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ESTELACuando Galicia cazaba ballenas

Galicia mantuvo una destacada actividad ballenera desde la Edad Media y sus pesquerías fueron las más importantes de España en los siglos XVI y XVII. A bordo de frágiles chalupas, los marineros gallegos se aventuraban a la caza de enormes cetáceos tras ser avistados desde la costa

Una imagen de la película "En el corazón del mar", basada en la odisea del buque ballenero "Essex". // Warner Bros

Dieciocho puertos gallegos llegaron a dedicarse a la caza de la ballena desde la Edad Media hasta finales del siglo XX. El mayor auge ballenero en Galicia se registró durante el siglo XVII, con un total de doce puertos centrados en una actividad no exenta de riesgo y que ha puesto de actualidad la película "En el corazón del mar", basada -al igual que la novela "Moby Dick"- en la odisea del barco ballenero "Essex".

Aunque en un primer momento fueron los marineros vascos quienes capitanearon la caza de ballenas en Galicia, muy pronto los propios armadores autóctonos impulsaron la "pesca" de cetáceos hasta convertirla en lucrativo negocio. De hecho, las pesquerías de ballenas de la costa gallega fueron las más importantes de toda España en los siglos XVI y XVII; tras un largo paréntesis en la actividad, los armadores gallegos monopolizaron su negocio durante la pasada centuria. Así lo explica el historiador Felipe Valdés Hansen en su libro "Los balleneros en Galicia (siglos XIII al XX)", editado por la Fundación Barrié, en el que aborda el desarrollo de esta actividad desde los primeros indicios documentales, en la Edad Media, hasta su cese en 1985 y la disolución de la última empresa en 1994. España suscribió la moratoria internacional que entró en vigor en 1986, por lo que las últimas factorías que seguían trabajando, las de Punta Balea (Cangas) y Caneliñas (Cee), se vieron obligadas a cerrar.

El oficio de arponero era el más destacado entre los mareantes. "Algunos arponeros gallegos hacían cosas casi inverosímiles en otros lugares, como cazar dos ballenas a la vez utilizando dos estachas o atrapar un cetáceo remolcando al costado del barco otro ya muerto", señala Valdés Hansen, que menciona en su libro algunas sagas ilustres de arponeros, como las de los Suárez, los Cores o los García Valdayo en Malpica.

Desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII, los puertos gallegos más importantes en esta actividad fueron los de San Cibrao, Bares, Burela y Foz, en el norte, y los de Malpica y Caión en la costa atlántica. Entre los armadores se encontraban miembros de la hidalguía, como los Moscoso de la casa de Fontao en el puerto de Nois, la casa de Pedrosa en San Cibrao, Bares y Rinlo, o los Miranda en los puertos de Rego y Foz; también participaron en la actividad algunos miembros de la Iglesia, como el deán de la catedral de Mondoñedo. Para ejercer su actividad, los pescadores y armadores balleneros tenían que pagar diversos tributos, como el diezmo eclesiástico, el diezmo del mar o los arrendamientos.

Los puertos tuvieron que adaptarse a las necesidades de las nuevas capturas: rampas, instalaciones más amplias para el descuartizamiento, hornos? El aprovechamiento de las distintas partes de la ballena amplió el negocio de la pesca, pues además de la carne y la grasa se aprovechaban la lengua y las barbas de los cetáceos. Con la grasa se elaboraba aceite, unos 20 o 30 barricas por ejemplar, mientras que las barbas se utilizaban para fabricar armaduras de corsés, paraguas, sombreros, abanicos o cepillos. También se aprovechaba el ámbar gris o de cachalote. Desde los puertos gallegos se fletaban embarcaciones para transportar las barricas con grasa de ballena hasta los puertos vascos. Se tiene constancia, por ejemplo, de la entrada en el puerto de Deva en 1615 de 66 barricas gallegas procedentes de Burela.

La primera noticia documentada de un puerto ballenero en Galicia, el de Prioiro, en la costa ferrolana, data de 1288. Se trata de un documento en el que Sancho IV confirma otra carta anterior, del año 1286, en la que el rey salvaguarda el derecho del monasterio de Sobrado a percibir parte del "diezmo de la ballenación" que le correspondía en aquel puerto. La actividad ballenera en los puertos de Bares y San Cibrao está documentada desde el año 1291, aunque todo hace pensar que se practicaba con anterioridad. También Burela pudo ser un puerto ballenero en el Medievo, aunque el primer registro documental es de 1527.

Tanto en Galicia como en el Cantábrico, las ballenas eran cazadas cerca de la costa y a continuación se trasladaban a los puertos para proceder a su descuartizamiento. Cobraba gran importancia la vigilancia desde las atalayas durante los meses que duraba la costera. El centinela avisaba de la presencia de los cetáceos mediante grandes fogatas. Como recoge en su libro Felipe Valdés, en el puerto de Bares se prohibió en 1628 a los "vizcaínos" y a los vecinos hacer su centinela en la isla de la Coelleira sin licencia del deán y cabildo de Mondoñedo, pues sus fogatas destrozaban el terreno de labor.

En un curioso libro publicado en Madrid en 1675 por el licenciado Molina con el título de "Descripción del Reyno de Galicia..." se menciona que por aquellas fechas "se pescaban las ballenas en los puertos de Malpica, Cayón, San Ciprián y Burela". Al describir la pesca, refiere que los marineros salían a la mar cuando los vigías situados en puntos elevados de la costa daban aviso de que había ballenas a la vista, lo que da idea de la abundancia de las mismas en aquella época. El mismo licenciado Molina afirma que "en dichos puertos y mucho más que en otros del Reino", se cogían ese tipo de cetáceos, sobre todo en los meses de diciembre, enero y febrero.

La presencia de la ballena franca en el Norte de la península estaba condicionada por su ciclo migratorio, que a su vez determinaba la duración de la costera. El paso invernal frente a la costa gallega se daba desde finales de octubre o principios de noviembre hasta finales de febrero o principios de marzo. En cuanto a las especies capturadas, el principal objetivo de los marineros gallegos era la ballena franca, aunque también cazaban ocasionalmente el cachalote y el jibarte. Galicia y todo el Cantábrico eran las zonas de invernada o paso costero de mayor intensidad. La ballena franca era la que más se aproximaba a las costas, la más lenta nadando y la que tenía una mayor capa de grasa, lo que permitía una mayor flotabilidad del cetáceo una vez muerto.

Puertos atlánticos

Si durante el Medievo la actividad ballenera se centra en la Mariña lucense y en la costa ferrolana, en el siglo XVI se suman los puertos atlánticos de Camelle, Malpica y Caión, gracias sobre todo a balleneros franceses. Se ha documentado que los monjes de Caión aprovechaban las aletas de las ballenas francas para confeccionar los correajes de los aperos de labranza. Durante el siglo XVI llegó a ser tan abundante la presencia de balleneros foráneos en Galicia que el emperador Carlos V intervino para excluir a los barcos extranjeros de la costa gallega.

En aquella época las embarcaciones desde las que se "pescaban" las ballenas recibían el nombre de lanchas, barcos o chalupas. En opinión de Valdés Hansen, el precedente de la chalupa vizcaína fue posiblemente la ferja vikinga, que había evolucionado en sus formas. Las embarcaciones solían ser de madera de roble, de unos ocho metros de eslora, dos de manga y casi uno de puntal. Muchas de ellas iban dotadas asimismo de un palo y trinquete para navegar a vela.

Entre los siglos XVI y XVIII la tripulación de las chalupas estaba formada por ocho marineros: el arponero en la proa, el espaldero en popa y seis remeros. En el interior de la embarcación disponían del utillaje necesario para cazar ballenas: arpones, sangraderas y jabalinas o lanzas.

En la aproximación a los cetáceos era fundamental el silencio, para no ahuyentarlos. Según un testimonio de 1656 que se recoge en el libro "Los balleneros en Galicia", en Malpica había demasiadas chalupas y algunas con gente joven e inexperta, "llenando dichas chalupas de muchachos que con las boçes y achillidos que dan, después de averse entrado a la mar, se huyen las ballenas y se engolfan en la mar alta en donde no se pueden coxer ni matar".

La pesca de la ballena se extendió a principios del siglo XVII a los puertos lucenses de Nois, Rego de Foz y Rinlo, y al de Langosteira. Avanzada la centuria se inicia la actividad en los puertos cantábricos de Portocelo y Morás, que se extiende en el siglo XVIII a los de Porto Vello, Foz y Cangas de Foz.

La sobrepesca motivó que comenzase a decaer la actividad, hasta que desapareció en el primer cuarto del siglo XVIII. Y es que al concentrar casi la totalidad de las capturas en la ballena franca provocó que esa especie casi se extinguiese en el Atlántico Norte. Comenzaba así un largo período de casi dos siglos sin caza de ballenas en aguas de Galicia. Será ya en los años 20 del siglo XX, como señala Valdés Hansen, cuando se reactive de la mano de los marineros noruegos, que impulsan su caza e industrialización entre 1924 y 1927.

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