotipos circenses a través de las que nos muestra a personas que son como cualquiera de nosotros.

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