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El cuerpo de élite de las nodrizas gallegas

Fueron las predilectas de la clase alta española, junto con las pasiegas, a la hora de emplearlas como amas de cría para sus hijos

Una nodriza ferrolana con el niño al que daba el pecho. // FdV

Las amas de cría gallegas formaron con las cántabras y las asturianas un cuerpo de élite muy cotizado entre la clase alta española cuando aún no había leche maternizada. Quien conoce bien esta historia es el médico, antropólogo y profesor universitario José Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia, recientemente investido académico de honor de la Real Academia de Medicina de Asturias con un discurso que versó sobre la lactancia y las glándulas mamarias.

"La nodriza, como había que compensarla por quedar desvinculada de su propia familia y no tener días libres ni vacaciones, ganaba bastante más que los asalariados del servicio alto de una casa. Digamos que hoy ganaría casi como un diputado. Como mínimo, cuatro veces el salario mínimo interprofesional", comenta con ironía el doctor Carro. Para buscar amas de cría se ponían anuncios en los periódicos en los que se especificaban las condiciones requeridas.

Las gallegas fueron junto con las pasiegas y las asturianas las predilectas de la clase alta española a la hora de emplearlas como nodrizas para sus hijos. Eran el cuerpo de élite doméstico. Las grandes damas huían de la lactancia materna: parir embellece, criar envejece. Y arruinaba su vida social. Aún no se habían inventado las leches maternizadas y los niños sólo se podían criar al pecho.

Añade el presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia que había un ranking de nodrizas. En un primer nivel, para los más ricos, estaban las pasiegas, las nodrizas cántabras del valle del Pas. En un segundo nivel se encontraban las amas de cría gallegas y asturianas; y finalmente, las leonesas. ¿Y por qué esta jerarquía en la calidad del servicio? "Aparte de otras cosas, inicialmente, asimilaban la bondad de la leche de la mujer con la bondad de la leche de las vacas de esos territorios. La España verde da unos céspedes de hierba estupenda. Funcionaba la asociación vacas buenas con leche buena con mujeres con leche buena", explica José Carro.

Algo similar sucedía en otros hospicios. En el Archivo Histórico Provincial de Ourense se conserva un documento en el que el cura párroco de Santa María de Macendo (Castrelo de Miño) certificaba que "Inocencia Diéguez, mujer de Benito Diéguez, domiciliada en el lugar de Señorín en esta feligresía, es de buena conducta y no tiene enfermedad contagiosa que se sepa: es pobre y tiene un hijo de lactancia de dos años de edad que ya puede criar sin pecho y en su lugar lactar otro de la Inclusa. Y para que conste a los fines oportunos expido el presente en Macendo a veinte y siete de Agosto de mil ochocientos ochenta".

Recibían todos los cuidados

Para resaltar la importancia que llegaron a tener las nodrizas y los delicados cuidados que recibían de sus adinerados señores, el doctor Carro Otero acude a un chiste que su padre le contaba: Un joven oficial del Ejército y su señora que acaban de tener un hijo; ella quedó sin leche y contratan a una nodriza, que empieza a hacer las habituales exigencias: desayuno contundente con tostadas untadas en manteca, tortilla francesa y frutas a media mañana, comida completa, merienda lo mismo, igual la cena... La esposa mira al marido: "¿Qué opinas?". Él asiente. "Bien, bien". Luego sentencia: "Por nosotros, en virtud de estas circunstancias y exigencias, la necesitamos y la contratamos sólo con una condición: que nos tiene usted que dar de mamar a todos".

Quien tenía la teta, tenía el poder. Bien lo sabían las nodrizas, que recibían todos los cuidados de sus empleadores. "La nodriza tenía que estar muy bien alimentada y habían de cumplírsele todos los caprichos para que los malos humores no repercutieran en la leche", apunta Carro. Eran sometidas a un riguroso proceso de selección, examen médico incluido. "Tenían entre 20 y 35 años. Por tanto, en plenitud de mujer. Rollizas, pero tampoco obesas. Lucidas, diría yo. Pechos no excesivamente grandes. Que funcionen bien, que no tengan grasa. Y algo muy importante, que no fueran epilépticas. El epiléptico ni se da cuenta de que está sufriendo un ataque. Imagínese que tenga un niño en los brazos. También procuraban hacer una ficha social de la persona, aunque eso fuera secundario: miraban que no fuera delincuente o de malos hábitos o enfermedades sexuales, que no fuera promiscua, que no fuera prostituta...".

Refiere el antropólogo gallego la situación en el siglo XVIII del Hospital Real de Santiago, que tenía un colectivo de 18 nodrizas viviendo allí de forma permanente para atender a los niños de la inclusa, los expósitos abandonados por sus padres. "Pero como llegaban más de 600 niños al año, no daban para todos. Necesitaban evacuar niños del hospital y los enviaban a aldeas periféricas de la ciudad de Santiago y en un radio que llegaba hasta 70 kilómetros. Iban con un carruaje enchufándoselos a las mujeres campesinas que estaban lactando a sus propios hijos. Se les pagaba, pero en aquella época hasta cobrar el sueldo era un problema. El problema llegó a ser de tal naturaleza que algunos maridos huían de casa porque no podían soportar aquella casa con lloros continuos, aquella presión".

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Algo similar sucedía en otros hospicios. En el Archivo Histórico Provincial de Ourense se conserva un documento en el que el cura párroco de Santa María de Macendo (Castrelo de Miño) certificaba que "Inocencia Diéguez, mujer de Benito Diéguez, domiciliada en el lugar de Señorín en esta feligresía, es de buena conducta y no tiene enfermedad contagiosa que se sepa: es pobre y tiene un hijo de lactancia de dos años de edad que ya puede criar sin pecho y en su lugar lactar otro de la Inclusa. Y para que conste a los fines oportunos expido el presente en Macendo a veinte y siete de Agosto de mil ochocientos ochenta".

En 1921, las amas de cría ourensanas reclamaron a la Diputación los atrasos que les debía desde hacía siete meses, y acudieron al periódico "La Zarpa" para hacer públicas sus reclamaciones.

Nodrizas necesitaban todos los ricos que no tuvieran teta propia. Pero también los pobres. De ahí la figura de los "hermanos de leche". "Quien no tenía dinero, recurría a las amigas o vecinas y los que habían mamado de la misma mujer se consideraban hijos de ella. Fíjese lo necesario que era ese servicio y lo que se agradecía. Si de los dos niños hermanos de leche uno llegaba a ser un personaje notable siempre ayudaba a su hermano de leche como si fuera propio".

Hasta que, ya andado el siglo XX, llegase a España el Pelargón, la primera leche maternizada, las mujeres no podían alejarse de sus bebés. "La leche maternizada -añade Carro- es la que permite la liberación femenina. Porque a partir de entonces ya puede ser madre el abuelo, el tío o el guardia municipal de la esquina y la señora puede ir a trabajar". Bastaba un biberón, hervir agua y echar las cucharaditas preceptivas.

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