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ESTELAMirada gallega a la tragedia siria

Los sirios que llegan vivos a Macedonia, Serbia o Grecia ya han cubierto la etapa más peligrosa pero, la mayoría, no saben donde acabarán

Una escena en el andén de la improvisada estación ferroviaria de Gevgelija.

Entre los meses de septiembre y octubre, el fotoperiodista vigués Adrián Irago, colaborador de FARO, realizó dos viajes a los tres principales campos en los que los refugiados sirios, y de otras nacionalidades, acceden a Europa: son los de Gevgelija (Macedonia), Preseva (Serbia) y Oxi (isla de Lesbos-Grecia). Además de su trabajo fotográfico,Irago iba anotando cada día las impresiones que le había causado la jornada. Este es un extracto de sus apuntes:

-Martes, 15 de septiembre, Gevgelija. Creía que hoy iba a acercarme por primera vez a los refugiados, pero los policías que están a la entrada del campo me impiden el acceso. Alegan que, si quiero entrar necesito, entre otras, una acreditación del Ministerio de Asuntos Exteriores de Macedonia. Me tengo que contentar con dar un paseo por el entorno del campo, donde me impacta la improvisada organización de los taxis y los autobuses en los que salen los refugiados. Se han estipulado unos precios fijos para que puedan, desde allí, seguir adentrándose en Europa mediante viajes que combinan trayectos en taxi, autobús y tren.Les cobran 25 euros a la salida.

-Miércoles, 16 de septiembre. Ya tengo la acreditación del ministerio. Es la número 465. Una vez dentro del campo, mi primera visión es la de una furgoneta que distribuye mantas, gallegas y bricks de leche. Ante sus puertas traseras, los refugiados se agolpan desesperados, pues temen perder su ración del día.Se viven momentos muy tensos, incluso algún que otro altercado, pero todo se acaba tranquilizando. Hace un día de sol plomizo y, por la carpa de ACNUR,me cuentan que diariamente llegan a pasar más de 2.500 personas, la mayoría hombres adultos. Allí descansan, se lavan o aprovechan para cargar el móvil. Mientras, los niños,vigilados por sus madres, juegan en otra carpa.

Se anuncia la llegada de un tren para este día y, nuevamente, vuelve la tensión. A cada tren se suben cientos de refugiados pero, desde horas antes, la policía procede a organizarlos en dos filas de a dos. La espera se hace muy larga: casi todos acaban en cuclillas, algunos aprovechan para dormir y otros se distraen hablando con los periodistas. Me encuentro con un joven que me muestra un video de unos familiares suyos que llegaron a Turquía a bordo de un bote. Se les nota contentos, aunque solo han cubierto la primera etapa de un éxodo que no saben donde finalizará.

Familias enteras que tratan de subir al convoy con todos sus miembros juntos quedan rotas al extraviarse alguno de ellos ante la mirada impotente del resto de sus familiares. En el interior del tren, los refugiados viajan hacinados como perros, sentados en el suelo o en las escaleras de las puertas de entrada.

-Sábado, 19 de septiembre, cruce de la frontera de Macedonia con Serbia. Cruzo la frontera a pie bajo un sol de justicia. Es una caminata de 4 kilómetros. En el puesto fronterizo, un soldado serbio intenta intimidarnos (conmigo viajan otro fotógrafo y un redactor) y, aunque sabemos que se trata de toda una pantomima, el hecho es que nos retienen durante cinco horas en la comisaría de Presevo y nos imponen una multa de 50 euros. Por supuesto, la pagamos...para poder continuar.

-Domingo, 20 de septiembre. El ambiente está muy tenso en las puertas de acceso al campo de Presevo, en cuyos contornos el hedor ya es casi insoportable y veo a muchísimas personas tiradas en la carretera o alrededor de la basura. Allí existe toda una mafia de taxistas, muy organizada, que "trabaja" en complicidad con los policías, a los que sobornan como vimos con nuestros propios ojos (por eso trataron de no dejarnos sacar fotos durante la caminata). Presevo es, en realidad, un campo en fase de montaje. Allí solo se cuenta con carpas donde los refugiados pasan la noche.

-Día 30 de septiembre. Emprendo regreso a Vigo.

-Día 3 de octubre, puerto de Lesbos (Grecia). Procedentes de Turquía, cada hora llegan entre tres y cuatro paquebotes atestados de refugiados cuya desesperación, reflejada en sus rostros, contrasta con la tranquilidad con que los turistas comen sus platos de pescado en los restaurantes. Y así las 24 horas del día...y de la noche. Lo primero que hacen los refugiados al llegar a la isla es rajar sus botes por miedo a que la policía fronteriza que patrulla la zona los devuelva "en caliente". Acto seguido, preguntan a dónde se tienen que dirigir y agradecen a Alá haber llegado con vida. Casi todos portan móviles con los que se ponen en contacto con sus familias para decirles que están bien. Dependiendo del lugar al que arriben, se dirigen a un punto o a otro,donde les puedan facilitar agua y comida, o curar alguna herida. El punto de concentración de los refugiados que llegan Lesbos es el campo de Oxi. Desde allí, hay autobuses que los trasladan a Mitilene, que es donde pueden embarcar en ferrys que los conducen a Atenas: para un refugiado, el pasaje cuesta 60 euros (para un turista, 45).Desde la capital se inicia otro incierto periplo del éxodo. Porque a la mayoría de los refugiados, aunque les suene una vaga idea de Alemania, lo cierto es que no saben a qué país europeo quieren ir.

-Día 11 de octubre. Emprendo de nuevo el regreso. Me preguntan si los campos de refugiados son tan infernales como parecen a través de las imágenes que llegan a España. Respondo que sí, pero también confieso que, más que infierno, lo que yo he visto en las caras de esta gente tiene otro nombre: esperanza. Prefiero quedarme con eso.

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