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ESTELADomingo Villar, un Vigo de cine

"Por encima del crimen, en mis novelas me interesan mucho más los oficios del mar, la soledad,la vejez..."

Domingo Villar, segundo por la derecha, flanqueado por los actores Carmelo Gómez y Antonio Garrido, y el director de la película Gerardo Herrero. // Ricardo Grobas

Desde "Ollos de auga" (2006), su primera novela, publicada simultáneamente en gallego y castellano, Domingo Villar (Vigo, 1973) se ha convertido en uno de los autores españoles más leídos, todo un best seller a nivel nacional. La próxima semana se estrena la versión cinematográfica de "A praia dos afogados", su segunda obra y, para final de año, se aguarda la llegada a las librerías de "Cruces de Pedra" . Todas ellas tienen como escenario común la ciudad y sus alrededores que, de la memoria y la imaginación de Villar, saltan ahora a la gran pantalla

-Me resulta obligado preguntarle por su nivel de satisfacción al ver, por primera vez, cómo una de sus novelas ha sido llevada al cine.

-La realidad es que es una película basada en la novela, pero no en toda ella. No es posible condensar un libro de casi 500 páginas en hora y media de metraje, de manera que la película se centra en la trama policial de la novela, en la visión que un director tiene de esa historia. Me gustaría que tuviera éxito para que el esfuerzo de mucha gente de nuestra tierra tuviera recompensa, porque es una película hecha con capital gallego, rodada en Galicia, con un equipo técnico y artístico formado en su mayor parte por gente -buena gente- de aquí.

-Tanto "A Praia dos afogados" como "Ollos de auga" (y la que viene "Cruces de pedra" ) tienen Vigo como escenario. Sin embargo, hace ya tiempo que usted no reside en Vigo. ¿Seguirá siendo esta ciudad la protagonista de sus novelas?

-Desde luego, las que tengan al inspector Leo Caldas como protagonista discurrirán en Vigo, sin duda. No descarto apartarme alguna vez del personaje y tomar nuevos rumbos pero, hasta que eso suceda, Vigo seguirá siendo el escenario principal de mis novelas.

-Algunos autores, pongamos como ejemplos al Leopoldo Alas de Vetusta (por Oviedo) o al García Márquez de Macondo (por Aracataca), escriben sobre donde han nacido, pero sin nombrarlo. Sin embargo usted no tiene reparo en nombrar a Vigo. ¿Es su manera personal de de hacer patria?

-Bueno, la intención no es la de hacer patria sino la de volver a casa, porque situando mis novelas en Vigo puedo estar de vuelta en sus calles cada vez que me siento a escribir, aunque lo haga desde una habitación en Madrid. Digamos que al ambientar las novelas en mi ciudad, más que patria, hago terapia.

-¿Qué es lo que más echa de menos del Vigo de su infancia?

-Demasiadas cosas: el olor de la marea baja, los quejidos de las gaviotas, las campanadas del reloj de pared en el pasillo de la casa de mis padres, las de la Caja de Ahorros tocando en Navidad, las botas de agua, las carreras detrás del balón, las bandadas de cirrios volando compactas al amanecer cuando avanza la primavera, las sirenas de los barcos saludando al zarpar, una vuelta más en la cama oyendo llover, el olor del horno caliente... Supongo que, en definitiva, echo de menos la infancia.

-¿Quién ha sido la persona que más influyó en su vocación literaria y cuáles los autores que despertaron esa vocación?

-Supongo que la vocación nace de la lectura y de la necesidad de contar. Desde niño he tenido cierta tendencia a la fabulación. La escritura me permite fantasear sin necesidad de ponerme colorado. Disfruté mucho con Horacio Quiroga, Robert Louis Stevenson, Gabriel García Márquez... Y mi madre me ayudó en ese primer tramo del camino, de hecho ella siempre ha sido una gran prescriptora literaria.

-De todos los barrios de Vigo, cuál es a su juicio el más literario, el que más le inspira a la hora de contar historias?

-A mí me gustan sobre todo los que miran a la ría. Pero la panorámica que más me seduce no está en la ciudad, sino en la otra orilla, en la península del Morrazo, desde donde Vigo siempre me ha parecido un animal tendido, descansando junto al mar.

-Una de las bases de operaciones de su personaje Leo Caldas es la recientemente desaparecida Taberna de Eligio. Sabemos de la relación de Leo Caldas con la taberna pero, ¿cuál es la relación de Domingo Villar con la de Eligio?

-Carlos Álvarez y mi tío Cesáreo empezaron a frecuentar la Taberna de Eligio hacia 1960. Acabaron siendo los clientes más antiguos de la taberna, aunque uno a cada lado de la barra, porque Carlos se casó con una de las hijas de Eligio y a la muerte de su suegro se hizo cargo del local. A mí me fascina la Taberna de Eligio no sólo por su vino, su ambiente ilustrado y la pintura gallega de sus paredes: es que, empezando por Carlos y Cesáreo, en el Eligio siempre he encontrado amigos.

-¿Es cierto que su padre, como el de Leo Caldas, era bodeguero, y que gracias a ello usted es un gran conocedor de vinos, al igual que su inspector?

-Sí, sus hermanos y él tenían una finca con viñas en O Condado. Y aunque a mi padre la vocación enológica le llegó algo tarde -tenía más de 50 años cuando empezó a dedicarse al vino de manera intensa- el acercamiento al campo y la bodega supuso un flechazo para mi padre que, a base de ilusión contagiosa, nos fue transmitiendo a todos los que convivíamos con él. Leo Caldas vive con su padre circunstancias semejantes a las que mis hermanos y yo vivimos con el nuestro.

-¿De donde viene su pasión por la gastronomía, también compartida por su personaje?

-A base de acompañar a mi padre a ferias gastronómicas y eventos vinícolas fui conociendo ese mundo por dentro. Años después, la Cadena Ser me dio la oportunidad de hablar en antena de vinos y comida, y durante cuatro o cinco años me dediqué a comer, a beber y a contarlo.

- "A praia dos afogados" arranca con la aparición de un cadáver en una playa que creo que tiene mucho que ver con la de Nigrán, donde de niño disfrutaba usted de sus vacaciones. ¿Cuándo y por qué decidió incoporar ese ambiente como parte esencial de su novela, en este caso del escenario de un asesinato?

-Me atraen los puertos pequeños en invierno, cuando el ruido del verano se ha acallado y parecen aletargados alrededor de la lonja. Me produce una mezcla de envidia y tristeza la vida solitaria de los marineros de bajura que faenan solos durante la noche. Siempre pensé en ellos como en Santiago, el viejo de la novela de Ernest Hemingway. Ambientar una trama policiaca en ese pequeño universo me permitió conocerlos mejor, acercarme a sus vidas.

- Me consta que el fútbol es una de sus grandes aficiones. Es más, me consta que es usted un celtista de pro, aunque todavía no lo haya reflejado en sus obras literarias... ¿Era de los que acudía al estadio de Balaídos todos los días de partido del Real Club Celta?

-Los domingos de partido mis hermanos y yo solíamos acompañar a nuestro padre. Le pedíamos que nos llevara con tiempo para coger buen sitio y no perdernos nada: desde el saludo del speaker al ritmo de las "Cantigas e Agarimos" de Bernardo del Río hasta el pitido final. Empecé a ir a Balaídos cuando el portero era Fenoy, aquel argentino que tiraba los penaltis. Aún faltaban cuatro o cinco años para que llegara el que sería mi ídolo: Javier Maté. Ahora disfruto del Celta en la distancia, pero lo disfruto mucho.

-Cuando se puso de moda la movida de Vigo usted tenía 12 o 13 años. ¿Se enteró de algo?

-Del tren a Madrid y del famoso "movida se escribe con V de Vigo" me enteré poco. Supe apenas lo que decía el periódico y lo que me contaba Rafa Llano, un amigo que estaba bastante más al cabo de la calle que yo. Muchos días, desde el autobús que me traía del colegio, veía a Germán Coppini con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros desteñidos bajando la calle Urzaiz. Me quedaba mirándolo, aunque no sabía quién era. Supongo que todavía formaba parte de Siniestro Total. Sí recuerdo la música viguesa a partir de 1986, porque empezaron a llegar a casa discos de muchos grupos locales: Golpes Bajos, Aerolíneas, Bromea o qué, Siniestro, Os Resentidos, Los Cafres...

- Tengo entendido que tiene usted una particular manera de escribir sus novelas: primero lo hace en gallego y después pasa el texto al castellano. ¿No sería mejor esperar a acabar la novela para traducirla?

-Probablemente sea más rápido, pero a mí me gusta trabajar como lo hago. Arrancar en gallego, corregir, volcar el texto al castellano, volver a corregir, ir incorporando las modificaciones de una versión a otra... La traducción no es una sustitución de palabras sino un descenso al sustrato del texto, y traducir me ayuda a depurarlo.

-¿Cuál es su clave secreta para enganchar al lector?

-No creo que se trate tanto de enganchar a un lector a la fuerza como de seducirlo para que se quede contigo voluntariamente. El camino lo marcó Juan Marsé: procurar tener una buena historia que contar y procurar contarla bien.

-Le he escuchado decir en alguna entrevista que más que novela negra lo que usted hace es utilizar la intriga para describir ambientes y personajes. ¿Le molesta que digan que sus novelas son de género negro?

-No me molesta en absoluto. Soy consciente de que escribo novelas vertebradas por la investigación de un crimen, aunque para mí esa investigación sea la excusa que me permita hablar de otras cosas. En el caso de "A Praia dos Afogados", más que el crimen me interesan los oficios del mar, la soledad, la ancianidad, la ecología..., en definitiva, todo lo que la investigación tiene alrededor.

- Por dónde empieza a escribir sus historias: ¿Acaso por la planificación del "crimen perfecto"?

-En las novelas negras hay dos historias: la de un crimen y la de una investigación. Yo necesito conocer al menos la primera de ellas, los porqués, antes de ponerme a escribir. La escritura de una novela policiaca recuerda en cierta medida a la construcción de un puzle. La diferencia, y mayor dificultad, estriba en que no es posible pintar el conjunto primero y recortarlo después, sino que es preciso dibujar cada una de las piezas individualmente y lograr, no sólo que todas ellas encajen, sino que el conjunto resultante ofrezca una imagen atractiva.

-El ayuntamiento de Vigo ha hecho una ruta literaria con "Ollos de auga". ¿Ya la ha recorrido usted?

-La hice antes de escribir el libro porque todos los escenarios vigueses están pisados muchas veces. A algunos de esos lugares vuelvo sin necesidad de seguir ninguna ruta porque están en el cauce por el que transcurre mi vida.

UNA joven FICCIÓn VIGUESA DEL SIGLO XXI

  • Antes de que Julio Verne hubiese publicado "20.000 leguas de de viaje submarino", Vigo ya aparecía como escenario de novelas, sin embargo hay que reconocer que a lo largo del siglo XXI, la ciudad olívica vive un acentuado interés por parte de jóvenes autores, por supuesto vigueses, que no solo ambientan las tramas de sus obras en esta ciudad, sino que la incorporan a sus historias como si fuese un personaje más.Tal es el caso de las dos novelas publicadas ya de Domingo Villar (también de la próxima "Cruces de Pedra"), así como de las de otros dos autores que comparten generación y viguismo con Villar: Pedro Feijoo Barreiro (1975) y Fran P. Lorenzo (1973).Tras su debut en el género con "Os fillos do mar" (que va ya por su octava edición y ha sido traducida al castellano), Pedro Feijoo se ha convertido en un auténtico "best seller galego". Confirmado su impacto con "A memoria da choiva", Feijoo vuelve a recorrer Vigo con su recién editada "Morena, perigosa e románica".Entretanto, uno de los más destacados fenómenos literarios del año que finaliza en Galicia, ha sido "Cabalos e lobos" del escritor y periodista Fran P. Lorenzo, una ópera prima con la que resultó ganador del XXXII Premio Blanco Amor,aupada al primer puesto de la lista de libros en gallego más vendidos desde su mismísima llegada a las librerías.

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