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Sálvese quien pueda

¿Y cómo se enteró usted de la muerte de Franco?

¿Y dónde están ahora todos estos españoles?. // FDV

Yo estaba tan tranquilo con el estrés de siempre cuando sonó el teléfono y una voz anónima se presentó en nombre de no sé qué agencia para proponerme una pregunta: ¿Dónde estaba usted cuando murió Franco? Eran las vísperas del 20-N y a mí la respuesta me llenó de dudas por sus implicaciones hasta que, pasados unos segundos, me decidí a responderle.

-Pues mire, señorita, yo le estaba guardando el cadáver.

El silencio que se oyó al otro lado de la línea fue el preámbulo de un clic con el que se cortaba la comunicación, o acaso se cortó ella misma por sí sola ante la imprecisa magnitud de la respuesta. "Pobre mujer -pensé yo-, seguro que era una becaria mal pagada o impagada y creyó que le tomaban el pelo porque no era verosímil que le hubiera tocado a ella uno de los pocos soldados de reemplazo que guardaron al militarizado difunto". Pero era verdad. A los pocos días vi en un rotativo de tirada nacional dos páginas con el titular "Así me enteré de la muerte de Franco". En ellas, una veintena de representantes de la cultura respondían las chorradas de rigor. "Entré en una cafetería de San Sebastián y vi a José Ramón Recalde tomando una copa de champán, y yo pedí otra", decía el escritor Bernardo Atxaga, un tipo excelente con el que comí en El Mosquito de Vigo hace años.

Unos tomaban champán, otros como mi admirada Elvira Lindo, que tenía entonces 13 años, recibió la noticia mientras tomaba el Cola Cao mañanero y su reacción fue inmediata: "Qué bien, entonces no habrá colegio", dijo. A Fernando Trueba se lo comunicó su padre blandiendo un Abc pero, no pudo cantar de alegría porque hubiera tenido una bronca con el apenado progenitor. ¡Ay esas dos Españas, una de las cuales anda ahora agazapada y callada porque ya habló mucho mientras la otra, la que perdió, está reescribiendo a su modo la historia que los que ganaron manipularon antes! Así, uno tras otro los encuestados contaban al rotativo nacional memorias de ese día pero yo, pobre de mí, qué podía contar a mi encuestadora sino que le estaba allí, señorita, con cara de imbécil, rígido e hierático y pegado al conocido cadáver, guardándolo en el Palacio de Oriente y observando desde arriba de mi bayoneta calada su rostro cerúleo y todos sus orificios tapados para que no oliera la química con la que le habían torturado para que no muriera.

El azar tiene mala leche a veces y muchas ganas de broma otras, como dijo Pérez Reverte en Vigo. ¿Es la vida un golpe de suerte? Aquel año yo hacía la mili obligatoria, no tenía el más mínimo ánimo de objeción de conciencia y, como estaba en forma, entré tras opositar como voluntario en una COES para no perder el tiempo limpiando letrinas, haraganeando en la cantina o haciendo de mamporrero. Lo que yo no podía imaginar es que en aquel tiempo militar, para el que elegí experiencias límite ajenas a la muelle vida urbana, iba a mandar Hassan una Marcha Verde que estuvo a punto de llevarme al Sáhara y que, para más inri, se muriese ese señor bajito de voz aflautada y acabara yo con mis huesos la noche de la inmensa cola formando parte del cuarteto armado y engalanado que velaba al occiso.

A ver qué hacía yo allí, pensaba mientras veía pasar mareas de gente adicta al líder fenecido, elevar brazos, pasear pelos engominados, arrodillarse, santiguarse, colapsar tras dar un taconazo o emitir lloriqueos desconsolados con palabras de esta índole; ¡"Ay santo caudillo de España, cuánto te queremos y has hecho por nosotros!" ¡Qué hacía allí un tipo como yo con pasquines de Soldados Unidos Vencerán en el secreto de la taquilla y cuyo medio ambiente en la vida civil era el del Movimiento Comunista (todos hemos tenido un tiempo de ingenua juventud para creer en revoluciones idílicas y líderes imposibles). Pues yo estaba allí por las vueltas que da la vida. Precisamente las dos novelas ganadoras del Planeta tienen en su esencia la misma pregunta: el giro que puede dar la existencia en cualquier momento. A mí me puso ante el más importante extinto de la última historia de España en turnos de 18 minutos y una pregunta me machacaba cada uno de ellos: ¿Habrá algún loco que le dé por rematarlo ? ¿qué habría sido de mi vida si llega a haber alguno y me convierto en un defensor forzado de tan histórico fiambre? La vida es un azar.

-Pues mire, señorita, yo le estaba guardando el cadáver.

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